EN OBSERVACIÓN
Maleni y el medallero del dopaje de Sánchez
Blanquear la corrupción institucional incluye el reparto de oros olímpicos
Trump ha pasado la noche tranquilo
Dana y tuna de la Universidad de Valencia
Antes de la invasión de Ucrania, operación militar especial en el argot de los deportes de exhibición, y la consiguiente expulsión del equipo olímpico ruso de los Juegos de París, donde podrían haber contrarrestado con su virilidad tanto cancaneo ribereño, los atletas del Kremlin ya ... habían sido suspendidos por ir hasta las trancas en las competiciones internacionales y participar, por pasiva en el laboratorio y por activa en las pistas, en un programa de dopaje de Estado que durante décadas desvirtuó no solo la competición, sino el medallero que desde los tiempos de la Guerra Fría había servido como vara de medir la superioridad física de un pueblo presuntamente elegido para subirse al podio de la historia, ya fuera soviético o discretamente federado por lo ruso. En España, también potencia mundial del sector del anabolizante, hasta el punto de plantearse la inclusión de esta partida de I-D+i como gasto militar en la carpeta de la OTAN, tenemos un medallero tan hinchado como los brazos de aquellas pobres rusas que, desfiguradas por la ciencia, viragos biotecnológicos, lanzaban el martillo como el que tiraba un dron, mirando a Ucrania y a Cuenca, sin depilarse unos sobacos que eran muestra de su depurada involución transfeminista y de los logros de quienes las habían contrahecho por vía intravenosa. A cada pueblo elegido corresponde una misión histórica, y en la España de Pedro Sánchez, la de la crisis constituyente que anunció en sede parlamentaria el exministro Campo y la de la memoria democrática que desde los tiempos de Zapatero da la vuelta a la tortilla, hay que echarle huevos, esta no es otra que la de entregar medallas a quienes considera sus héroes, a modo de compensación, rehabilitación y blanqueo. A Magdalena Álvarez le entregaron el pasado fin de semana la medallita de la Virgen correspondiente al premio Carmen Olmedo, en cuyo palmarés figuran deportistas del dopaje político de la talla de Bibiana Aído –«la tormenta perfecta para la derecha rancia y periférica», dijo el jurado en 2010– y cuyas preseas son ahora utilizadas como desagravio en la España del revisionismo. Lo mismo le quitan una calle a Manuel Fraga, con la venia del PP, que le dan un Goya de Honor a Magdalena Álvarez, que por Real Decreto 772/2009, de 24 de abril, ya obtuvo la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III, cuyo lema, «Virtuti et merito» desde 1771, significa «antes partía que doblá», en traducción libre.
A la pobre Maleni, víctima «del vil ataque de la derecha» –en palabras de Sánchez, justo antes de que el TC pasara por alto el fraude de los ERE que la entonces consejera andaluza inobservó en beneficio del sistema clientelar y de dopaje de la Junta– le dan medallitas para consagrarla como referente de una persecución que no existe sino en los manuales del neofranquismo de la asignatura de Educación para la Ciudadanía. Mientras quitan del mapa las calles dedicadas a Fraga o Pemán, condecoran, 'virtuti et merito', a los represaliados por un régimen autoritario del que hasta anteayer fueron víctimas Juana Rivas, Oriol Junqueras o los expresidentes de la Junta. Como a los rusos, a esto de fabricar la historia en un laboratorio no nos gana nadie. Nos pueden echar, pero no vencer.
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