el Ɣngulo oscuro
La forma de la majestad

Es un alivio descubrir, en una Ć©poca en que se urden tantas conspiraciones malignas, que la Ćŗnica conspiraciĆ³n que triunfa plenamente sea de naturaleza benigna. Esta Gran ConspiraciĆ³n triunfante es la que protagonizan los Reyes Magos, en la que participan todos los padres espaƱoles, ... haciendo creer a sus hijos que los regalos que hoy reciben no se los han traĆdo ellos, sino unos hombres venidos de Oriente, como desde hace dos mil aƱos.
Pero la fĆ”bula de los Reyes Magos no resultarĆa verosĆmil si Melchor, Gaspar y Baltasar no fuesen reyes (recordemos que los personajes evangĆ©licos en los que se inspiran no lo eran). Ha sido la imaginaciĆ³n popular la que convirtiĆ³ a los adoradores del NiƱo en reyes, por la sencilla razĆ³n de que, cuando necesitamos imaginar algo verdaderamente grande y majestuoso, algo que exceda lo normal ('maiestas' viene de 'magis') necesitamos pensar en testas coronadas. NingĆŗn niƱo en su sano juicio aceptarĆa que los cuentos de hadas, en lugar de estar poblados de reyes venerables y pĆ”lidas princesas encantadas, estuviesen infestados de presidentes con su sĆ©quito de seƱoras malmaridadas y su caterva de hijas chonis. Pues los cuentos de hadas exigen personajes augustos que sean 'mĆ”s' que el comĆŗn de los mortales, que irradien majestad en cuanto hacen o dicen, para provocar el pasmo y la rendida admiraciĆ³n entre sus vasallos. Un cuento de hadas protagonizado por tal o cual presidente de chichinabo y por sus hijas ordinarias que menean el culo que pronto serĆ” celulĆtico (si no lo es ya) bailando reguetĆ³n provocarĆa el enfado de cualquier niƱo; y tambiĆ©n de cualquier adulto no demasiado maleado por la cochambre democrĆ”tica.
Lo mismo sucede con los Reyes Magos. La Gran ConspiraciĆ³n que los padres espaƱoles urden cada aƱo se derrumbarĆa al instante si Melchor, Gaspar y Baltasar fuesen Presidentes o Ministros Magos, pues toda esta caterva āno importa que se pongan corbata o tetas de silicona, tinte en el pelo o bĆ³tox en la jetaā son purrela indistinta y felizmente pasajera. Pero los niƱos no sĆ³lo exigen que los magos venidos de Oriente sean reyes; tambiĆ©n exigen que sepan montar con donosura un camello, que vistan ropas galanas, que se atusen con primor la barba frondosa, que se sepan encasquetar con gracia el turbante sobre la piel de Ć©bano (los niƱos no son racistas y los Reyes Magos negros les parecen de perlas); y tambiĆ©n que guarden un decoro mĆ”ximo en su vida Ćntima, que no se amanceben con pilinguis y mucho menos que las entronicen. Si maƱana a los Reyes Magos les diese por desvirtuarse, de inmediato los niƱos abominarĆan de ellos; y la Gran ConspiraciĆ³n que los hace felices se derrumbarĆa estrepitosamente.
Y esto ocurre porque la majestad de los Reyes Magos exige una forma determinada. EscribĆa PemĆ”n, reflexionando sobre estos asuntos, que Ā«una monarquĆa con replanteos dinĆ”sticos, forzamientos dialĆ©cticos y toisones que sĆ que no, como la ParralaĀ» estarĆa tan acabada como una Iglesia Ā«con interpretaciones sexuales de la pureza o el celibato y charlas de sacristĆa volterianasĀ». Ahora que ya tenemos charlas volterianas en las sacristĆas e interpretaciones sexuales de la pureza, vemos que la Iglesia estĆ” hecha unos zorros. Y lo mismo ocurrirĆa con unos Reyes Magos que viajasen en vespa, o que subieran al camello a cualquier pilingui que encontrasen por el camino, o que delegaran funciones en un horrendo 'call center', en lugar de leerse todas y cada una de las cartas que les escriben los niƱos.
DecĆa Cocteau que Ā«todo pensamiento entraƱa una plĆ”stica; y si la plĆ”stica cambia, el pensamiento lo hace tambiĆ©nĀ». Hay gentes idiotas (pero sobre todo gentes protervas) que sostienen que la forma se puede cambiar sin que cambie el fondo; pero esto es un disparate completo. Todo lo que existe depende de su forma: el 'Romance del prisionero' perderĆa su sencilla belleza aterida si lo convirtiĆ©semos en un lustroso soneto; y los memorables y nĆtidos sonetos de Quevedo perderĆan todo su esplendor conceptista si los transformĆ”semos en romances. Entre otras razones, porque lo que los modernos llamamos 'fondo' es lo que AristĆ³teles llamaba mĆ”s propiamente 'materia', sobre la que la 'forma' actĆŗa como principio determinador. La 'materia' es algo confuso, torrencial, informe; y la 'forma' se encarga de modelarla, le brinda sentido, le infunde vida distintiva e intransferible. Raimundo Lulio lo escribiĆ³ maravillosamente: Ā«La forma es lo que da el ser a las cosas, como el alma es lo que da el ser al cuerpoĀ». Si cambiamos la 'forma' de los Reyes Magos no obtenemos otros Reyes Magos mĆ”s acordes a los tiempos, sino unos adefesios que provocarĆan rechazo en los niƱos. Y lo mismo ocurre con las instituciones que se distinguen por su majestad: cuando las cambiamos de 'forma', no obtenemos su modernizaciĆ³n (como pretenden idiotas y protervos), sino una parodia grotesca e irreconocible, acaso monstruosa, impepinablemente inane.
No hay monarquĆa sin majestad, no hay Iglesia sin dogma, no hay Reyes Magos sin camellos, sin barbas frondosas, sin conducta augusta e intachable. Por eso los monĆ”rquicos, antes que tragar con repĆŗblicas coronadas, se hacen republicanos furibundos; por eso los creyentes, antes que tragar con Iglesias con interpretaciones sexuales de la pureza, se hacen escĆ©pticos; por eso los niƱos, antes que tragar con reyes en vespa o con una pindonga subida a la chepa del camello, se hacen adultos (y con el tiempo adĆŗlteros).
Feliz EpifanĆa de Reyes a las tres o cuatro lectoras que todavĆa me soportan y entienden.
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