La obsesión que martirizó a Colón hasta su muerte: organizar una cruzada para conquistar Jerusalén
El navegante solicitó a los Reyes Católicos que organizaran un ejército para devolver Tierra Santa a la cristiandad y se ofreció a colaborar con el dinero que obtuviera en las Indias. Fue parte de su faceta más religiosa, palpable en la obsesión por evangelizar a los nativos y utilizarlos #como misioneros
Japón, la isla «recubierta de oro» que quería saquear Colón

Los últimos años de don Cristóbal Colón, el marino de origen incierto que descubrió el Nuevo Mundo, navegan entre el mito y la incertidumbre. Se sabe que abrazó a la Parca el 20 de mayo de 1506, y que lo hizo enfermo y pobre; ... el resto, desde el lugar que le vio expirar hasta las causas de su muerte, se desconocen. Luis Pose Regueiro, licenciado en historia por la Universidad Gregoriana de Roma, añade a ABC que el Almirante se marchó al otro mundo triste por no haber cumplido uno de los sueños con los que había partido del puerto de Palos en 1492: «Desde sus primeras reuniones con los Reyes Católicos quería organizar una cruzada con la que retomar Jerusalén para la cristiandad».
Regueiro, de inconfundible acento gallego, habla con la seguridad que le da haber estudiado al Almirante durante años para dar forma a 'Cristóbal Colón: primer evangelizador de América' (Universidad de Letras). Aunque insiste en que la cruzada a Jerusalén es solo la punta del iceberg del lado más desconocido del personaje. «Sus dimensiones política y de navegante están muy estudiadas, pero hay una en la que apenas se ha fijado nadie: la religiosa. Las fuentes originales nos demuestran que esta faceta era importantísima y que uno de sus objetivos prioritarios era la búsqueda de la evangelización de los nativos». Aquello fue, de hecho, uno de los factores que le llevaron a ganarse el favor de la reina Isabel la Católica; y nótese el sobrenombre.
Beatrice Servadio Bris opina lo mismo: «Colón partió con la idea de extender la palabra de Dios entre los indios. Era hijo de su tiempo y la sociedad medieval estaba permeada por un fuerte sentido de la trascendencia». La artista, que cuenta con el máster de Pintura Histórica Ferrer-Dalmau, recibe a ABC en su taller mientras da los últimos retoques a un cuadro que le ha supuesto meses de investigaciones en los archivos. La escena, afirma, es el ejemplo de que al Almirante le movía algo menos terrenal que el comercio o las nuevas rutas marítimas, que también: «En su primer viaje trajo a un grupo de nativos a España y los bautizó en la catedral de Barcelona. Después, los devolvió a las Américas para que actuaran como los primeros misioneros de aquella tierra».
Con estos mimbres, no resulta extraño que Regueiro suspire con cierta desesperación cuando se le pregunta por la leyenda de que el Almirante era judío. «No tiene fundamento histórico alguno», responde. De hecho, afirma que uno de los ingredientes que generó ese mito fue su obsesión por recuperar Jerusalén. Pero suscribe que lo hizo desde la mentalidad cristiana, y en una época oscura para la santa cruz. «En el siglo XV, los turcos otomanos habían conquistado Constantinopla y avanzaban hacia Occidente. Esto provocó en Europa una reacción de miedo y de contraofensiva», desvela. Además, los ideales de las viejas cruzadas repiqueteaban en un Colón que había leído a los teólogos Arnau de Vilanova y Joaquín de Fiore; ambos, convencidos de que la monarquía peninsular tendría un papel clave en Tierra Santa.
Hacia Jerusalén
Dato mata relato, y Regueiro no dispara al albur. Sus afirmaciones se sustentan en una pila de documentos de época; muchos de ellos, escritos por el propio marino. Porque sí, el Almirante era un tipo de verbo fácil y alumbró decenas de informes y extensas cartas en las que dejó cristalinas sus intenciones. El experto afirma que Colón partió con esta premisa ya en su primer viaje; un planteamiento que también mantiene el reconocido historiador Felipe Fernández-Armesto. Y, como fuente clave, recoge una misiva que envió a los Reyes Católicos en marzo de 1493:
«Mediante la gracia divina [...] en siete años podré pagar a V. Altezas cinco mil de caballo y cincuenta mil de pie en la guerra de conquista de Jerusalén, sobre el cual propósito se tomó esta empresa».
Regueiro carga el arma y prosigue con los disparos: «No fue la única carta en la que hablaba de ello». En 1498, poco antes de embarcarse en su tercer viaje al Nuevo Mundo, escribió una misiva al mayorazgo, una institución de reparto de bienes, en la que explicaba que el tiempo no había marchitado sus ideas: «Supliqué al rey y a la reina que, de la renta que de las Indias tuviesen, se determinase gastarla en la conquista de Jerusalén». Añadía que su mayor deseo era que esta labor «la heredase don Diego», su hijo, a quien proponía para liderar la toma de la urbe si los Reyes Católicos así lo consideraban oportuno. Compromiso no le faltaba.

Las misivas en las que se refiere a su anhelada empresa se cuentan por decenas. En 1503, por ejemplo, repitió por enésima vez a los monarcas que «Jerusalén y el monte de Sión» debían ser «reedificados por mano cristiana». Y, poco antes, había escrito a Sus Majestades insistiendo en que tuvieran «por segura la victoria» en Tierra Santa. «Hasta que falleció, habló con los monarcas, con sus hijos y con sus amigos del tema en todo momento», añade Regueiro.
Fueron muchos los oídos que escucharon su teoría. El controvertido fray Bartalomé de las Casas recogió los deseos del Almirante, al que trató en persona: «Era devoto de que Dios le hiciese digno de que pudiese ayudar en algo para ganar el Santo Sepulcro; y con esta devoción suplicó a doña Isabel que hiciese voto de gastar todas las riquezas que por su descubrimiento para los reyes resultasen en ganar la tierra y la casa santa de Jerusalén».
Los pilares de la cristianización
El cuadro de Beatrice Servadio Bris, llamado 'Cristianos nuevos para un mundo nuevo', representa el bautismo de los primeros nativos que Cristóbal Colón trajo a Castilla en 1493 tras su primer viaje. «El elemento fundamental de la escena es la fuente donde se celebra el rito, hoy todavía presente en la Catedral de Barcelona. El indio central es Diego Colón, uno de los pocos bautizados de los que conocemos la biografía. A su lado se encuentra el obispo Mendoza, que unge a otro de estos nuevos cristianos», explica la autora a ABC. En la sombra se distingue a los Reyes Católicos, Isabel y Fernando, y, en primer plano, a un monaguillo. «Simboliza a Dios padre que, con una mirada tierna, nos invita a todos a ser parte de la Iglesia universal, como hizo Colón», finaliza.
La realidad es que sus sueños fueron vistos con suficiencia por sus superiores. El mismo Bartolomé de las Casas recogió que, cuando Colón presentó la empresa a los Reyes Católicos, estos «se rieron y dijeron que les placía», pero que no la veían factible. «Al final de su vida, la sensación del Almirante fue de fracaso por un motivo triple. El primero, no haber llegado a las tierras del extremo Oriente a pesar de intentarlo cuatro veces. El segundo, no haber puesto en marcha aquella cruzada. Por último, murió decepcionado por todos los conflictos que experimentó con los nativos, a los que buscaba evangelizar», finaliza el autor.
Evangelizador
Regueiro se detiene un segundo antes de colgar. No quiere despedirse sin repetir que aquella cruzada hacia Jerusalén es tan solo una de las mil pruebas que demuestran la fe del personaje. Y Servadio no puede estar más de acuerdo. Hace un año, esta pintora italo-española se propuso dar vida a uno de los episodios menos conocidos de Colón: el bautismo en la catedral de Barcelona de media docena de nativos que habían llegado con él desde las Américas. Cuando indagó en los archivos, se percató de que el Almirante buscaba extender el cristianismo con aquella ceremonia. «Según las fuentes, pudo celebrarse en mayo de 1493. Fue la primera piedra de la Iglesia americana, ya que, después, fueron enviados al Nuevo Mundo a predicar», sentencia.
Cristóbal Colón: primer evangelizador de América

- Editorial Universo de Letras
Mientras acaricia con el pincel la tez de uno de los personajes –el cardenal Mendoza, entonces obispo y una de las personas más poderosas de aquella España después de los reyes–, explica que reflotar el episodio no fue una tarea sencilla: «Ha llegado hasta nosotros muy poca literatura sobre el hecho en cuestión: una lápida presente en la capilla bautismal de Barcelona, algunos textos de un archivero contemporáneo al evento y brevísimas relaciones de los cronistas de Indias». Esa dificultad la cautivó. «Partiendo de esos documentos, he intentado reconstruir la historia de la forma más verosímil posible», completa.
Aunque, como en toda investigación, recuerda que todavía existen enigmas por resolver: «Nunca sabremos quién asistió al bautismo. Se ha escrito que fueron los reyes, pero se duda de Fernando porque acababa de sufrir un atentado».
En todo caso, la importancia de aquella ceremonia no tiene parangón para Servadio: «Me gusta pensar que, si hoy tenemos un Papa argentino, es en última instancia por aquel bautismo propiciado por Cristóbal Colón, germen de la misión evangelizadora que empezó en 1493 y que sigue hasta hoy».
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete