El obelisco móvil que no lo es y se paró por su alto coste
historias capitales
Fue el regalo de una entidad bancaria a la ciudad de Madrid
El obelisco de Calatrava no entusiasma

Madrid vivió una época dorada previa a la crisis de 2008, en la que todo se hacía a lo grande. Hubo un alcalde que echaba de menos que la capital tuviera una obra de un ilustre arquitecto de fama internacional, y una empresa pública que ... decidió regalársela a la ciudad. Pero el regalo resultó ser un caramelo envenenado cuya historia seguramente ignoran muchos de los madrileños que pasan junto a él a diario.
El alcalde era Alberto Ruiz-Gallardón, que llegó a la capital en 2003 con intención de darle a la ciudad un giro de 180 grados. La empresa, Caja Madrid, que en 2002 cumplía 300 años y, con motivo de ese aniversario, decidió donar a Madrid un monumento único. El artista era Santiago Calatrava, muy prestigioso entonces y del que la capital no contaba con ninguna obra. «Una herida que nos dolía», dijo el regidor.
Caja Madrid encargó al arquitecto el diseño del monumento, cuyo proyecto fue presentado en octubre de 2004. Inicialmente, iba a ser un enorme monolito metálico de 120 metros de altura, pero se quedó en algo menos, 92 metros, porque se asentaba sobre el vacío, encima de la compleja red de túneles subterráneos que atraviesan la Plaza de Castilla, y hubo que hacer muchos números para que aquello aguantara el peso, 230 toneladas. Finalmente, se hizo asentándolo sobre un trípode de acero que se apoya en el túnel.
Pero la mayor particularidad de la columna era su capacidad de cimbrearse: estaba cubierta por 504 láminas de bronce de 7,70 metros cada una. Combinadas todas ellas, y gracias a la acción de un centenar de pequeños motores, recreaban un movimiento helicoidal ascendente realmente curioso. Era, dijo Calatrava, «una pieza única, nunca antes concebida, que cabalga entre la arquitectura, la escultura y la ingeniería».
La obra fue adjudicada a la empresa Acciona en octubre de 2007, y el obelisco, como todo el mundo le conocía, fue inaugurado oficialmente el 23 de diciembre de 2009 por el entonces rey Juan Carlos I. Fue aquella una de las escasas ocasiones en que los madrileños pudieron disfrutar del cadencioso movimiento de la columna de Calatrava.
En un principio se dijo que se pondría en marcha dos veces al día, pero esto nunca ocurrió. El regalo de Caja Madrid, que según algunas fuentes costó a la entidad unos 14 millones de euros, resultaba luego carísimo de mantener, y como esa carga le correspondía al Ayuntamiento, que la consideró excesiva, fue quedándose varado. Los registros señalan que sus últimos movimientos se produjeron en 2011.
La ciudad salvó, con esta presencia, la «deuda que Madrid tenía con Calatrava», aseguró entonces Ruiz-Gallardón. Pero nunca ha sido un monumento especialmente valorado por los madrileños, que de hecho, apenas reparan en su enorme presencia cuando pasan por la zona. Para colmo de males, la costumbre popular continúa llamándolo «el obelisco de Plaza Castilla», cuando, como tanto insistió en aclarar el alcalde Gallardón en su momento, «no se le puede llamar obelisco», porque no lo es, según le había recordado por carta el secretario general de estudios egipcios: sólo una columna cimbreante que no cimbrea.
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