Guía Michelin de 1910: cuando viajar era otra cosa
Ahora todo son navegadores, mandos de voz (que nos entienden con mayor o menor fortuna) a los que decimos donde queremos ir, Google Maps, Apple Car, …. Pero hace muchos, muchos años, un pequeño libro era el «Ángel de la Guarda», la guía mágica de los automovilistas
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La Guía Michelin hoy la asociamos con templos de la gastronomía donde reinan los nuevos dioses de la cocina, esos chefs que se mueven por el Instagram, y otros dominios del digitalizado mundo, como influyentes personajes mediáticos envidiados por pequeños y mayores. Pero cuando nace ... la de Francia en 1900, o la de España y Portugal de 1910, el planteamiento nada tenía que ver. Como la forma en que, cultural y sociológicamente, vemos el fenómeno del viaje a principios del siglo XX, tiene algo que ver con la actual.
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Hoy podemos plantearnos a las 11 de la mañana en Valladolid, el ir a comer a Santander, o a San Sebastián. Hace cien años ese viaje, verdadero acontecimiento social que se comunicaba a familiares y amigos, se preparaba durante días: el automóvil, el equipaje... y el itinerario a seguir. Y ahí es donde entra en juego la protagonista de nuestra historia; la Guía Michelin.
La primera
De aquella primera Guía Michelin de España y Portugal, la del año 1910, solo se conservan seis ejemplares conocidos. En manos de Patrimonio Michelín hay dos guías, una tercera fue regalada al Rey Felipe VI, entonces Príncipe, mientras que el resto se encuentra en manos de coleccionistas privados. En esa época tenía el mismo formato que la edición francesa, las tapas eran de color amarillo, estaba editada en español e impresa en España.

«Eran guías diferentes para una sociedad diferente», nos contaba hace algunos años el tristemente desaparecido Juan de San Román, que fuera responsable de Patrimonio de Michelin. Nacía para prestar servicio al automovilista, al viajero. Ofrecía información sobre los neumáticos, recomendaciones de uso, conservación, reparación y mantenimiento. Viajes en los que los pinchazos entre Madrid y San Sebastián podían superar sin problema la media docena. Y es que no se garantizaba el neumático ante las cualidades, en parte desconocidas, del caucho con el que estaba realizado, Con seis bares de presión para aguantar el peso de los coches, las cubiertas eran maltratadas por los caminos, y, en muchas ocasiones, el aire era sustituido por paja cuando ya no era posible la reparación a mitad del viaje. Pensar que ahora en muchos coches modernos ya no llevamos ni rueda de repuesto….

Pero igualmente este 'vade-mecum del automovilista', como así aparece en su subtítulo, era un instrumento para preparar viajes; elegir itinerarios, calcular distancias o determinar las etapas «según los recursos o las curiosidades de las poblaciones». Y para dirigirse en la carretera «siguiendo el itinerario fijado, o modificándolo si hubiera lugar; conocer las poblaciones que se atraviesen». Y dirigirse en las poblaciones «tomando las vías más cómodas para la travesía, pasar por delante de los monumentos interesantes e ir a casa de los stockistas Michelin».
Así aportaba datos sobre ciudades, pueblos y lo que el viajero podía encontrar en ellos; desde alojamiento a talleres donde reparar el coche, alquilar otro o comprar 'esencia', palabra con la que denominaba la gasolina, proveniente del término francés 'essence', y que demuestra el origen galo de la guía. Y es que, a diferencia de ahora, había que planificar con cuidado los lugares donde poder encontrar y comprar el combustible durante el viaje si se quería evitar el quedarse parados con el depósito vació en cualquier lugar perdido: vamos, lo que sucede ahora cuando uno se lanza a un verdadero viaje, no a un paseo de cien kilómetros, en un coche eléctrico.
Pero volvamos a nuestra historia. En las primeras guías española aparecen anuncios externos a la marca Michelín, algo que no sucede hoy día, y entre estos (el establecimiento termal de Solares, Anís del Mono, Kodak...) se encuentran algunos como la Gasolina El Clavileño o la 'Gasolina homogénea marca Automovilina', que aparte de destacar que era «la mejor, la más acreditada y la de mejor resultado en el consumo», se vendía «en todos los garages» (sic).
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En el pasado, el automóvil estaba muy ligado con las vivencias de la época, con los modos de vida. Para San Román «había una fuerte relación entre propietario y vehículo mientras que ahora este último esta conceptualizado como un instrumento al mismo nivel de un teléfono móvil o de un cortacésped. Formaba parte de un conjunto de actos muy protocolarizado –como el viaje o el transporte- ; el vehículo era parte del entorno vivencial de una persona»

Mas de la mitad de aquella primera guía son itinerarios, pero descritos al detalle, como si fuera un road boock, un rutómetro o libro de ruta de un rally. Hay además momentos en que se describe como, al pasar por determinado lugar, el chauffeur debía disponer de una pala para despejar el camino, donde podían los viajeros encontrar un médico en caso de urgencia, o como había que tener cuidado con un desvío medio oculto del camino. Por el contrario, la parte correspondiente a las ciudades tenía poca información descriptiva de las mismas, algo que cambiará con el paso de los años. Y sin embargo en esa primera época sí se recogían las particularidades de cada ayuntamiento a la hora de tratar el automóvil, desde impuestos a las obligaciones de los propietarios, e incluso el sentido de la circulación, si era por la derecha o por la izquierda, pues la norma no era uniforme en todas las ciudades españolas….
Y claro está las formalidades administrativas a la hora de viajar al extranjero, bastantes complejas, por cierto, y que hoy nos dejan asombrados, acostumbrados a pasar de un país a otro de la Unión Europea como el que pasa de León a Zamora.
Cinco pesetas la noche
Las primeras guías Michelín de España y Portugal sirven como un excelente instrumento para conocer a la sociedad española de la época y compararla con la de cien años después. Resulta curioso comprobar como en 1912 alojarse en el Hotel María Cristina de San Sebastian costaba 5 pesetas diarias, y la comida -sin vino, por cierto- suponía desembolsar 8 pesetas. Por aquella época la mayoría de los viajeros iban acompañados de un 'chauffeur', o mecánico como se solía decir en España ya que no solo se ocupaba de conducir sino también de preparar y mantener el vehículo. Por eso en las guías de entonces es posible encontrar precios para el alojamiento del citado chófer, que solía contar con pensión completa. Sin salirnos del Hotel María Cristina, el precio de esa habitación más la pensión, ascendía a ocho pesetas. Como dato comparativo, un maestro podía ganar unas 800 pesetas...al año. Si quieren hagan el cambio a euros, yo, disculpen, no me atrevo.
Y hablando de dinero. Cuando se citaban instalaciones hoteleras, la guía insertaba una viñeta del personaje Bibendum rechazando una bolsa de dinero que le tiende una mano. Se trataba de reflejar la independencia, algo que se recalcaba indicando que «la selección de hoteles se ha hecho con toda imparcialidad y ningún hotelero debe su inscripción a pago o favor de ninguna clase». Procuraba facilitar un máximo de información con un mínimo de palabras o de signos. Así cuando un hotel ofrecía el llamado cuarto negro a sus clientes, los viajeros expertos sabían que no se trataba de un cuarto para encerrar a los niños que se portaban mal con la nurse, sino para revelar los rollos fotográficos que los clientes iban tomando en el viaje.
Tres periodos
Para los expertos, la edición española de la guía, puede dividirse en tres grandes periodos. El primero, entre 1910 y 1938. El segundo, de 1952, en que aparece la primera guía tras la Guerra Civil, hasta 1972, En este segundo periodo la guía española se edita en Francia y publica en la lengua de Moliere. Y el tercero, que va desde 1973 a nuestros días; vuelve a imprimirse en España y en español, y adopta el actual formato pues hasta entonces había conservado el francés, más estrecho y alto, si bien hoy las tapas duras han dejado paso a otras blandas.
Pero vamos a centrarnos en el primer periodo. En él, se publicaron once ediciones correspondientes a 1910, 1911, 1912, 1913, 1914, 1917, 1920, 1927, 1929, 1930 y 1936-38. Impresa en España y editada en español, tenía el mismo formato que la edición francesa y las tapas eran de color amarillo. Como «proveedor de la Real Casa», en 1911, 1917, 1920 y 1927 se realizaron para Su Majestad el Rey Don Alfonso XIII (apasionado de los automóviles) unas ediciones especiales de la Guía de España y Portugal. Se distinguían por la cubierta de piel, con los colores de la bandera española y el escudo de la Casa Real. La de 1920, llevaba una dedicatoria manuscrita del propio André Michelin. Ese mismo año se haría otra edición especial para el Príncipe de Asturias. De las guías regaladas a la Casa Real se han conservado cuatro, hoy en manos de Patrimonio Nacional.
Eran otros tiempos, cuando los De Dion, Panhard-Levassor, Delage, Fiat o Hupmobile, entre otros, rodaban por polvorientos caminos con el chauffeur provisto de su correspondiente guardapolvos y gafas para proteger sus ojos, cuando los viajes de aquellas dos primeras décadas del siglo se contaban por pinchazos. Luego, un día, en una guía Michelin de 1936, un oficial escribió sus anotaciones sobre el Frente de Bilbao, sobre la Batalla del Ebro. Los viajes felices de los Veinte, ya no eran más que un recuerdo. Y lo que vendrá después, ya saben, es otra historia.
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