Salvador de madariaga (1886-1978), treinta años después
«Escogerás el exilio para decir la verdad», Friedrich NietzscheEl día 14 de diciembre de 1978 fallecía en su casa de Locarno Salvador de Madariaga. Han transcurrido treinta años. Nacido en La Coruña

«Escogerás el exilio para decir la verdad», Friedrich Nietzsche
El día 14 de diciembre de 1978 fallecía en su casa de Locarno Salvador de Madariaga. Han transcurrido treinta años. Nacido en La Coruña en 1886, ingeniero de profesión, historiador, ensayista, filósofo, novelista, periodista, poeta, dramaturgo, catedrático en Oxford en la cátedra Alfonso XIII, doctor «honoris causa» por siete universidades, ministro de Instrucción Pública y de Justicia, embajador en Estados Unidos y en Francia, delegado en la Sociedad de Naciones, presidente de la Comisión de Desarme, y, sobre todo, siendo profundamente español, militante europeísta, que, como Ortega, entendía que nuestra solución era Europa, pero no la Europa de los mercaderes sino la de los intelectuales.
Madariaga era un liberal hasta la médula en el sentido que definía Marañón: «Ser liberal es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios, son los medios lo que justifican el fín». Tanto para don Gregorio como para don Salvador el liberalismo era una conducta, un modo de ser liberal sin darse uno cuenta de ello.
En la España de hoy, Madariaga no es un personaje cómodo, ni siquiera en Galicia, la tierra que lo vio nacer; ningún partido lo revindica. Políglota como era, no escribió en gallego; hoy, esto casi es un delito. ¿Qué opinaría el hombre que soñaba con la unidad federalista de Europa, sobre los paletismos radicales de los nacionalismos exacerbados? ¿Y de la memoria histórica? En mis años universitarios pude leer en su revelador ensayo «España» las siguientes palabras: «Con la rebelión de 1934, la izquierda española perdió hasta la sombra de autoridad moral para condenar la rebelión de 1936».
Madariaga, a punto de ser fusilado en Toledo por milicianos incontrolados, logró salir de España el 31 de julio de 1936 en un tren que lo llevó desde Valencia a Port Bou. No volvería a su patria hasta la muerte de su paisano, el General Franco. Jamás quiso estar presente ni participar en el desgarro de España. Se conocían. Nunca se entendieron ni se perdonaron.
Nada proclive a radicalismos de un signo u otro, y mucho menos hacia el franquismo, nadie mejor que un gallego para saber como atacar e ironizar a otro gallego.
Madariaga lo supo hacer con dureza y con retranca: «General, márchese usted» y «Sanco Panco» son dos estilos diferentes. En 1935 había conversado con Franco: «Me llamó la atención por su inteligencia concreta y exacta más que original o deslumbrante», relata en sus Memorias. En 1944 escribe una célebre carta que comienza así: «General, márchese usted... No lo digo por ofenderle, pero el Caudillo de un bando de la guerra civil no sirve para hacer la unidad española». Todos sabemos como discurrió la historia, y todavía falta la perspectiva del tiempo que nos permita valorar hasta que punto los cambios generacionales durante los años del franquismo facilitaron el asentamiento de la nueva Monarquía democrática. Pero, hasta su muerte, y pienso que incluso después, la distancia ideológica entre Madariaga y Franco siempre ha sido mucho mayor que la distancia física entre España y Suiza, donde residía.
Su vocación europeísta se manifiesta con la creación en Brujas del Colegio de Europa, con la colaboración del padre franciscano Antoine Verlege. Hasta 1964 será el presidente de este prestigioso Instituto de postgraduados para el estudio y la investigación del Derecho, la Economía y las Ciencias Políticas. Madariaga fue toda su vida un europeo de convicción y de acción.
Han sido muchas las circunstancias que determinaron que su prestigio científico fuese mayor fuera de España que dentro de nuestras fronteras. Por dos veces, en 1937 y 1952, fue candidato al premio Nobel de la Paz, y en 1952 al Nobel de Literatura. En 1973 fue el primer español que recibe en Aquisgrán el Premio Carlomagno. En su discurso defendía una Europa liberal y unida cuyo modelo encontraba en Suiza: diversidad y armonía; una Europa cuyas raíces espirituales residen en Sócrates y en Jesucristo.
«Sócrates -decía- enseñó a Europa la libertad de pensamiento; Jesucristo, el respeto a la persona humana». Madariaga no podía concebir una Europa que olvidase sus raíces humanísticas y cristianas. Y esto lo reafirmará en Múnich en 1962: «Europa no es solo un mercado común; es también, y sobre todo, una fe común y el precio del hombre y de la libertad». Esta vocación europea no estaba reñida con el atlantismo, todo lo contrario, veía las grandes posibilidades de colaboración entre el poderío norteamericano y los valores histórico culturales europeos, frente al antiamericanismo abanderado por la izquierda.
Muerto Francisco Franco cumplió su deseo. El lunes día 3 de mayo de 1976, en el salón de sesiones de la Real Academia Española, tomaba posesión de su sillón de académico don Salvador de Madariaga Rojo. «De la belleza de la ciencia» fue el título del discurso que pronunció ante el auditorio que colmaba el noble recinto. Esto ocurría cuarenta años después de su nombramiento en 1936. Le entró la tentación de comenzar su discurso con el famoso «Decíamos ayer...», pero no lo hizo: «me faltaba la gente con que llenar ese decíamos», fueron sus palabras.
Alertó a los pueblos de occidente frente al comunismo como una amenaza para la libertad. Madariaga no podía admitir como verdad nada de lo que se diga o se haga contra la libertad. Entendía que habría que ir más allá de la democracia pues la libertad no era una consecuencia natural e inevitable del sufragio universal. Si la desigualdad acaba en tiranía, los peligros de la igualdad podrían llevar a la extinción de la libertad por falta de uso. Sus palabras fueron premonitorias de la trágica experiencia comunista de muchos pueblos.
Para Madariaga era la cobardía de sus dirigentes una de las causas del fracaso de las democracias. Exigía que fueran hombres de Estado, no politiquillos. ¿Era su democracia liberal, pacifista, tolerante, y quizás un tanto elitista una utopía?
Soñaba con una Europa sin fronteras, cuya bandera no fuese un círculo cerrado de estrellas, sino que las estrellas tachonaran el fondo azul, sobre el que cada una estuviera en el lugar geográfico de la nación correspondiente. España fue su patria; Europa su obsesión y compromiso. En la sede del Parlamento europeo de Estrasburgo su busto está junto a los de Churchill, Adenauer, De Gasperi y Schumann.
Ortega prefirió un comprometido silencio interior. Madariaga, al fin y al cabo, gallego y emigrante, eligió la lucha desde un exilio permanente. Algún día -como fue su deseo-, las aguas y el viento del Orzán, en la bahía coruñesa que lo vio nacer, recibirán las cenizas de este gallego, español, europeo y universal, que hoy descansa en Locarno.
de la Real Academia de Medicina de Cantabria
Escritor
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