Los diarios del médico privado de Hitler siguen desvelando secretos
Una nueva investigación basada en las notas tomadas por Theodor Morell entre 1941 y 1945 sostiene que el 'Führer' era un tipo hipocondríaco y enfermizo que padecía una infinidad de dolencias
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Sin un solo ser querido cerca de su lecho, vestido con un viejo uniforme desgarrado que le había entregado el enemigo y con un desagradable olor corporal. Así le sobrevino la muerte el 26 de mayo de 1948 al que había sido uno de los ... grandes hampones del Tercer Reich. Theodor Morell, de gafillas de concha y oronda figura, abrazó a la parca en un campo de internamiento americano aquejado de una insuficiencia cardíaca, y lo hizo sin llamar la atención; siempre había sido un tipo discreto. Pero la tarjeta identificadora que le habían entregado los Aliados delataba su condición: «Médico personal de Adolf Hitler». Con ese currículum, no sorprende que sus documentos fueran incautados por el Cuerpo de Contrainteligencia (CIC).
Los 'Diarios de Morell', 122 páginas escritas entre 1941 y 1945, permanecieron ocultos en los archivos durante décadas junto a otros tantos dossieres que el médico había elaborado sobre Hitler, al que llamaba el 'Paciente A': electrocardiogramas, radiografías de cráneo, análisis de orina, serologías, pruebas neurológicas, estudios dentales... ¡Hasta un informe médico de Mussolini! Un verdadero tesoro documental que empezó a ser estudiado en los noventa, pero que ha tenido una segunda vida en la última década de manos de varios expertos como Norman Ohler, que ha respondido hoy a la llamada de ABC. El último de ellos, eso sí, ha sido uno con acento español: Eric Frattini. «He investigado los informes a través del Bundesarchiv y mi conclusión es que hemos obviado que el 'Führer' era un tipo aquejado de muchísimas enfermedades, desde estreñimiento a colapsos nerviosos», explica a este diario.
En su último libro, 'El paciente A' (Espasa), Frattini revisa las ideas preconcebidas que se tenían sobre Morell y las dolencias de su enfermo más ilustre. Algunas las corrobora; otras las derrumba. Porque, a 80 años del suicidio del 'Führer', tiene clara una cosa: «Todavía nos queda mucho por saber sobre este personaje. Sobre todo de sus enfermedades». Una máxima que suscribe a ABC el periodista e historiador Jesús Hernández, autor de 'Eso no estaba en mi libro de Hitler' (Almuzara) y otra treintena de ensayos: «Todavía no tenemos un conocimiento exacto de sus dolencias. Por ejemplo, aunque parece que al final de su vida padecía de párkinson, no está claro. Hay especialistas que afirman que ya lo sufría antes».
Obsesionado
La primera pata de la investigación de Frattini gira alrededor del mismo Morell, un tipo del que, dice, se sabe poco: «Apenas se le cita en los ensayos de los grandes autores. Era famoso porque tenía una clínica en Múnich en la que se dedicaba a tratar enfermedades venéreas de los altos cargos del Reich». Sus palabras las corrobora Norman Ohler, el periodista que, hace una década, estudió los diarios del galeno en 'El gran delirio' (Crítica): «Sí, era un médico de profesión que tenía su consultorio en la Kurfürstendamm de Berlín». Las respuestas del alemán a ABC son escuetas, no parece que quiera ahondar en su antiguo trabajo. Ambos coinciden en que, pesar de que era un venerólogo, fue recomendado al 'Führer' por su fotógrafo personal, Heinrich Hoffmann, en 1936.
El paciente A

- Editorial Espasa
Frattini mantiene que la insistencia de Hoffman, preocupado por su precario estado de salud, doblegó a Hitler: «El 'Führer' hizo llamar a Morell a la Cancillería y este le detectó problemas de eccemas, costras y ampollas en las piernas y los pies». El venerólogo le curó en apenas veinte días y, con ello, se ganó la confianza del hombre más poderoso de Alemania. «Todavía nadie me había dicho con tanta claridad y precisión lo que me ocurre. […] Su camino para llegar a la curación discurre de una manera tan lógica que este doctor me hace concebir las mayores esperanzas», desveló el dictador a Albert Speer, uno de sus jerarcas. A partir de entonces, los destinos de uno y otro quedaron unidos durante ocho años.
Es aquí donde el investigador español da un paso más. En 'El paciente A', insiste en que Morell se convirtió en la sombra de Hitler. «Tenía una cercanía con él solo equiparable a la de Eva Braun. Era el que le veía desnudo, el que le tumbaba en la mesa para hacerle radiografías. Eso generó las envidias de personajes como Karl Brandt, el que había sido el médico personal del dictador hasta que fue relegado», añade. Frattini cree que el galeno actuó como una suerte de bálsamo de Fierabrás frente al pavor que el austríaco sentía hacia algunas enfermedades. «El 'Führer' era un hipocondríaco. Morell no utilizó esa palabra, pero sí anotó en su diario las veces que le habían llamado a la Cancillería por orden de Hitler, y fueron muchas», completa.



Y hete aquí la primera controversia entre expertos. Ohler, escueto, suscribe a Frattini. En sus palabras, «es posible imaginarse que Hitler era un hipocondríaco». Hernández, por su parte, rechaza esta idea: «No creo que fuera un rasgo definitorio de su personalidad. De hecho, tan solo se dejó explorar por dos médicos, y en muy contadas ocasiones. Si lo hubiera sido, hubiera acudido con frecuencia a más médicos. Pero, dejando aparte a Morell, prefería mantenerse alejado de ellos». En lo que coinciden los tres investigadores es en que estaba convencido de que no viviría mucho tiempo y que, por ello, escondía cierta «prisa vital» por conseguir sus objetivos.
Locos remedios
A través de los diarios, Frattini analiza también los diferentes males que aquejaron a Hitler. «De forma muy pulcra, Morell anotó durante la guerra, día a día, las enfermedades que padecía. No daba muchos datos, tan solo añadía los remedios con los que le trataba. Eso nos ofrece una información muy valiosa porque nunca se le ha analizado como paciente», completa. La lista es exagerada, aunque hubo una que le preocupó sobremanera: los constantes dolores de estómago que él mismo achacó en 1944 «a los enfados» por la torpeza de sus generales. Fueron cuatro los galenos que le trataron con dieta estricta antes de que su ángel de gafillas redondas le salvara con sus extravagantes remedios.
Problemas de gases; insomnio pertinaz; crisis de irritabilidad; dolores de tripa provocados, de forma presunta, por el síndrome de colon irritable; dificultades respiratorias; estreñimiento; agotamiento recurrente... El Hitler que muestran los diarios de Morell es un hombre achacoso cuyas enfermedades se multiplicaron según avanzó el conflicto. Y Frattini, basándose en los datos de su médico personal, achaca muchas de ellas a la ansiedad que le atenazaba. «Si cruzas las entradas del diario con una cronología de la Segunda Guerra Mundial es muy fácil relacionar las dolencias con episodios de estrés», explica. Los ejemplos se cuentan por decenas. En 1941, tras una fuerte discusión con Joachim von Ribbentrop, llamó a su galeno quejándose de un fuerte dolor en el corazón. «El 'Führer' debe tener algún problema cardíaco», apuntó el entonces ministro de Asuntos Exteriores.

La solución que Morell dio al 'Paciente A' fue un tratamiento a base de cócteles de pastillas y medicamentos poco ortodoxos: cocaína, anfetaminas, glucosa... «Para tener contento a Hitler, le inyectaba peligrosos estimulantes que le proporcionaban energía y bienestar inmediatos, pero que minaban su salud. Además, se negaba a dar información de esos fármacos a los especialistas que en alguna ocasión trataban a Hitler, con el riesgo de que los dos medicamentos fueran incompatibles», apostilla Hernández. Ohler cifró en su momento en 74 el número de estimulantes que llegó a tomar el 'Führer'. Frattini, por su parte, eleva esta cifra hasta 82. «La CIA las contó en un informe desclasificado hace unos años. Yo lo tengo claro: era su camello personal», sentencia.
Sobre la lista de drogas se ha hablado mucho. Ohler ya señaló en 2016 que Morell administraba a Hitler cantidades insanas de Pervitín, un fármaco elaborado a base de metanfetamina que era legal en el Tercer Reich. «Los diarios demuestran que el doctor se lo recetaba antes de los discursos. Con todo, se cuidaba mucho de lo que le inyectaba porque tenía verdadero pánico a que le afectara a la salud y recibiera una visita de la Gestapo», desvela.
Para el colon irritable, el médico le administró un preparado cuya base era aceite para limpiar armas utilizado en la Gran Guerra. Aquello le provocó a Hitler efectos secundarios como irritabilidad, fotofobia, pérdida de peso y calambres abdominales. «Utilizaba el método de prueba error con él, experimentando con combinaciones de todo tipo de drogas o concentrados de vísceras de animales que en ocasiones estaban ya podridas», añade Hernández.
Los ejemplos son infinitos, y entre ellos destaca el Mutaflor, unas cápsulas para reducir el dolor de estómago que Morell decía elaborar a base de «los mejores cultivos de un campesino búlgaro». O unos potentes somníferos que le suministraba y que guardan todavía secretos para Ohler. «No examiné las pastillas para dormir que tomaba cada noche. Esto era parte de su adicción y podría investigarse más a fondo», admite. Lo que mantiene Frattini es que fue esta ligereza a la hora de recetar drogas la que cautivó a Hitler, y es que le daba soluciones rápidas para dolores que otros consideraban imposibles de paliar.
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