En el palacio secreto de Álvaro de Bazán: el héroe español que no perdió ni una batalla
La Armada renueva hasta 2088 el contrato de arrendamiento del palacio del Marqués de Santa Cruz, construido con mimo en el siglo XVI por el gran almirante español y sede, desde 1949, del Archivo General de la Marina
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Un ancla colosal luce orgullosa su brazo y su arganeo en los jardines del palacio del Marqués de Santa Cruz; curiosa decoración para Viso del Marqués, un coqueto municipio de dos millares y medio de habitantes a más de 300 kilómetros del mar. «¿Cómo que ... aquí no hay puerto? Tenemos uno al lado, en Despeñaperros...». La risa de Andrés Pisa, nuestro cicerone durante la visita, resuena en este trocito de la Italia renacentista que esconde Ciudad Real. La verdad, admite después de la chanza, es que el áncora en cuestión la trajo la Armada española; y tiene sentido, pues el edificio acoge también la sede del Archivo General de la Marina desde 1949.
A su lado, el alférez de navío Juan Manuel Mestre, conservador del palacio, añade un dato mientras se coloca con cuidado la gorra blanca de la Armada: «Es una de las dos sedes junto con la de Madrid. El archivo es el más importante de España y uno de los más destacados a nivel mundial. Alberga documentación clave que abarca del siglo XVIII hasta 1939». Y es que, además de puerto, aunque sea de montaña, Viso del Marqués cuenta también con su particular mar: el que forman los 12 kilómetros lineales de legajos históricos que custodia en su interior. «Preservamos, por ejemplo, expedientes personales de grandes héroes de la marina como Churruca», completa.
Hoy, al compás de un viento gélido y bajo un cielo grisáceo con aroma a Navidad, la Armada nos abre las puertas de un Palacio del Viso que está de actualidad. «Los marqueses cedieron el edificio por una cantidad simbólica durante 90 años. El acuerdo se renovará hasta 2088 este martes 12 de diciembre», añade Pisa. El precio por el arrendamiento fue una peseta de las de antes y, según nos confirman, así será de nuevo, aunque toque rebuscar la moneda bajo el colchón. A cambio, la labor de los marinos ha sido –y será– conservar y mantener este tesoro levantado por don Álvaro de Bazán en el siglo XVI.
Frescos de batallas
Los pasillos evocan historia, arte y glorias españolas; las de Bazán, para ser más concretos. «Fue el marino más grande de España. Luchó en 22 batallas y nunca perdió ninguna», explica Pisa. La más famosa tiene nombres y apellidos: Lepanto. Granadino de nacimiento e italiano de corazón, el que fuera primer marqués de Santa Cruz por la gracia de Felipe II empezó a levantar el palacio en 1564 encandilado por el Renacimiento que había mamado al otro lado del 'Mare nostrum'. «Contrató en Génova a una larga lista de artistas reconocidos como Giovanni Battista Castello, sus hijos –Nicolás Granello y Fabrizio Castello–, la familia Peroli o César de Bellis para que decoraran las paredes y los techos», sentencia el guía.
El resultado salta a la vista en el patio central. Bajo las hileras de columnas, Bazán hizo pintar una decena de frescos que representaban sus victorias navales. La de Navarino, en 1572, es nuestra primera parada: una obra de arte en la que una galera cristiana arremete contra otra turca. Y, sobre el cuadro, resalta un texto explicativo del poeta renacentista Cristóbal Mosquera de Figueroa, hombre de confianza de Felipe II. Pisa prepara el terreno: «Va una curiosidad». Su dedo señala el cartel. «Como no estuvo en la contienda, al final escribió que 'la jornada se muestra en el cuadro lo mejor que se puede'. Lo hizo en todas las cartelas».



Detallar el palacio llevaría muchas horas. «Aquí se pintó todo. Desde el interior de las chimeneas, hasta los corredores que daban acceso a las dependencias del servicio», desvela Pisa. Y nada se hacía al albur. El techo de la Sala de Portugal, por ejemplo, es una oda a la campaña en la que Felipe II se anexionó el país luso. «Lo que circunda la bóveda es un diario de navegación que arranca con la partida de la flota de Bazán desde Cádiz», explica el guía. En el fresco, el artista dio vida a los principales protagonistas. Todos ellos, ataviados como dioses o emperadores romanos.
Como dioses
Y es que ese es el segundo eje que vertebra la decoración del palacio: la mitología. Por las estancias desfilan Venus, Cupido... «Contamos con un fresco de la ninfa Calisto dando a luz a su hijo. Es el único parto representado en todo el Renacimiento italiano, y está aquí», añade Pisa. Otro tanto sucede con las esculturas que adornan las escaleras que dan acceso al segundo piso. «Una representa a Álvaro de Bazán como Poseidón, el dios de los mares. La otra le muestra como Marte, la deidad romana de la guerra, sometiendo al Imperio otomano», completa. Cosas del amor del marino por la 'bella Italia'. «Le encantaba. Ahí podéis ver una pintura de la loba que amamantó a Rómulo y Remo. Bazán le puso a su galera el nombre de 'La loba' en su honor», completa.
Los motivos mitológicos fueron usados también para decorar las paredes del palacio. «Lo normal era que no se pintasen porque, en invierno, iban cubiertas por tapices; pero él prefirió hacer una suerte de trampantojos», explica el guía. El resultado fue delicioso: tabiques en los que se recrean mármoles, columnas romanas, molduras... Por haber, hay hasta paisajes que evocan aquella Italia en la que el almirante residió durante la mayor parte de su vida. «Todavía están por estudiar. Los edificios representados se parecen al Partenón, al Coliseo o al castillo de Sant'Angelo. Es plausible que los artistas mezclaran muchos monumentos al trabajar», destaca.



Una hora después, la visita todavía promete. Mestre nos guía hasta el salón principal, ese en el que Bazán ordenó pintar en el techo la batalla de Lepanto. Atravesamos la puerta, alzamos la mirada ansiosos por disfrutar... y no hay nada. Pisa palía la evidente incertidumbre con una rápida explicación: «En 1755, el terremoto de Lisboa hizo que se perdiesen parte de los frescos. Además, se cayeron las cuatro torres que coronaban el tejado, que tuvo que remodelarse por completo». Los datos estremecen: de las 70 habitaciones y salones del palacio, apenas quedan 8.000 metros cuadrados de pinturas. El resto se ha perdido.
La última parada de la visita nos quita el sabor amargo del terremoto. En las catacumbas del palacio nos recibe Vicente del Campo, responsable de la sala de referencias, para mostrarnos los secretos del archivo de la marina. La sede no podría tener un nombre más apropiado: Álvaro de Bazán. Junto a él recorremos una de las siete salas que esconden documentos con tres siglos de antigüedad. «Cada una tiene tres pisos de estanterías con miles de legajos», desvela. Y, como colofón, nos presenta una perla histórica: el decreto que demostró que la fragata Nuestra Señora de las Mercedes era rojigualda. «Gracias a este documento, España recuperó el tesoro del caso Odyssey», añade.

Como despedida, Del Campo confiesa que le queda mucho trabajo; catalogar tres siglos de información puede llevar años. Pero que no se preocupe; de momento, tiene hasta el 2088.
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