El precedente de 1980: cuando Felipe laminó a Suárez
La historia no se repite, se parece. González aprovechó su moción de censura fallida de 1980 para dar un paso decisivo hacia La Moncloa, como ahora Feijóo con su investidura
Fracasa la investidura de Feijóo y comienza el tiempo de Sánchez para intentar ser presidente

Dos episodios que cambian todo un ciclo político. Con efecto retardado, pero lo cambian: 21 de mayo de 1980, Felipe González anuncia una moción de censura contra Adolfo Suárez. Landelino Lavilla, presidente del Congreso, la convoca para el 28 y el ... secretario general del PSOE fulmina al aún presidente. Martes 26 de septiembre de 2023, investidura de Feijóo fechada por la nacionalista catalana Francisca (nacida Paca) Armengol: el líder popular gana en todos los terrenos al PSOE gubernamental con un presidente huido a la manera, casi, del forajido Puigdemont. Suárez, ya lo contamos, salvó el trance con 152 votos en contra. Feijóo perdió la convocatoria, pero una impresión de victoria a plazo corto ha recorrido estos días los ambientes políticos de España.
Aquel florido día 21 de mayo de 1980, siguiente a una enorme tormenta, negra en el cielo como ya el porvenir de UCD, se debatía en el Congreso un ambiguo y polémico plan autonómico general para España. Saltaban chispas sobre todo porque la UCD ya estaba cuarteada en el menester, tanto que su ministro de la cosa, Clavero Arévalo, tantas veces dimisionario, al final se marchó del todo. Por sorpresa -quizá la primera que se produjo en unas Cortes democráticas- Felipe González, tras una farragosa oración en la que no se le entendió nada de nada, provocó al final de su enredoso alegato la conmoción en el partido del Gobierno y el entusiasmo en el suyo: moción de censura contra Adolfo Suárez. ¿Por qué? Helga Soto, la alemana jefa de Prensa del PSOE, repartió este documento a los periodistas: «Constatando que el presidente Suárez ha infringido reiteradamente compromisos programáticos contraídos ante el conjunto de los ciudadanos… la falta de voluntad para enfrentarse con una situación de corrupción y de desorganización administrativa en TVE… está suficientemente probada la incapacidad del presidente Suárez y su Gobierno para dirigir los destinos de la nación española».
Sin piedad
O sea, derribar el Gobierno para asaltar TVE, algo que a toda prisa hizo el PSOE de Felipe González apenas ganadas las elecciones. Nombró director al masonazo José María Calviño, padre de la todavía vicepresidenta Nadia, y, apenas designado, declaró: «Estoy aquí para que siempre gane mi partido». Sin disimulos, con dos... Televisión fue la excusa pues de aquella censura que se dató para el 28 del mes.
González, armado con un tocho papelero plagado de clips separadores, se dedicó a afrentar sin piedad a Suárez, explicó, por ejemplo, una circunstancia que parece arrancada para la actualidad: «Usted -le miró al presidente- se doblega en su escaño porque ya ni tiene aptitud ni valentía para defender su pésima labor».
Guerra, antes del discurso del jefe, hacía trabajo de zapa en la llamada M-30 de la cámara: «Yo que ustedes -se refería a los periodistas- me fijaría en los diputados de UCD; el 50 por ciento podría votar a favor de la censura». Sabía de qué hablaba: los socialdemócratas de Ordóñez y del luego fiscal Javier Moscoso ya se habían vendido al PSOE y las culebrillas de Óscar Alzaga y sus democristianos sin pegatina ya estaban en la 'Nueva Mayoría' de Fraga. Y un inciso para recorrer exactamente 43 años: este martes pasado un colega de los que viven de las filtraciones, pocas, de Moncloa transmitía al cronista esta pregunta: «¿Qué ocurriría si, según dicta la Constitución, los miembros de las Cortes Generales no están ligados por mandato imperativo?» Y añadía: «¿Votarían mañana lo mismo que por llamamiento publico?»
Suárez, al igual que Sánchez cuatro decenas de años más tarde, se repanchingó en el escaño, entonces más incómodos que los reclinatarios de una abadía, y ordenó a Fernando Abril Martorell, su gran amigo de entonces, bronco y fajador -Puente a su lado es una ursulina decapitada-, que saliera al estrado a cumplir con un desconcertante, a veces patético y cómico a la vez, trabajo de disimulo. Allí fue Troya en Madrid: Abril tomó el micrófono y advirtió: «Mientras aquí nos perdemos en debates menores, el mundo se está jugando su existencia en el estrecho de Ormuz, al lado mismo de Irán».
Cambio de reglas
Años después, Abril Martorell, repudiado ya por su mentor Adolfo Suárez, declaró: «La moción de censura cambió las reglas de juego de un modo súbito». Tenía razón: la complicidad de los actores de la Transición acabó en aquel trance. A la salida de la votación en la que Suárez, a regañadientes de muchos de los suyos, no cedió un escaño, Joaquín Garrigues Walker, que había llegado ya prácticamente en agonía al Parlamento, nos confesó a tres periodistas: «Chavales, yo no lo voy a ver, pero aquí hoy ha nacido un nuevo presidente».
Este martes, finalizadas las sucesivas y eficaces intervenciones de Feijóo, un abogado del Estado, entonces diputado centrista, sentenció al cronista: «El candidato ha perdido, Sánchez ha sido derrotado». Y un actor, que hizo de médico amigo, describió teatralmente la actuación de Feijóo: «Excelentes sus textos, brillantes sus interpretaciones». Es decir: Felipe González Márquez, 28 de mayo de 1980.
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