Rusos y ucranianos en España
«A los rusos que piden perdón les digo que se pongan a empaquetar ayuda para Ucrania»
Los ciudadanos rusos y ucranianos que viven en España sufren por la brecha que abre entre ambas comunidades la invasión de Ucrania ordenada por el Gobierno de Putin
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Rusia bombardea a civiles a las puertas de Kiev

Coronada por sus cúpulas doradas, la catedral de Santa María Magdalena ilumina el horizonte entre los bloques de pisos del barrio de Hortaleza. Consagrada al rito ruso ortodoxo, su deán, Andrey Kordochkin , un párroco nacido en San Petersburgo, comenta con pena el dolor ... que atraviesa a su comunidad. «La mayor parte está formada por ucranianos, incluso entre el clero, los sacerdotes y los diáconos», comienza. « Soy ruso, pero mi mujer es hija de un ucraniano , y es una situación que se puede encontrar en muchas familias», añade. «Como dijo nuestro arzobispo Néstor en una homilía, la Iglesia es como el cuerpo del hombre, y el dolor de una parte afecta al conjunto».
Seguidores del Patriarca de Moscú - el conflicto de Ucrania también dividió a la iglesia ortodoxa , pues el Patriarcado de Constantinopla reconoció en 2019 la independencia del Patriarcado de Kiev-, muchos fieles de la catedral madrileña proceden «de la parte oriental de Ucrania, son refugiados que llegaron España por la guerra», dice Kordochkin. «Esto no ha empezado ahora, sino hace ocho años , y, hasta cierto punto, creo que ha sido ignorado por el mundo occidental», explica. «Ni los rusos ni los ucranianos podían pensar que las cosas iban a ir tan lejos. Se contemplaba la posibilidad de que Rusia reconociera la independencia de las repúblicas del Donbass, pero no una invasión», admite. «Cada persona tiene el don de Dios, que es hablar y escuchar, pero cuando alguien los pierde a la hora de interaccionar con los otros, cuando es sordo y mudo, su única manera de reaccionar es la violencia. La única alternativa es el diálogo».
Sobre la prohibición rusa de utilizar palabras como «guerra» o «invasión» para referirse al conflicto en Ucrania, Kordochkin expresa su desacuerdo: «Si es de noche, tenemos que decir que es de noche, y cuando llega el día, tenemos que decir que es de día», resume. «No tengo acceso a cifras ni a estadísticas, pero en Rusia sí hay protestas contra lo que está pasando », subraya.

Una gran comunidad
El disgusto de Kordochkin es compartido por muchos de sus compatriotas, que asisten con dolor a la violencia desatada por el Kremlin en Ucrania. Según el Instituto Nacional de Estadística (INE), 79.485 rusos viven en España , sobre todo en las provincias de Málaga, Alicante, Valencia, Barcelona y Gerona, y también en la Comunidad de Madrid. Los ucranianos son más numerosos, en total 112.034 , según la misma fuente. La invasión tensa al máximo las relaciones entre ambos grupos de extranjeros, que se conocen y se sienten próximos.
Así lo explica Elena Khakimova , una periodista rusa afincada en Málaga que fue durante años jefa de redacción de la edición en ruso de ‘Diario Sur’. Khakimova sotiene que la guerra no ha logrado romper los lazos entre la comunidad rusa (más de 7.000 personas) y la ucraniana (cerca de 11.000) de esa provincia. Amiga de parejas mixtas, señala: «No conozco a nadie que quiera volver a Ucrania o a Rusia, sino todo lo contrario. Hay gente que me ha dicho que quiere venirse a España».
Khakimova relata que las sanciones están provocando muchos quebraderos de cabeza a los rusos : «Tengo una amiga a la que el cierre del espacio aéreo la ha cogido por sopresa en Suiza, mientras visitaba a una de sus hijas, y ahora tiene problemas para volver a España », afirma. La mayoría de los rusos residentes en la Costa del Sol son jubilados o esposas de hombres de negocios y funcionarios que trabajan en Rusia, y a los que el bloqueo de transferencias dificulta recibir sus ingresos.
«Los rusos no hablan, tienen miedo a que tomen represalias contra ellos », añade. Una amiga le confesó que no quería decir nada de la guerra por teléfono por si la escuchaban. «Muchos también temen por los negocios de su familia en Rusia o por los empleos de familiares que trabajan para el Gobierno», afirma.
Khakimova, que seguía conectada hasta hace unos días a todos los canales oficiales del Gobierno de Rusia para periodistas en España, decidió abandonarlos. «Me he salido del grupo de ‘WhatsApp’», asevera. «Ahí se comentó que se podía denunciar si a los niños les acosaban en el colegio o sufrían hostigamiento, pero los españoles siempre nos han tratado bien », remarca.

Solidaridad rusa
La invasión rusa de Ucrania ha trastocado la vida de todos los europeos, pero sobre todo de los afectados. Cuando Maryana Kasiv , una joven ucraniana de 30 años, anunció la semana pasada a través de sus redes sociales que no iba a defender el trabajo de fin de máster que llevaba tanto tiempo preparando, recibió una llamada inesperada. Concentrada en la organización de la ayuda humanitaria a su país desde el mismo día que comenzó el conflicto, no se sentía con fuerzas suficientes para presentarse en la facultad de Turismo de Málaga y hablar sobre publicidad turística digital. ¿Quién estaba al otro lado del teléfono? Una de sus preparadoras. « Tienes que defender tu trabajo como sea », le dijo. Y así lo hizo. Por unos instantes, volvió a disfrutar de la vida universitaria.
« Fue un espejismo », afirma Kasiv. Al salir de la facultad, la líder de la asociación ucraniana Maydan regresó a la nave desde la que salió el mismo día de la invasión un camión cargado con ayuda. Su destino era la frontera entre Polonia y Ucrania, a la que ha huido casi un millón de refugiados. Ya se han enviado más de 60 toneladas de medicamentos, mantas o ropa, entre otros.
«Me llamaban alarmista cuando advertí de lo que iba a pasar, pero mis primeras lágrimas cayeron de camino a Madrid, porque a finales de enero yo ya sabía que esto ocurriría », recuerda. Pese a todo, viajó en marzo a su ciudad de origen, Ivano-Frankivsk , en el oeste de Ucrania. Su padre había fallecido poco antes y tenía que gestionar su herencia. «La situación parecía entonces normal, pero tened en cuenta que llevamos ocho años en guerra». Allí han quedado una hermana y una sobrina con las que habla a diario. «No sabe qué disgusto tiene mi madre».
Aunque casi todos son ucranianos en la nave donde pasa la mayor parte del día, Kasiv exlica que también han colaborado rusos en las labores solidarias. «Una de las donaciones más importantes que recibimor fue un generador y la hizo un ruso casado con una ucraniana , porque aquí hay muchos matrimonios mixtos», relata. Su animadversión no es contra el pueblo ruso, sino contra Putin. «No pienso pisar Rusia si no es para ir a su funeral», dice.
Kasiv es consciente de los daños colaterales que pueden sufrir los ciudadanos rusos que viven en España y no tienen culpa de nada. «En las manifestaciones de condena, hemos pedido que no se difunda el odio, porque no queremos que los niños sufran un acoso que no merecen», reclama. «Eso sí, a los rusos que me dicen que sienten vergüenza y me piden perdón, les digo que mejor se pongan a empaquetar, que hay mucho trabajo ».

Ese gesto de solidaridad descrito por Kasiv es uno más entre dos grupos de extranjeros que han matenido buenas relaciones hasta ahora. «Siempre hubo muy buena convivencia, aquí nadie se imaginaba que pudiera ocurrir algo así, vivimos en una ciudad internacional con 123 nacionalidades», explica Nathalia Zhezhnyavska , representante de la Asociación de Ucranianos de Torrevieja, el municipio de España con más ucranianos empadronados (2.805). Su sede se encuentra a pocos metros del centro social ruso Globus, que prefiere no hablar con los medios: «Estamos hartos, nosotros también tenemos el alma partida». En algunas empresas, como por ejemplo la inmobiliaria Alegría, ucranianos y rusos trabajan codo con codo.
«El Ayuntamiento siempre organizaba actos culturales para reunirnos a todos, como el Día de las Asociaciones o el Día de Convivencia», explica. « Nos encontrábamos para dar a conocer nuestra cultura, tradiciones y cocina , y nunca había problemas», relata Zhezhnyavska. La actividad cotidiana de su asociación se ha centrado ahora en el envío de ayuda humanitaria y la acogida de refugiados en España. La antigua rutina se ha convertido en una pesadilla con jornadas maratonianas y voluntarios atendiendo a los expatriados. «Es terrible, vienen personas sin recursos económicos, agradecemos la ayuda», cuenta. «Si Ucrania desaparece del mapa, Putin no parará, querrá ir más allá y mañana será Europa», opina.
Además de ser testigo de cientos de dramas familiares, Zhezhnyavska sufre las consecuencias en el plano íntimo: «Espero a cuatro personas que vienen, aunque casi todos mis tíos, primos y sobrinos no tienen opción», cuenta. « Tengo muchos amigos en búnkeres y refugios de Kiev que tampoco pueden, ya que cada media hora suenan las sirenas, empiezan a bombardear y muchos se han quedado sin casa…», confiesa, conteniendo las lágrimas.

Esa pena la sienten muchos ciudadanos de Ucrania que contemplan desde España lo que está sucediendo. Oksana Markiv , una ucraniana de 40 años que vive en Madrid, tiene en ‘WhatsApp’ una foto de perfil con un corazón y la bandera amarilla y azul. La puso el día del «shock total», es decir, el día de la invasión rusa, cuando vio las noticias, cogió el teléfono y empezó a marcar los números de sus familiares, que se habían quedado atrapados en el país después de que comenzara la agresión ordenada por Putin. Markiv pasó «llorando» ese aciago 24 de febrero. Luego se repuso, comenzó a manifestarse frente a la Embajada de Rusia y también se esforzó en cargar camiones de comida y medicamentos con destino a Ucrania. En las protestas, solo vio a un ruso. «Un chico de 21 años que no tuvo miedo de acercarse y apoyarnos».
La primera en emigrar fue la madre de Markiv, que dejó Leópolis por España en 2001. A esa ciudad huyen ahora los ucranianos para refugiarse de las tropas rusas. Después vino su marido y luego Oksana con su hijo. Su pareja trabaja en la construcción y ella es limpiadora. Aunque solo piensa volver a Ucrania para las vacaciones, considera que el país es su «patria». « Es mi tierra, la tenemos dentro ». Recibe muchos vídeos a través de las redes, y explica que llegó a ver un tanque aplastando un coche con un padre y su hija pequeña en el interior o a bebés en el sótano de un hospital bombardeado. «Ningún ucraniano va a perderonar a Putin en la vida, jamás», afirma.
Markiv perdió hace unos días el contacto con sus familiares confinados en Mariúpol, que sienten que están reviviendo el asedio de Leningrado, pues pasan los días sin agua ni luz. Los suministros no llegan allí. «Los rusos no dejan llevar comida ni que den un paso», critica Markiv. « No se pueden escapar, no pueden salir de ahí », denuncia. Cuando hablaba con sus seres queridos tres veces al día, mañana, tarde y noche, siempre le respondían lo mismo: « De momento, estamos vivos ». Ante un conflicto en el que muchas de las víctimas están siendo civiles, parece inevitable que Markiv crea que «el odio es normal», aunque aclare «que no hacia todos los rusos, porque muchos no quieren a su Gobierno».
No es difícil encontrar ejemplos de rusos que sienten desafección por la tiranía de Putin. Andrii y Anton son pareja, se conocieron hace dos años en Moscú y desde entonces han intentado no separarse nunca. Viven en Barcelona. Uno es ucraniano y el otro es ruso, y ambos aseguran que la guerra no dañará su relación. «Muchas parejas de los dos países son mixtas, es algo habitual, aunque ahora resulte llamativo», relatan.
Hablando con ambos, es difícil saber cuál de ellos siente más rechazo por Putin. Parte de la familia de Andrii sufre el cerco de las tropas rusas: « Están bien, de momento », señala. Pero Anton también vive una situación complicada. Se enfrenta a duras penas de prisión si vuelve a Rusia por haber donado dinero al Ejército ucraniano desde España, pero afirma que estaría dispuesto a ir a la cárcel si le intentasen reclutar para atacar Ucrania.

Refugiarse en España
Como ni Rusia ni Ucrania permiten los matrimonios entre parejas del mismo sexo, Andrii y Anton llevan dos años viviendo de forma casi nómada entre España y sus países de origen. Pasan tres meses en cada lugar con visas de turista mientras trabajan a distancia, pero a Anton le despidió esta semana la empresa rusa en la que trabajaba. El inicio de la infame invasión ordenada por el Gobierno ruso les cogió haciendo las maletas para volar a Kiev. « De momento, nos vamos a quedar aquí », señalan. Andrii confía en obtener rápidamente el asilo como refugiado de guerra en España. Su intención es casarse después con Anton y poder empezar de nuevo juntos.
Por lo que respecta a la guerra, la pareja reconoce llevar días y días sin apenas comer ni dormir. «Los rusos que luchan no entienden en absoluto qué hacen en esa guerra. Fueron engañados por el Gobierno, que les dijo que iban a hacer entrenamientos. No sabían ni siquiera que iban a Ucrania, que es un país hermano, pues hablamos prácticamente el mismo idioma», reconoce Anton, sin despegar su mirada de las noticias que tienen puestas durante casi todo el día en la televisión. A su parecer, la gran mayoría de rusos viven en España está horrorizado con la invasión, los bombardeos y la muerte de civiles. « También hay provocadores rusos aquí en España, pagados por el Kremlin , tenemos constancia. Buscan crear conflictos entre las comunidades instaladas aquí», advierte. Por ese motivo, reclama a sus compatriotas que dejen de informarse a través de la propaganda de Moscú, cambien de mentalidad y acudan como él a las protestas contra la terrible agresión de Putin.
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