La semana y sus veinticuatro horas
BAJO CIELO
Hoy se mezclan las noches con los días y cualquier día es el mismo. El lunes puede ser un martes o un miércoles cualquiera. Y nadie lo notaría
Madrid ya es primavera

Madrid era un lunes a domingo tradicional, de siempre. Se compartimentaba en horarios, normas y costumbres que ordenaban los usos y ajetreos de la villa. Un domingo era domingo todo el día. La gente se recluía en sus penas, se viajaba de vuelta, apenas se ... escuchaba un ruido. El centro tenía la música del Rastro, pero solo hasta medio día. Ni siquiera en La Latina se escuchaba al argentino pedir un poco más de mate. Era un desierto de luces tras la puerta, de edificios repletos de sofá y manta, de sopa de cocido y una barba de dos días que mañana se cortará. Una cena de sobras, un libro acabándose, otra vez la película esa y el atasco de entrada a sesenta kilómetros de casa. De la rutina.
Los sábados, en cambio, se celebraban en la calle sabiendo que un día de ventaja amortiguaría la resaca de una comilona de amigos, de familia, de ponme otra copa, primo y todo aquello. Un sábado por la mañana casi tenía el superpoder de la eternidad. Cualquier plan, por lejano que fuera, tenía cabida en ese sábado que era un mes de junio. Con todo el verano por delante. Y se venía de un viernes que siempre pareció una terminal de tránsito entre dos vuelos, dos conexiones que nos llevaban lejos para volver demasiado pronto. Los viernes siempre han perdido minutos.Porque el jueves se los fue robando a medida que nos hacíamos mayores. Por eso le dicen 'juernes'. Así, los gatos comenzaron a salir también los jueves y dejaron que el viernes fuera cada vez más pequeño.
De esa semana que fuimos poco nos queda. Hoy se mezclan las noches con los días y cualquier día es el mismo. El lunes puede ser un martes o un miércoles cualquiera. Y nadie lo notaría. Pero de pronto llega el sábado y quién no le dice a usted que es viernes. Es algo evidente, cualquiera que pasee la ciudad lo ha notado. Hasta los barrios de oficinas, aquellos de mesón y mesa larga de lunes a viernes, tienen ahora tardeos y hora feliz mientras se hacen reformas de pisos con dinero prestado por bancos y padres de provincia. Las oficinas se agrupan en rascacielos y muy pronto se harán en esos enormes edificios viviendas al estilo neoyorquino.
Por el centro, hay domingos por la tarde que lo mismo son un jueves. Y hasta a los museos les ha dado por abrir algunas noches entre eventos privados de buena marca y noches blancas que hacen cola. Se baila mucho y se sale de fiesta. Colón y alrededores aglutinan a una generación que no piensa irse a la cama, que maneja las redes sociales como modo de vida. Trata de explicarles la importancia de los horarios y verás cómo te miran. Qué importa que sea lunes, martes, miércoles o domingo, ¿acaso no sabes que eso ya no importa?, proclaman.
Por un lado, me gusta que las cosas no cambien, que aún queden sitios en Madrid que te hablan cuando los miras, que tengan su propio clima, su propia estación del año que te absorbe. Como cuando la acera estaba desierta o el reflejo de las farolas en la noche te llevaban a casa. O cuando no encontrabas un taxi y caminabas veinte manzanas sin cruzarte apenas con nadie. La ciudad era entonces solitaria, como un búho de la EMT, pero ahora se ha empeñado en quedarse despierta y también tiene su cosa. Antes era complicado encontrar un sitio con la cocina abierta a eso de las 16. Hoy abren todo el día ininterrumpidamente, como rezan los carteles que antes anunciaban menús a 10 euros con primero, segundo, postre, café y chupito de parte de la casa.
Ayer mismo me invitaron a una presentación de un libro el próximo lunes. ¿Un lunes?, contesté a su editor. Sí, así es. A las ocho de la tarde. Y cómo explicarle que los lunes son de uno mismo, que no se comparten, no se prestan a la ligera. Hasta dónde vamos a llegar. Por un momento pensé que se trataba de una estrategia para que fuese poca gente. Estaría bien pensado. O quizá, lo que realmente sabe ese buen editor es que el lunes es en realidad, jueves. Madrid, imparable, ya no distingue los días de la semana. Puede que sólo nos falte, no sé, ¿casarnos en domingo?
Como dice Eva Serrano, mi editora de Círculo de Tiza, «después de ver al monstruo gritando en directo y haciendo desaparecer a la diplomacia, tampoco hay separación entre una taberna y el despacho de un presidente».
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