Residencia de Señoritas, la «casa de muchachas dedicadas al estudio» en Madrid
Historias capitales
Así fue la vida en la primera institución dedicada a la educación superior femenina en Madrid
Residencia de Señoritas, cantera de pioneras

Un aseado hotelito en la calle Fortuny, 30, primer hogar de la archiconocida Residencia de Estudiantes antes de su traslado a los Altos del Hipódromo, fue la sede original de la versión femenina de esta institución: la Residencia de Señoritas, creada en octubre de ... 1915 bajo la dirección de la pedagoga María de Maeztu. Una «casa de muchachas dedicadas al estudio», como le gustaba llamarla a su responsable; una demostración palpable de que, hace más de cien años, el feminismo ya pisaba firme en Madrid.
La Residencia de Señoritas fue el primer centro oficial que fomentó en España la formación en enseñanza superior de las mujeres. Nació por una apuesta directa de la Junta de Ampliación de Estudios que presidía Ramón y Cajal, y completaba la modificación legal que en 1910 permitió a las mujeres acceder sin trabas a las universidades. «Comenzamos con tres señoritas solamente, y en la actualidad hay más de 200, y un centenar de solicitudes en espera de puestos vacantes», explicaba María de Maeztu a ABC en un reportaje publicado en abril de 1929.
La idea que desarrolló Maeztu bebía directamente de los colleges ingleses y americanos. De hecho, cuando la primera sede de la Residencia se quedó pequeña para albergar a tanta señorita con ganas de ampliar sus estudios, pasaron a otro edificio cercano, en el número 53 de la misma calle -hoy sede de la Fundación Ortega-Marañón-, que era propiedad del Institute for Girls in Spain. Fue el inicio de una estrecha colaboración entre españolas y norteamericanas que intercambiaron conocimientos, experiencias, docentes y alumnas.
En el reportaje de ABC, María de Maeztu ironizaba sobre la reacción de los políticos varones ante el progresivo incremento del número de matriculadas en la Residencia: la cifra crecía «ante la sorpresa de los ministros del ramo, que no acababan de admitir, como me habían pronosticado, el ver tantas mujeres juntas sin reñir ni pelearse». Afirmaba que le preguntaban qué ramas estudiaban: «La de mayor número, Farmacia, y, sucesivamente. Ciencias Químicas, Medicina, Filosofía y Letras y Derecho. Hay también un grupo nutrido que estudia en la Escuela del Magisterio y veinticinco extranjeras que aprenden nuestro idioma».
Por la Residencia pasaron conferenciantes como Marie Curie, María Montessori, Victoria Ocampo, Gabriela Mistral, Niceto Alcalá Zamora, José Ortega y Gasset, Gregorio Marañón o Miguel de Unamuno. Y de allí salieron iniciativas del peso del Lyceum Club o la Asociación Universitaria Femenina, y colaboraciones con el Congreso madrileño de la International Federation of University Women. Entre sus alumnas también hubo nombres destacados: Victoria Kent -primera mujer alto cargo de la administración, como Directora General de Prisiones- o Josefina Carabias .
La labor de la Residencia de Señoritas, explicaba Maeztu, era triple: tutela material, intelectual y moral. El periodista decide comprobar en primera persona cómo es la vida en ese centro del saber en femenino: tras una de las puertas, tres muchachas «alrededor de una mesa asociadas para el estudio. '¿Filosofía?¿Historia?'. La respuesta es: 'Termodinámica'. En sus habitaciones, observa lo que interpreta como «elemento femenino» porque ve «todo pulcro y primoroso». En cada pabellón, cuarto de baño «obligatorio», le recuerda María de Maeztu. Un salón de té en el que charlan varias muchachas en grupos, mientras «flota la melodía de la 'Córdoba' de Albéniz». Eso sí, destaca la directora: «En el ambiente de la Residencia no prospera el virus de lo artificioso y afectado, del que adolece tanto el intelectualismo femenino. Ni casino de intelectuales ni plantel de sufragistas», concluye.
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En la Residencia de Señoritas, la vida comenzaba a las 8 de la mañana, cuando se servía el desayuno. Y a las 11 de la noche, se daba el toque de silencio y nadie sale después de cenar, «ni con sus familias». Pagaban entre 5 y 6 pesetas diarias, y se sufragaban sus gastos con esto y las 25.000 pesetas de subvención que llegaban a través de la Junta de Ampliación de Estudios. No era »ni convento ni universidad norteamericana», señalaba Maeztu, sino un lugar con el ambiente «de libertad de una familia española bien organizada», con una «atención diligente y vigilancia meticulosa sin que se sienta, y sin aparato».
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