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José Antonio Primo de Rivera, el fundador de Falange cuya memoria se apropió Franco

El hijo del dictador murió fusilado en una cárcel de Alicante sin haber participado en la Guerra Civil

Los restos de Primo de Rivera serán exhumados el próximo lunes

La desesperada carta del líder de Falange para evitar que Franco le fusilara: «Hágalo por nuestra amistad»

José Antonio Primo de Rivera durante un mitin de Falange abc | EP
César Cervera

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José Antonio Primo de Rivera será exhumado el próximo lunes del Valle de Cuelgamuros después de una larguísima polémica sobre qué hacer con sus restos y con el propio templo. El fundador de Falange no sobrevivió al primer año de la Guerra Civil, pues fue fusilado en la cárcel de Alicante acusado de conspiración y rebelión militar contra la Segunda República, pero su legado fue usado por Francisco Franco para establecer las bases políticas de su régimen, pese a la oposición de muchos falangistas que criticaron una lectura interesada de su figura.

Hijo del dictador Miguel Primo de Rivera, José Antonio fue un abogado y político involucrado en la creación de Falange Española, principal representación del fascismo en España. No obstante, su evolución política fue desde un conservadurismo autoritario propio de su padre hacia el nacionalsindicalismo que se destilaba en países como Alemania o Italia. «Combinaba seriedad, rigor, timidez, simpatía y violentos brotes de «cólera bíblica», todo ello envuelto en una cuidada apariencia física», le describe el historiador Joan Maria Thomàs en su biografía 'José Antonio. Realidad y mito' (Debate, 2017) intentando desentrañar una personalidad tan compleja como la época.

La alargada sombre de su padre, que estuvo al frente de un régimen dictatorial entre 1923 y 1930, marcó la vida de José Antonio. Tras la muerte del general en París, en el mes de abril de 1930, abandonado por todos, no solo heredó el hijo el título de Marqués de Estella, con Grandeza de España, sino también la defensa de la memoria paterna. Por ello se convirtió en el objetivo de las nuevas autoridades republicanas, que le acusaron de hacer apología de la dictadura y de participar en varias conspiraciones monárquicas. Estuvo tres meses recluido en la Cárcel Modelo por su supuesta participación en el fracasado golpe de Estado del general Sanjurjo en agosto de 1932, pero no hubo manera de probar que hubiera cometido delito alguno. Y no sería la última vez que estaría entre rejas...

En pocos años pasó de ejercer un papel discreto en Acción Nacional durante los inicios de la Segunda República a crear su propio partido. En 1932 entró en contacto con el fascismo de Mussolini, al que visitó en Roma, y cambió su concepción de la política. Con pocos medios y menos apoyos sociales, José Antonio Primo de Rivera creó en el otoño de 1933 Falange, un movimiento político nacional sindicalista que fusionó el fascismo italiano con elementos patrios como la defensa de la unidad de España o la preeminencia del catolicismo, pero separando Iglesia y Estado. En 1934, Falange se fusionaría con las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista de Onésimo Redondo y Ramiro Ledesma Ramos, de modo que en cuestión de un año Primo de Rivera se encumbró como jefe principal e icono de este movimiento extremo con escaso apoyo electoral pero con gran presencia en la calle.

En pocos años pasó de ejercer un papel discreto en Acción Nacional durante la Segunda República a crear su propio partido

En calidad de líder del fascismo en España se entrevistó brevemente con Hitler, pero el führer no le causó una impresión favorable. Su ideología discrepaba en muchos puntos del movimiento nazi, aunque en otros coincidía. Primo de Rivera deseaba una «revolución nacional» basada en un Estado totalitario, con fuerte intervencionismo económico, incluida la nacionalización del sistema financiero y de los servicios públicos; además creía que la familia, el municipio y la corporación debían ser los sujetos principales de la política y confiaba en conseguir la separación de la Iglesia y el Estado.

Violencia callejera

Los resultados electorales nunca respaldaron a José Antonio, pero la radicalización de las juventudes comunistas, socialistas y anarquistas colocaron a los militantes falangistas en el ojo del huracán callejero. La violencia política dejó un reguero de sangre durante toda la república. No en vano, como recuerda el historiador Julio Gil Pecharromán en la entrada biográfica que le dedica a José Antonio en la RAH, él «personalmente se oponía al ejercicio de una violencia indiscriminada, pero terminó cediendo a las presiones de su entorno y, tras el asesinato de uno de los cuadros juveniles del partido, Matías Montero, autorizó una dura política de represalias que alcanzó uno de sus puntos culminantes con la muerte a tiros, en plena calle, de la joven socialista Juana Rico»

En las elecciones de febrero de 1936 las FE cosecharon un desastre electoral (el 0,4 % de los votos ) y el líder falangista quedó fuera del Parlamento. Sin embargo, Falange creció en las calles allí donde no tenía voz en el parlamento. Tras el atentado, el 11 de marzo de 1936, contra el catedrático de Derecho y militante socialista Jiménez de Asúa, llevado a cabo por un militante falangista, el juez municipal que llevaba el caso fue asesinado por pistoleros falangistas causando un gran escándalo entre las autoridades. Todo ello forzó la ilegalización del partido acusado de ser «responsable de los desórdenes públicos». Sus dirigentes, entre ellos Primo de Rivera, fueron encarcelados en Madrid. El líder falangista fue sometido a varios procesos penales durante la primavera que precedió a la Guerra Civil.

Acto de homenaje a José Antonio Primo de Rivera en San Sebastián (1941). ABC

Primo de Rivera negoció desde la cárcel la entrada de su partido en la conspiración militar contra el Gobierno frentepopulista en julio de 1936. Con todo, el líder falangista se negó a dar la orden de colaborar en el levantamiento hasta finales de junio por considerar a sus instigadores de corte conservador y monárquico. Cuando se inició la Guerra Civil, Falange se unió al levantamiento como grupo civil subordinado a los cabecillas militares en contra de lo deseado por su líder, que estaba preso por el Gobierno primero en Madrid y luego Alicante y no pudo oponerse.

Al estallido del conflicto se sugirió darle el «paseo» al falangista para retirarle rápido de la escena, pero este plan fue frenado por políticos poco afines a su ideología, como explica Joan Maria Thomàs en su biografía:

«Ante tamaño plan, elementos republicanos telefonearon al presidente Azaña, al presidente del Consejo, Giral, y a Indalecio Prieto. Todos ellos realizaron gestiones y lograron detener la operación».

Finalmente fue sometido a un juicio popular acusado de participar en la rebelión militar y condenado a muerte en la prisión alicantina el 20 de noviembre de 1936. En su testamento, José Antonio apeló a resolver las desavenencias políticas sin usar más la violencia: «Ojalá fuera la mía la última sangre española que se vertiera en discordias civiles». No lo fue.

Sin líder y en medio de las balas, Falange Española, que antes de la guerra tenía menos de 10.000 afiliados, se vio forzado a aceptar sin rechistar el Decreto de Unificación que por orden de Franco lo fusionó con el resto de las fuerzas políticas del bando nacional en un partido único, Falange Española Tradicionalista y de las JONS. José Antonio, presentado como un mártir, se convirtió en el principal referente ideológico del nuevo régimen, a pesar de que un sector importante de la Falange mostró su descontento por lo que interpretaba correctamente como un intento de desvirtuar su doctrina a cargo de los militares y la derecha católica.

José Antonio Primo de Rivera descansa en el Valle de los Caídos

El cadáver de José Antonio fue trasladado desde Alicante al Monasterio de El Escorial, y en 1959, a su tumba en el Valle de los Caídos, de donde será exhumado en un acto íntimo el próximo lunes. Su figura se convirtió en un mito hueco para el franquismo obviando hechos tan flagrantes como que el político mantuvo unas frías relaciones personales con Franco durante su vida o que era hostil, a pesar de ser creyente y practicante, a que la Iglesia se inmiscuyera en cuestiones del Estado.

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