pincho de tortilla y caña
El plebiscito catalán
Tiene la osadía de Suárez, el cesarismo de González, la tozudez de Aznar y el maniqueísmo de Zapatero
Una broma pesada
Abuso de poder
Decía el gran Alfredo Landa, uno de los genios a los que tanto echo de menos, que era capaz de distinguir al pájaro por la cagada. La frase siempre me gustó y acabé por incorporarla a mi repertorio personal porque, dadas mis carencias intelectuales, de ... lo único que puedo presumir es de haber cumplido muchos años sentado en el patio de butacas de la política española. He visto desfilar por el escenario a los principales actores de todas las grandes compañías. Conozco sus números y sus habilidades. La experiencia es un grado. El ojo avizor te ayuda a distinguir sus registros y a valorar su talento. Suárez se jugó el tipo durante la travesía a la democracia, Calvo Sotelo abrió las puertas de la OTAN, Felipe González nos homologó con Europa y Aznar, contra todo pronóstico, llegó puntual a la cita con el euro. Los cuatro fueron audaces, cada uno a su estilo, y todos llevaban en el bolsillo su particular mapa del tesoro. Sabían lo que buscaban. Los que vinieron después, sin embargo, ya son harina de otro costal.
Zapatero desenterró el hacha del guerracivilismo y repintó la marca de Caín de las dos Españas y Rajoy enterró los talentos que le confiaron las urnas y se trasmutó en un estafermo seducido por la holganza. Los dos vivaquearon sin rumbo fijo hasta que sendos aludes se los llevaron por delante. Al primero, la crisis del 2008, y al segundo, la moción de censura de Frankenstein. Sánchez es el séptimo presidente que hemos tenido. A quien menos se parece es a Calvo Sotelo y a Rajoy. Ni es culto ni es vago. Tiene la osadía de Suárez, el cesarismo de González, la tozudez de Aznar y el maniqueísmo de Zapatero, pero ha llevado al límite la tentación que todos ellos tuvieron de ser más importantes que las siglas de su partido. A Sánchez la estructura institucional del PSOE le importa una higa y si para seguir en el poder tuviera que dinamitarla no le temblaría el pulso.
En 2016, el señor de luz que le devolvió a la vida fue la militancia y desde entonces se relaciona con ella sin necesidad de intermediarios. Por eso fue la destinataria de la carta que sacó de la chistera durante el amago de dimisión de la semana pasada. Ahora ya tengo claro lo que pretendía: incorporar a la secuencia de movilizaciones de apoyo que desencadenó su psicodrama el resultado electoral de Cataluña para vender el buen resultado que, según todas las encuestas, cosechará el PSC como un acto más de respaldo a su persona. En otras palabras: convertir el escrutinio del 12 de mayo en un plebiscito personal. Una vez erigido en el principal artífice del triunfo podrá gestionar la aritmética parlamentaria catalana como mejor convenga a sus intereses. A los suyos, no a los de su partido. Si yo fuera Salvador Illa me echaría a temblar. Pincho de tortilla y caña a que si el precio que le pide Puigdemont para sostenerle en la Moncloa es la cabeza del primer secretario del PSC se la rebanará de un hachazo sin ningún miramiento. Y el partido, animalito, no dirá ni mu.
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