hablan las víctimas de ETA
«Ver a quien planeó el asesinato de mi padre en la lista de Bildu es una pesadilla»
Juan Carlos Arriaga, número tres de la lista de Bildu en Berrioplano (Navarra) fue condenado por el asesinato del militar retirado Jesús Alcocer en 1984
María José Alcocer, hija de la víctima, sobrevivió a otro intento de asesinato de la banda terrorista
Bildu lleva a 44 condenados de ETA en sus listas, siete de ellos por asesinato

María José Alcocer Saz tenía 30 años cuando ETA asesinó a su padre, el comandante del Ejército de Tierra en la reserva Jesús Alcocer Jiménez, el 13 de abril de 1984. Los terroristas lo habían intentado dos veces.
La primera, con una bomba lapa en ... 1978 que estalló diez segundos antes de que el empresario (tenía cuatro supermercados en Pamplona) y su hija llegaran al vehículo en la Avenida Carlos III de la capital navarra, como recuerda ella misma a ABC.
Poco después, le esperaron en la puerta de su casa para dispararle, pero él cambió sus planes y frustró los de los terroristas. Finalmente acudieron a Mercairuña, donde el militar retirado iba a comprar todas las mañanas según les informó el condenado Juan Carlos Arriaga Martínez, ahora número tres de la lista de Bildu en Berrioplano (Navarra), y le dispararon con resultado de muerte.
«Ver que esta persona, que facilitó toda la información e hizo el seguimiento a mi padre siendo consciente de cuál iba a ser la consecuencia, que fue condenado por planear el asesinato va en una lista electoral es una pesadilla», cuenta María José Alcocer a este periódico desde Pamplona, donde reside.
«La actividad siguió en Mercairuña como si nada»
Recuerda perfectamente el día en que su padre fue asesinado: «Como si lo viviese ahora. Nos llamaron por teléfono de Mercairuña y nos dijeron que fue un accidente. Luego nos aclararon que lo habían matado. No sé ni cómo llegué hasta allí, no sabía cuál era el camino. Me quise acercar al muelle, que era donde estaba el cadáver de mi padre pero no me dejaron. No le habían puesto ni una manta encima. Después, un policía municipal se ocupó de mi coche porque yo no era capaz ni de conducir. Tardaron mucho en taparlo y la actividad en Mercairuña siguió como si no hubiera pasado nada, como si tal cosa. Pasaban las carretillas con las cajas de fruta alrededor y nadie se paraba».
Arriaga fue condenado a 29 años de prisión por planear el crimen de Alcocer y la huida de los asesinos que colocaron una bomba en el coche en el que escaparon, que estalló cuando los policías Tomás Palacín y Juan José Visiedo inspeccionaban el vehículo en la capital navarra. También murieron en el acto. «Si hoy me lo encontrara, soy incapaz de saber cómo reaccionaría: no sé si le ignoraría, si le diría algo... Me lo he planteado muchas veces. Que pueda ocupar un puesto en un ayuntamiento era lo último que nos podíamos imaginar y nos está haciendo revivir todo otra vez a las cuatro hermanas. Estamos consternadas», añade María José. La vida de todas las hijas del militar asesinado, Cristina, Pilar, María José y Maite, cambió radicalmente. La menor, Maite, que estudió periodismo como María José, tenía una beca para ir a Estados Unidos y decidió no hacerlo. «Mi padre ha estado presente absolutamente en todo. Era una persona excelente, ayudaba a todo el mundo. Siempre ha estado en nuestras vidas», recuerda con cariño. La esposa del asesinado, Pilar Saz, falleció en 2018 con casi 100 años.
En conversación con este periódico, María José considera que la llegada a la política de condenados de ETA por delitos de sangre les blanquea: «De repente aquí no ha pasado nada. Las víctimas ahora somos las malas y los asesinos los buenos. Los que quieren pasar página de todo lo que pasó son ellos, pero nosotros no podemos», reflexiona. No puede evitar recordar el tiempo del silencio, cuando su círculo más cercano les dio la espalda: «Los vecinos, clientes que dejaron de venir a comprar o mi amiga más íntima ya no me volvió a hablar. Oír eso de 'algo habrá hecho' te mataba».
Cuando los terroristas pusieron a su padre en el foco, la vida de toda la familia cambió. Desde los intentos de atentado fallidos el miedo ocupó sus vidas, aunque no les paralizó: «Mi padre seguía unas normas de autoprotección: cambiaba horarios, de coche, incluso cambiamos de domicilio. Vivíamos a caballo entre dos pisos. Vivir amenazado te rompe la vida, te descoloca completamente. Y eso que nuestro padre nunca nos transmitió miedo, sino que la vida tenía que seguir adelante».
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