¿Desde cuándo se cambia la hora en España? De los caprichos de Franco y el Reich a la adaptación a Europa
Treinta años después de que el dictador se uniese al huso horario alemán, una crisis energética empujó a Europa a adelantar y retrasar los relojes
Cambio de hora: nueva polémica por el horario de invierno que entra en vigor esta semana

Recuerden los más despistados que, este fin de semana, toca retrasar los relojes una hora. En la noche del sábado, a las tres de la madrugada serán las dos. Una pequeña variación para el hombre, pero un gran paso para el ahorro de energía. O eso explicó la Comunidad Económica Europea en los años ochenta, cuando una directiva hizo oficial el llamado horario de verano. Pero, ¿desde cuándo se cambia en España la hora? Los orígenes más remotos se hallan en 1918, año en que un Real Decreto adoptó esta idea «como medio de conseguir el ahorro de carbón». A partir de entonces se aplicó de manera intermitente hasta 1974, momento en que llegó para quedarse.
Aunque durante la Guerra Civil el bando republicano coqueteó con los cambios de hora, el 16 de marzo de 1940 se produjo la modificación más sustancial. Una como no se había visto antes. Mientras los Panzer alemanes calentaban motores para atravesar Francia de lado a lado apenas un mes después, los españoles adelantaron las manecillas de sus relojes sesenta minutos. Las once de la noche se convirtieron así en las doce por arte de magia y de Francisco Franco. De esta forma, nuestro país pasó a tener el horario central europeo (GMT+1), y no el occidental, que le corresponde por ubicación geográfica.
Cambio de hora en España
El cambio quedó registrado en el Boletín Oficial del Estado: «Hora legal. Se adelanta sesenta minutos. Considerando la conveniencia de que el horario nacional marche de acuerdo con los de otros países europeos, y las ventajas de diversos órdenes que el adelanto temporal de la hora trae consigo, dispongo: el sábado 16 de marzo, a las 23 horas, será adelantada la hora legal en sesenta minutos». En el artículo quinto del mismo texto se especificaba también que, «oportunamente se señalará la fecha en la que haya de restablecerse la hora normal». Aunque, más de ocho décadas después, no se ha vuelto al huso horario natural.
Siempre se ha coqueteado con la idea de que Franco modificó el huso horario español como un guiño a Adolf Hitler. El enésimo después de despachar a la División Azul a la Unión Soviética y enviar a sus ministros en visita oficial a Alemania en varias ocasiones. Pero, más allá de las causas ideológicas, otros tantos países como Portugal, Francia o Gran Bretaña hicieron lo propio para adecuarse a los tiempos de Berlín. La diferencia, según explica el profesor José María Fernández-Crehuet en 'Husos horarios españoles: racionalidad frente a leyenda', es que, mientras que estos volvieron a la normalidad tras el final de la Segunda Guerra Mundial, nuestro país no hizo lo propio.
Pero ni siquiera el tiempo es eterno y, décadas después, España sufrió el enésimo cambio en su forma de medir el tiempo. La crisis petrolera de los años setenta obligó a Europa a plantearse nuevas formas de ahorrar combustible. Así fue como se empezó a barruntar la necesidad de un cambio de hora para aprovechar más la luz del sol. Una medida con tres siglos de antigüedad, pero efectiva. En 1974 algunos países –entre ellos el nuestro– aplicaron estos cambios y, en 1980, la Comunidad Económica Europea coordinó a sus miembros para implementar esta idea, que se aplica como directiva desde entonces y se renueva cada cuatro años.
En España, como en el resto de Europa, se estableció en 1981 que los últimos domingos de marzo y septiembre se ajustarían los relojes. Aunque en 1996 se trasladó al último domingo de octubre. El siguiente hito se sucedió en 2001, cuando el Consejo de la Unión determinó que ya no sería necesario renovar la directiva cada cuatro años. Una decisión que el ordenamiento jurídico de nuestro país registró en 2002 a golpe de Real Decreto. «La decisión de adelantar la hora oficial por el tiempo de una hora durante los meses con mayor cantidad de horas de luz se ha venido adoptando en España y en otros países desde las primeras décadas del siglo XX», se podía leer en el BOE.
El ideólogo del cambio de hora
La lucha contra el derroche energético tiene tantos padres como la Constitución española de 1978. Es por ello que cuesta rastrear su verdadero origen. Aunque la mayoría de los historiadores coinciden en que uno de sus primeros defensores fue Benjamin Franklin . Casi nada. En una extensa misiva enviada a los editores del 'Journal of Paris' en 1784, y bajo firma anónima, el político expuso lo absurdo que le parecía el despilfarro y abogaba por valerse de la luz natural antes que usar otro tipo de energía:
«Estuve en […] la presentación de la nueva lámpara de los señores Quinquet y Lange, y se la admiró mucho por su esplendor; pero se preguntó si el aceite que consumía no era proporcional a la luz que proporcionaba, en cuyo caso no habría ningún ahorro en su uso. […] Me fui a casa y a la cama […] con la cabeza ocupada con el tema. Un ruido repentino y accidental me despertó alrededor de las seis de la mañana, cuando me sorprendió encontrar mi habitación llena de luz; […] frotándome los ojos, percibí que entraba luz por las ventanas. […] Consideré que, de no haberme despertado tan temprano en la mañana, habría dormido seis horas más a la luz del sol, y a cambio habría vivido seis horas la noche siguiente a la luz de las velas».
Aquel sencillo descubrimiento hizo que el bueno de Benjamin atase cabos. ¿Cómo podía solucionar el problema del ahorro de energía? En la misiva desgranó, con datos y cálculos precisos, el gasto que suponía alumbrarse con las costumbres trasnochadoras de la época. Y lo hizo en velas, como procedía, y a lo largo de un mes. El resultado fue escalofriante: casi 97 millones de libras de apoquine para 100.000 familias. «¡Es una suma inmensa!», añadió. Como solución, algo rudimentaria, propuso «acabar con las viejas costumbres» y hacer sonar las campanas de las iglesias en cuanto saliera el sol para despertar a sus conciudadanos.

Es cierto que Benjamin Franklin puso los mimbres sobre los que luego se sustentaría el cambio de hora que nos afecta este fin de semana. Y nadie le quita su parte de responsabilidad en ello. No obstante, el hombre que impulsó la llegada palpable del llamado horario de verano no fue un filósofo ni un gran pensador de su era, sino un constructor de Londres que vivió entre 1857 y 1915 llamado William Willett. Un iluminado, si me permiten el juego de palabras, más de un siglo después.
Willet tuvo una revelación similar a la de Franklin. Aficionado como era a los deportes y a las actividades al aire libre, paseaba una mañana de verano a caballo cuando observó que ninguno de sus vecinos se había levantado a pesar de que había salido el sol. Todas las cortinas estaban echadas, las ventanas cerradas y la luz, por tanto, desperdiciada. Cansado del derroche, en 1907 repartió en su vecindario un folleto titulado 'El desperdicio de la luz del día'. El texto, extenso, analizaba -como ya hiciera Franklin- el gasto que suponía no valerse de los rayos del astro rey y proponía un cambio clave en la forma de vida de los ciudadanos:
«Si reducimos en 20 minutos la duración de cuatro domingos, pérdida de la que prácticamente nadie sería consciente, tendremos 80 minutos más de luz diurna a partir de las 6 de la tarde todos los días de mayo , junio , julio y agosto […] Por tanto, me atrevo a proponer que a las 2 de la mañana de cada uno de los cuatro domingos de abril, la hora estándar se adelante 20 minutos ; y cada uno de los cuatro domingos de septiembre, se retrase 20 minutos. […] No perdemos nada y ganamos sustancialmente. Después de habernos decidido a conformarnos, en cuatro ocasiones, con un domingo de 23 horas y 40 minutos».
La propuesta arribó hasta los miembros del Parlamento, de los gobiernos locales y de otras tantas organizaciones. Su máxima, tal y como el mismo determinó, era mejorar la saludad y aumentar la felicidad de los ciudadanos, además de ahorrar la friolera de 2,5 millones de libras esterlinas a la sociedad y al estado. Y eso, incluyendo también el dinero que dejarían de ingresar las compañías eléctricas. La idea se materializó en un proyecto de ley, pero no tuvo éxito tangible hasta muchos años después.
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No fue hasta la Primera Guerra Mundial cuando se puso en práctica su idea. Y no en Gran Bretaña, sino en Alemania. En un esfuerzo por ahorrar combustible para contribuir al esfuerzo de la contienda, los germanos y los austríacos adelantaron los relojes una hora a las once de la noche del 30 de abril de 1916 . Inglaterra hizo lo propio tres semanas después, el 21 de mayo de ese mismo año. Luego le tocó el turno a Bélgica , Dinamarca , Francia , Italia , Luxemburgo, los Países Bajos, Noruega, Portugal, Suecia y Turquía. Por desgracia, William murió el año anterior, por lo que nunca vio su idea puesta en práctica.
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