Cuatro exhumaciones y un entierro peligroso: el follón oculto de Franco con el cadáver de Primo de Rivera

Desde que fuera fusilado en la prisión de Alicante, los restos del líder de la Falange pasearon por media España hasta arribar al Valle de los Caídos

La desesperada carta del líder de Falange para evitar que Franco le fusilara: «Hágalo por nuestra amistad»

Llegada de los restos a la Gran Vía en 1939 ABC

Fue un evento con mayúsculas para los medios de comunicación de la época. El 31 de marzo de 1959, una instantánea en la que cientos de personas portaban un ataúd por las calles copó la portada de ABC. Bajo ella, se podía leer: «El féretro que contiene los restos de José Antonio Primo de Rivera avanza [...] desde el monasterio de El Escorial hasta el Valle de los Caídos». Aquella fue la última vez –y hubo hasta dos más– en la que el cadáver del fundador de la Falange fue exhumado. Hasta hoy, al menos. Y es que, esta misma mañana han comenzado las labores para sacarle de Cuelgamuros y enterrarle en el cementerio de San Isidro por petición expresa de la familia tras entrada en vigor de la Ley de Memoria Democrática.

La orden de la extracción y posterior inhumación en el Valle de los Caídos de los restos del líder de la Falange había venido del mismísimo Francisco Franco. Aunque, como explica el experto en la época franquista y en la Guerra Civil José Luis Hernández Garvi en su obra 'Ocultismo y misterios esotéricos del franquismo' (Luciérnaga, 2018), «el dictador ni se dignó a acudir» a la ceremonia. De forma más que probable, porque sabía que las diferencias que había mantenido en vida con este personaje y la promulgación del Decreto de Unificación de abril de 1937 había hecho que se ganara el odio de sus seguidores más fervorosos.

De un lado a otro

José Antonio Primo de Rivera, el mismo hombre que tildó a Franco de extremadamente evasivo y cauteloso después de mantener una reunión con él en 1934, fue fusilado por la República el 20 de noviembre de 1936 en el patio de la cárcel de Alicante. La misma hasta la que le habían llevado desde Madrid tras el comienzo de las hostilidades. Una hora después de que abandonara este mundo –según los presentes, tras «gritar dos o tres veces 'arriba España'»– la furgoneta de la funeraria llevó sus restos hasta la fosa común de un cementerio cercano. A partir de entonces, el jefe de la sublevación militar se refirió a él como 'El ausente' y no dudó en elevarle hasta la categoría de héroe en su favor.

Dos años después, lo que quedaba de su cadáver pasó a un nicho del cementerio de Nuestra Señora de los Remedios, donde permaneció hasta que la Segunda República se rindió tras la toma de Barcelona.

Una vez finalizada la Guerra Civil, Franco decidió exhumar sus restos y llevarlos hasta el monasterio de San Lorenzo de El Escorial. La fecha seleccionada, como no podía ser de otra forma, fue el 20 de noviembre, aunque de 1939. El ataúd fue cubierto de terciopelo y llevado a brazo desde Alicante hasta su nueva residencia durante diez jornadas. Los porteadores, falangistas, se turnaron cada diez kilómetros y dispararon salvas de artillería para honrar al fallecido durante el trayecto. Algo más de una semana después la comitiva arribó hasta la capital y atravesó la Gran Vía y la Plaza de España en su camino hasta su lugar de descanso. Ya en su destino, Primo de Rivera fue inhumado a los pies del altar mayor de la Basílica después de que el propio Franco le dedicara unas palabras: «Dios te de el eterno descanso».

Exhumación del cadáver de José Antonio Primo de Rivera en el cementerio de Alicante. Las ropas de José Antonio son identificadas por su hermano Miguel Primo de Rivera y Pilar Millán Astray ABC

La de El Escorial, aunque extensa, fue una estancia momentánea. Antes incluso que de que se inaugurara el Valle de los Caídos, allá por el 1 de abril de 1959, Francisco Franco desplazó de nuevo los restos del fundado de Falange hasta Cuelgamuros. «El 1 de agosto de 1958, cuando el Valle fue abierto al público, Franco inició las gestiones para el traslado de los restos mortales de José Antonio Primo de Rivera. Hasta entonces habían reposado a los pies del altar mayor de la Capilla de los Reyes, pero esa medida había ofendido a los monárquicos, que consideraban el enterramiento provisional del cuerpo de un líder falangista en la obra cumbre de Felipe II como poco más que una profanación», explica el investigador, divulgador histórico y escritor.

Exhumado por Franco

La exhumación se llevó a cabo el 29 de marzo de 1959 bajo la expectación de los medios de comunicación, aunque en una ceremonia íntima y no oficial por expresa petición de la familia. El diario ABC dejó constancia de todo el proceso dos jornadas después en un reportaje titulado «Los restos de José Antonio Primo de Rivera fueron trasladados desde El Escorial al Valle de los Caídos, donde recibieron sepultura definitiva».

En palabras del cronista, todo el proceso discurrió en un «silencio impresionante» a eso de las siete de la tarde. No faltaron a la ceremonia el «subsecretario de la Presidencia, don Luis Carrero Blanco», el ministro de justicia o el jefe provincial de Falange, Jesús Aramburu Olarán, entre otros tantos. Pilar y Miguel, hermanos del fundador del movimiento, arribaron poco después para despedirse, una vez más, de José Antonio. El levantamiento de la lápida comenzó poco después de que la comitiva estuviese completa. «A las ocho y cinco en punto se logró levantar la mitad de la gigantesca piedra, de 3.500 kilos de peso , por medio de tres barras de hierro», escribía ABC.

Los restos del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera, serán exhumados este lunes de su emplazamiento junto al altar mayor de la basílica del Valle de los Caídos ABC

Una vez que quedó descubierta la mitad de la sepultura «hasta permitir la entrada de una persona a la tumba», uno de los responsables de pompas fúnebres encargados de la tarea bajó hasta el hoyo para cerciorarse de que el féretro podía ser transportado sin problemas. «Este se encontraba totalmente carcomido en su base inferior, pudiendo verse por los lados la caja de cinc con los restos de José Antonio. El resto del féretro, así como la bandera de Falange que lo cubría, se hallaban intactos y en perfecto estado de conservación. Las flechas de plata de los lados de la caja y sus cuatro asas también», dejó patente el cronista.

A las ocho y veinte comenzó el proceso como tal. Los operarios pasaron una cuerda por debajo del féretro, tiraron de ella y, con cuidado, extrajeron la caja, que fue ubicada en el suelo de la basílica. La emoción fue máxima entre los presentes antes de que el padre prior de la Comunidad agustiniana del Monasterio rezara en memoria del fallecido. Después, el féretro fue situado en las mismas andas que se habían usado veinte años atrás para hacer el viaje desde Alicante hasta la capital. «Al ser izado el féretro, los familiares y autoridades asistentes se acercaron hasta el lugar», describía el cronista. A Pilar, hermana de José Antonio, le fue entregada entonces la enseña que cubría el ataúd, pues «anteriormente había expresado este deseo».

Todavía quedaba velar el féretro. Acto seguido, fueron colocadas seis grandes velas alrededor de la caja y se inició el primer turno, «formado por altas jerarquías del Movimiento». No se permitió la entrada al lugar a nadie que no contara con un pase especial por expreso deseo de la familia. De hecho, apenas se repartieron 24 pases especiales para presenciar la ceremonia. Ni siquiera los medios pudieron acceder. Tan solo asistieron un redactor del diario Arriba y cuatro del No-Do. Así lo recogieron estos últimos: «Se efectúa la exhumación de los restos mortales del fundador de la Falange, que durante 19 años reposaron a los pies del altar mayor». Las imágenes mostraron los rostros de una familia taciturna y un sin fin de altas personalidades en el evento .

Camino a Cuelgamuros

A las once de la noche comenzaron los preparativos para el último viaje de Primo de Rivera. «El féretro fue izado después a hombros de los ministros Solís, Arrese, Iturmendi y Carrero Blanco». También colaboraron sus hermanos, varios miembros veteranos de Falange y «numerosas representantes de la Sección Femenina». Como quedó inmortalizado en la imagen publicada tres días después, a la cabeza de la comitiva se ubicó una guardia de afiliados y una «monumental corona de laurel» en honor del fallecido.

El cadáver de José Antonio primo de Rivera sale a hombros de la junta política de Alicante en el traslado de sus restos mortales ABC

A la mañana siguiente, y según ABC, las carreteras que conducían al lugar «se vieron repletas de vehículos de todas las clases que transportaban afiliados deFET y de las Jons». En palabras de los diarios, una gran muchedumbre acompañó al féretro desde El Escorial hasta la basílica de Cuelgamuros en un trayecto de unos trece kilómetros. En este caso los turnos de relevo se establecieron cada cien metros.

Al llegar a su destino, y tal y como señala Garvi en su obra, Carrero Blanco, entonces la mano derecha de Franco, recibió «los insultos y los pitidos de los miles de falangistas que se habían concentrado en la gran explanada para recibir los restos mortales». Era lo esperado y la causa por la que, con casi toda seguridad, el antiguo jefe del Estado no quiso acudir. «Con sus protestas manifestaban su frontal oposición a Franco, a quien consideraban un usurpador de los principios de la ideología falangista que había defendido José Antonio, y a quien acusaban de apropiarse de un mito que no le pertenecía», desvela el autor. No se tomaron represalias contra ellos.

A continuación, el féretro entró en la basílica, donde fue depositado frente al lugar que ha ocupado hasta el día de hoy. «El emplazamiento de la sepultura de José Antonio en la basílica de Cuelgamuros es idéntico al que ocupaba en el monasterio de El Escorial, es decir, a muy poca distancia del altar mayor y en frente de él», explicaba ABC. Si a la vela habían acudido los grandes gerifaltes del régimen, otro tanto pasó con aquella ceremonia. Entre los presentes se pudo vislumbrar a Agustín Muñoz Grandes o Ramón Serrano Suñer. Una misa y un responso después, los restos fueron inhumados en una tumba sobre la que se ubicó una lápida con una sencilla inscripción: «José Antonio». «Franco había obtenido lo que quería, un mártir que simbolizase el sacrificio de su lucha contra el mal», finaliza Garvi.

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