La placa que recuerda el lugar donde Quevedo se batió por el honor de una dama
Historias capitales
El escritor vivió, junto a otras leyendas, en el barrio con más talento por metro cuadrado
Un paseo por el barrio de las Letras

A veces, la historia nos regala personajes capaces de lo mejor y de lo peor, de atarascar a un enemigo deslenguado o salir a desfacer entuertos y a velar por el honor de las damas en apuros. Así debía ser Quevedo, el genial escritor y ... poeta, lenguaraz y anárquico, que sembró de excelente literatura un Siglo que fue de Oro. Las anécdotas sobre su vida se encadenan, y algunas han acabado convirtiendo sus pendencias -reales o ficticias- en un homenaje póstumo a su genio y figura.
Es lo que ocurre con la madrileña plaza de San Martín, adornada en uno de sus frentes por una placa de contenido, al menos, curioso. Se trata de un rombo metálico de fondo dorado, de los que se instalaron por toda la ciudad dentro del plan Memoria de Madrid, que se colocó en diciembre de 2014 en este punto con el siguiente texto: «En esta plaza hirió mortalmente Francisco de Quevedo a un caballero el Jueves Santo de 1611 en defensa de una dama».
Francisco de Quevedo, madrileño de 1580, fue todo un personaje. No sólo por sus enormes talentos, sino también por una forma de ser, impulsiva y valiente, que le llevó a las empresas más arrojadas y a alguna que otra sonora metedura de pata. Su vida fue todo menos tranquila, y se cuentan tantas historias relacionadas con su persona que tal vez muchas sólo sean adornos del personaje, sin relación alguna con la realidad.
Una de ellas tiene su base en el hecho que recoge la placa de la que hablamos: el escritor se encontraba atendiendo a los oficios del Jueves Santo -algunos apuntan a que en la iglesia de San Ginés- cuando vio, a su lado, a un caballero abofeteando a una dama. No se paró a reflexionar ni a preguntar razones; sacó al agresor a rastras fuera del templo y, ya en el exterior, se enfrentaron en la plaza de San Martín hasta llegar a las manos. Como fuera que en aquellos tiempos quien más, quien menos, portaba espada, el lance acabó en sangre: Quevedo asestó una estocada mortal al agresor de la mujer desconocida.
La leyenda le sitúa entonces en posición de tener que escapar de España, para huir de la justicia, y le traslada a Sicilia, donde ejerció como consejero y secretario del duque de Osuna, virrey de aquella plaza. Este último dato coincide con su biografía: en la isla italiana estuvo en torno a 1613, a las órdenes del duque.
Tan afilado era Quevedo con la pluma como diestro con la espada, según detallan los escritos de la época. Y también era un poquito pendenciero, llevado de sus impulsos y su sangre caliente. Los hechos a los que hace referencia la placa de la plaza de San Martín fueron difundidos por Pablo Antonio de Tarsia, primer biógrafo de Quevedo, y se unen a otros hechos y hazañas que acompañan al personaje, un auténtico atorrante cuando quería. Como su costumbre de orinar, cuando volvía de sus salidas nocturnas, en la calle del Codo, para disgusto de los vecinos.
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Tan famosa como su lengua afilada y su genio vivo era su enemistad con algunos otros poetas contemporáneos, especialmente con Góngora, al que odiaba. Algunos expertos han escrito que llegó a comprar la casa donde aquel vivía alquilado, únicamente para poder desahuciarle. Esto ocurría en el actual barrio de Las Letras, la mayor concentración de ingenio por metro cuadrado que ha tenido nunca una ciudad. Que en pleno siglo XVII era, según Fernando Prado, historiador que dirigió la búsqueda de los restos de Cervantes en el convento de Las Trinitarias, un vecindario «pobre, de casas de adobe porque la piedra era muy cara», estaba muy lejos y tampoco había cal en Madrid. La ciudad no tenía cloaca máxima, y «pasó de 20.000 habitantes en 1561 a 80.000 cuando llega la Corte». Las aguas menores y mayores se guardaban en casa hasta la hora de arrojarlas a la calle, a las 22.00 horas en invierno o las 23.00 en verano.
Aquel barrio de Quevedo, de Lope, de Góngora, de Cervantes, contaba con varias casas de prostitutas, una de ellas frente a la vivienda de Lope de Vega. Pero Quevedo decía entonces qu era tan cara que «sólo si calzas espuelas puedes catar carne».
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