El error del marxismo sobre los bandoleros españoles: criminales sin piedad y no justicieros de los pobres
Prestigiosos historiadores como Eric Hobsbawm y Fernand Braudel, y escritores como Cervantes y Lope de Vega, describieron este fenómeno como un acto de rebeldía contra la miseria y el abuso de los gobiernos y las monarquías, que luego la literatura, el cine y series como «Curro Jiménez» elevaron a la categoría de mito, «aunque fuese deformando la realidad»

«Esta es la razón por la que Robín de los bosques es nuestro héroe y lo seguirá siendo». Así de tajante se mostraba Eric Hobsbawm en «Bandidos» (Weidenfeld & Nicolson, 1969), un estudio ya clásico, reeditado en infinidad de idiomas en cincuenta años, ... sobre el bandolero como símbolo de justicia social en favor de los más desfavorecidos. Fueron este historiador británico y el no menos célebre Fernand Braudel , ambos cercanos al ideal marxista, quienes se empeñaron en explicar este fenómeno como un acto de rebeldía contra la miseria, una forma de protesta, en representación de las comunidades campesinas, contra el abuso del Estado.
Según este y otros autores cercanos a la corriente marxista, los bandoleros no eran simples criminales que secuestraban, asesinaban y atracaban a quien podían, tuvieran estos mucho o poco, sino héroes del pueblo que robaban a los más ricos para repartirlo entre los pobres. El mismo Hobsbawm justifica este enfoque en las primeras líneas de la reedición española que hizo del libro en 2001: «Un día, a principios del decenio de 1950, llamó mi atención un hecho curioso, a saber: que en toda Europa y, de hecho, como resultó cada vez más claro, en todo el mundo, circulaban exactamente las mismas historias y los mismos mitos sobre ciertos tipos de bandidos que eran portadores de justicia y redistribución social».
El historiador aseguraba también que su ensayo «no estaba desfasado», que muchas editoriales pensaban que «seguía teniendo interés» y, sobre todo, que desde 1981 habían aparecido muchas obras sobre la historia de los bandoleros en China, Turquía, los Balcanes, Latinoamérica, el Mediterráneo y otras muchas regiones, que apoyaban su imagen de este grupo. A lo largo de estos años, sin embargo, muchas investigaciones han demostrado que sus interpretaciones se alejaban bastante de la realidad y que se debían, en gran parte, a la literatura, el cine y la televisión. Todo ello alimentó una imagen que ha pervivido hasta el día de hoy en el imaginario popular por encima del rigor histórico.
El verdadero Curro Jiménez
Véase, por ejemplo, la popular serie «Curro Jiménez», emitida por Televisión Española a finales de los 70. Un personaje basado en un bandolero andaluz real nacido en Cantillana (Sevilla), en 1819, y abatido por la Guardia Civil de un disparo en la cabeza, en Posada (Córdoba), en 1849, que nada tenía que ver con el de la ficción. Su nombre, Andrés López Muñoz , era un barquero resentido que, tras cometer un asesinato y huir de las autoridades, se tiró al monte para dedicarse a atracar, estafar y secuestrar a todo aquel qu se cruzaba en su camino.
El 23 de octubre de 1840, el periódico «El Observador» ya hacía referencia a sus tropelías: «En varios pueblos ha cometido excesos. Esta semana ha estado dos noches en Cantillana y tiene aterrado a su vecindario en términos de que ninguno se atreve a salir de casa, especialmente desde las ocho a las doce de la noche, porque llega su audacia al extremo de entrar en las casas para hacer sus exacciones por medio de la amenaza». Nueve años después, «El clamor público» también explicaba que «los habitantes de las cercanías de Sevilla están en la mayor consternación por los excesos de una cuadrilla de malhechores capitaneados por el célebre forajido Andrés López». Y señalaba después que «se había fugado de presidio» y que había asesinado a tres mercaderes de paños y cometido varios robos en las cercanías.
«Los historiadores de la mafia siciliana fueron los primeros en advertir que, lejos de leyendas de solidaridad con los pobres, los bandoleros actuaban como cómplices de los señores y de las autoridades locales. Más que de bandolerismo social —acepción inventada por Hobsbawm— proponían hablar de actividades delictivas de grupos asociales», subrayaba el director de la revista «Andalucía en la Historia» , Manuel Peña Díaz, en un número especial sobre el tema. De hecho, muchos artículos publicados a mediados del siglo XVII sí que daban buena cuenta de las salvajadas cometidas por los bandoleros durante sus asaltos en grupo, que poco tenían que ver con el bien común. «Noticia trágica de la crueldad con la que ejecutaron cuatro ladrones al cura de Villanueva de Andújar y la enorme acción que hicieron con su criada al cortarle los pechos», informaba un periódico andaluz. En esa época, todavía se usaban palabras como «malhechor», «salteador de caminos» y «ladrón» para referirse a nuestros protagonistas.
Cervantes y Lope de Vega
Episodios tan desagradables y escandalosos como este alimentaron la prensa sensacionalista del momento y sedujeron a los lectores españoles. Eso hizo que el interés por este grupo perviviera en el imaginario popular durante años. Su salvajismo, sin embargo, no fue lo que despertó la admiración de los escritores del Siglo de Oro. Lope de Vega , Tirso de Molina , Vélez de Guevara o Miguel de Cervantes «ya habían manifestado antes cierta simpatía hacia el bandolero catalán por su defensa del honor y como supuesto reparador de agravios, aunque fuese deformando la realidad», añadía Peña en 2017.
El lingüista Juan Ramón Lodares ya defendió que, cuando la palabra «bandolero» se asentó definitivamente en el castellano, obtuvo rápidamente una acepción positiva en las obras de teatro, en los romances y en las canciones populares. Comenzaba ese cambio de imagen pública que luego impulsaron los escritores, hispanistas y viajeros románticos del siglo XIX, tales como George Borrow , Richard Ford o Prosper Mérimée , que difundieron en Europa el renacer de este fenómeno en Andalucía, pero mitificándolo aún más. Y aunque emplearon el término italiano de «bandito» —«proscrito y perseguido por la ley»— se tradujo al español con el catalán de «bandolero», que tenía una carga menos negativa en nuestro léxico.
Según apunta el historiador Augusto Viudes Ferrández en su tesis «Bandolerismo, de la imagen al mito» (Universidad Miguel Hernández, 2017), los bandoleros y los bandidos vivieron muchas veces de forma semejante en la vida real. No cabe duda, tampoco, de que delincuentes proscritos formaron parte de las partidas de los primeros. Pero en esa labor de blanqueamiento, Hobsbawm ya marcaba la diferencia entre ambas palabras: «Desde el punto de vista de la ley, quien quiera que pertenezca a un grupo de hombres que ataque y robe usando la violencia es un bandido [...], pero los historiadores y sociólogos no debemos usar una definición tan escasa de matices. Lo esencial de los bandoleros es que son campesinos fuera de la ley a los que el señor y el estado consideran criminales, pero que permanecen dentro de la sociedad campesina y son considerados héroes, paladines y vengadores por su gente, luchadores por la justicia, a veces incluso líderes de la liberación y, en cualquier caso, personas a las que admirar, ayudar y apoyar».
Bandoleros catalanes y andaluces
Para Hobsbawm, Braudel y muchos españoles que crecieron con las aventura de Curro Jiménez —interpretado por Sancho Gracia —, el bandolerismo es, pues, un fenómeno universal que se da en las sociedades basadas en la agricultura y que se compone fundamentalmente de campesinos y trabajadores sin tierra que son oprimidos y explotados por los señores, las ciudades, los gobiernos y hasta los bancos. Para Peña, fue en la recreación posterior que se hizo de los delitos de los bandoleros catalanes que actuaron en la Guerra Civil del siglo XV, así como en la Guerra de los Treinta Años, donde se le dio esa carga positiva a su imagen. Y la realizada del bandolerismo andaluz en el siglo XIX, donde el mito creció. Y nada de eso habría sido posible sin las invenciones literarias de nuestros clásicos y de los mencionados viajeros románticos.
En la misma época que Hobsbawm publicada su obra, el famoso antropólogo e historiador Julio Caro Baroja ya advertía que «ni el bandolero es siempre un pobre que se rebela contra los ricos, ni es un hombre que tiene instintos insatisfechos de capitalista. El bandolero es algo más complejo». Pero su visión no tuvo tanta aceptación como la del «bandido social» acuñada por el británico. Es decir, un personaje que encarna un estadio de rebeldía primitiva prerrevolucionaria contra un orden social injusto.
Algo así como el mito literario de Robin Hood en búsqueda de semejantes en otros países y épocas como la España del siglo XIX. Así se construyó esa imagen del buen ladrón con conciencia social que robaba a los ricos para darle el botín a los pobres. Personajes arrojados fuera de la ley por un acto de injusticia radical que adquirían la misma dimensión épica del héroe popular, aclamado como el paladín de su causa frente a la opresión de los poderosos. «Un grito de venganza contra el rico y los opresores, el sueño de poner algún coto a sus arbitrariedades y enderezar los entuertos individuales», insistía Hobsbawm en «Rebeldes primitivos» (Crítica, 2010).
«Acostumbrado a vivir a sangre y fuego»
La imagen ya había sido difundida durante la Guerra de la Independencia, donde los bandoleros se convirtieron en algo así como héroes populares que luchaban contra el invasor francés. En las últimas décadas, muchos historiadores han intentado delimitar su papel de manera más realista, ya que tras expulsar a las tropas de Napoleón en 1814, la mayoría fueron incapaces de reinsertarse en la sociedad y se «echaron al monte» para ganarse la vida asaltando, secuestrando y asesinando a pobres inocentes.
Según explicaba Lorenzo Silvia en una entrevista realizada por Manuel Pérez Villatoro para ABC hace dos años, «el romanticismo del bandolero es una elaboración posterior. Se forjó después por personas que no los sufrieron. Piensa en el tipo que vivía en su momento en una comarca sometida al bandolerismo. De romántico no tenía nada. No podía salir de noche porque le podían robar y asesinar, y tampoco podía dejar a su mujer sola en casa por si entraba alguien».
El autor de «Sereno en el peligro. La aventura histórica de la Guardia Civil» (Edaf, 2017) es también partidario de que los bandoleros eran más criminales aprovechados que héroes locales: «La española era una sociedad que acababa de salir de una invasión exterior. No es de extrañar que el medio de vida consistente en saltarse las leyes y apoderarse de todo lo ajeno fuera atractivo para muchos. Además, algunos eran soldados que se habían distinguido en la guerra, pero que después no encontraron sitio en la sociedad. Al que se ha acostumbrado a vivir a sangre y fuego, luego le cuesta volver a labrar la tierra. Y como eran personas que habían adquirido experiencia con las armas, se arrojaron al monte».
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