Guerra Civil
El infierno de Belchite: las mentiras de Franco sobre el «pequeño Stalingrado» de la Guerra Civil
Repasamos, de la mano de Eladio Romero y Alberto de Frutos, la contienda que destruyó la ciudad aragonesa
Moncloa promete cuatro millones de euros para salvar las ruinas de Belchite, símbolo de la Guerra Civil

Arcos sin tejados que sustentar, tapias torcidas por el paso del tiempo y las bombas, escombros… El Pueblo Viejo de Belchite , o lo poco que queda de él, se ha convertido en un símbolo de la barbarie de la Guerra Civil . ... En su seno se dejaron la vida unas 5.000 almas de uno y otro bando. Nadie desconoce su nombre, pero saber qué ocurrió en su interior es más difícil. La triste realidad es que la ciudad que quedó herida de muerte en el conflicto fratricida – la misma que el Gobierno promete rehabilitar, aunque en la siguiente legislatura – fue el epicentro de una ofensiva por la toma de Zaragoza. Un ataque que acabó en desastre para ambos bandos.
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La destrucción a la que fue sometida la ciudad ha hecho que la de Belchite sea la batalla que permanece en nuestra memoria. La realidad, sin embargo, es que el avance sobre la urbe se sucedió en el marco de una ofensiva mucho más ambiciosa por parte del Ejército Popular . Así lo afirma a ABC el periodista e investigador Alberto de Frutos, autor de varias obras sobre el conflicto como la superventas '30 paisajes de la Guerra Civil’ : «El objetivo último era conquistar Zaragoza , y el inmediato, aliviar la presión sobre el frente Norte , que no tardaría en caer en manos de los sublevados».
Demasiado audaz
Un ataque de distracción, como otros tantos que planteó la Segunda República a lo largo de la Guerra Civil. Eladio Romero , doctor en Historia y autor de ‘ La batalla de Belchite ’, es de la misma opinión. En sus palabras, la ofensiva «buscaba conquistar Zaragoza en menos de una jornada». Una misión que, ya sobre el papel, planteaba severas dudas. « Era demasiado audaz », confiesa a ABC ufano. A través del teléfono, el experto recuerda que el «planteamiento corrió a cargo de Antonio Cordón , comunista y segundo de Vicente Rojo » y que involucró en total a unos 80.000 hombres, un centenar de aviones y un nutrido número de carros de combate.

Con todo, Romero afirma que es necesario romper los mitos que uno y otro bando extendieron tras la Guerra Civil . «El Ejército Popular no era tan superior en número como se ha dicho. Sí contaba con más carros de combate, aviones y hombres que los franquistas, pero en poca medida. Por poner un ejemplo, al segundo día de la ofensiva los sublevados tenían ya sobre el terreno 60.000 soldados», desvela. Este tipo de mentiras fueron fomentadas por la propaganda del ejército Nacional para poner en valor la resistencia.
Mención aparte requiere la diversidad de unidades que formaban el ejército de la Segunda República. «Era una mezcolanza, lo que le quitaba efectividad. Había brigadas internacionales, tropas de reemplazo, unidades anarquistas, brigadas catalanistas…», completa el experto en declaraciones a ABC.
Además de su diversa procedencia y de su –en muchos casos– ínfima formación militar, el doctor en Historia recalca que las diferencias que existían en el Ejército Popular supusieron una lacra difícil de salvar: «Los anarquistas se mostraron descontentos desde el principio porque, aunque ellos custodiaban la zona en la que se iba a llevar a cabo la ofensiva, se les dejó en segundo plano. Como los mandos eran comunistas no se fiaron de ellos. Y lo cierto es que acertaron, porque fueron bastante negligentes». En su opinión, por tanto, a las fuerzas encargadas de acometer la conquista de Zaragoza les faltaron cohesión, entrenamiento y medios.
Centrarse en Belchite
Al plan se le vio las costuras desde los primeros instantes. «El ataque falló en sus tres frentes. Por el norte, el Ejército Popular se vio detenido en Zuera . En el centro les sucedió otro tanto en Villamayor . Por el sur ocurrió lo mismo en Fuentes de Ebro , donde se cortó de raíz la ofensiva», desvela Romero. La superioridad aérea inicial de la Segunda República se esfumó, por si fuera poco, en unas pocas jornadas. Justo las que tardó Franco en enviar a la aviación italiana y a la Legión Cóndor hasta la región.
«A partir de entonces los generales republicanos decidieron centrar sus esfuerzos en Belchite, que había quedado en retaguardia. Se propusieron hacerse con ella para decir que habían conquistado algo», desvela el autor de ‘La batalla de Belchite’. De Frutos es de la opinión de que centrarse en esta plaza desdibujó el objetivo final: «Como solía pasar en el Ejército Popular, nada salió como se esperaba. Al final, se obcecaron en tomar una plaza menor y acabaron olvidándose de su meta». En la práctica, no obstante, las unidades gubernamentales iniciaron el cerco de la localidad el 24 de agosto y, en las jornadas siguientes, se prepararon para el asalto.
«Como solía pasar en el Ejército Popular, nada salió como se esperaba. Al final, se obcecaron en tomar una plaza menor y acabaron olvidándose de su meta»
El asedio de Belchite comenzó de manera oficial a finales de mes. Hasta entonces el único republicano que había pisado la ciudad había sido el conductor de un camión que tuvo la mala fortuna de equivocarse de camino al regresar de una posición avanzada. Los que sí la habían sobrevolado una y otra vez habían sido los bombarderos gubernamentales. Su objetivo: acabar con la moral de los defensores a golpe de explosivos. La sinfonía de bombas la completó la artillería que, durante jornadas, destruyó los edificios más altos de la localidad. Así comenzó la brutal destrucción de la urbe.
El 28 de agosto tomaron posiciones las brigadas 153, 32, 116, 117 y 118. Lo hicieron apoyadas por 20 carros de combate y un grupo de artillería. En total, unos 24.000 hombres que, bajo el mando del general Walter – Karol Świerczewski –, se enfrentaron a unos pocos miles de sublevados. «Los defensores contaban con unos cuatro mil combatientes al mando del coronel Enrique San Martín Ávila . En la práctica eran guardias civiles, requetés, legionarios y falangistas», explica a este diario De Frutos. A su favor tenían el terreno y algunas defensas. «Al este habían establecido posiciones elevadas sobre una meseta. Al oeste otras tantas como el Santuario del Pueyo . Al sur, un seminario defendía el río Aguasvivas », añade el doctor en Historia.
Casa a casa
No fue sencillo. Ni mucho menos. Si a este y oeste los republicanos avanzaron hacia el casco urbano de Belchite, no sucedió lo mismo en el sur. «En el seminario hubo una resistencia a ultranza por parte de un grupo de requetés. Al final solo quedaron unos noventa que consiguieron marcharse», desvela Romero. A principios de septiembre los asaltantes ya estaban en el casco urbano. Entonces fue cuando comenzó un auténtico infierno. « Fue un ataque casa por casa y calle por calle . Nuestro pequeño Stalingrado ». La defensa se redujo entorno a la Plaza Nueva, al Ayuntamiento y a la Iglesia de San Martín.
Desde todos los puntos, los franquistas enviaban una y otra vez mensajes solicitando ayuda a Zaragoza. Peticiones algunas que escribían con sorna, como la del alcalde Ramón Alfonso Trayero : «Los españoles de aquí no tenemos prisa. Si antes de que lleguéis vosotros llega la muerte, bienvenida sea». Lo que sí recibieron por vía aérea fueron vituallas (piernas de jamás incluídas), prensa, correo y municiones. Y es que, para entonces, la Aviación Nacional dominaba ya la cúpula celeste.

Toda aquella lucha vivienda a vivienda fue la que remató a una población ya harta de combates. «Los republicanos atacaron con explosivos de mano las casas. También iban armados con latas de gasolina para quemar los edificios que se resistieran. Para ellos supuso un gran desgaste conquistar el casco urbano. Los franquistas tenían conectadas las viviendas, así que podían marcharse cuando su defensa iba a ser superada», incide Romero.
El 7 de septiembre los sublevados recibieron, a través de la radio, la orden de retirada. «Al final, sí, una victoria simbólica, pero, a la vez, pírrica y del todo inútil, que destruyó un pueblo tras doce días de asedio y excitó la propaganda franquista, que resumiría aquellas jornadas en el ‘Belchite fue algo glorioso’ del cronista Víctor Ruiz Albéniz», finaliza, en este caso, De Frutos.
Después comenzó la batalla de la propaganda. Los republicanos insistieron en que la conquista había cambiado el destino de la contienda. Los sublevados, por su parte, insistieron en que sus fuerzas habían combatido contra… ¡150.000 soldados enemigos! «La cifra no se corresponde con la realidad. Hubo 80.000, y en todo el frente», añade, en este caso, el doctor en Historia.
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