LAPISABIEN
La pausa
Esas noches de Madrid, en verano, en días entre ola y ola, son un bálsamo para el alma
La trasmutación del rodríguez y señora

Hay un Madrid que a la noche brilla más. Quizá no sea el de las terrazas donde el que firma esto no entra por un prurito de vergüenza. Por aquello de estar solo, tomar notas como poeta pobre y dejar que se derrita lo ... que sea que hay en la copa Me dicen sin decirme que verme así, que eso mismo de ir de 'solateras', es un abrirle la puerta a la tristeza: como un viudo prematuro.
En Madrid, la noche, si no es tropical como acostumbra, tiene un momento de quietud, de taxis que frenan con pausa en los semáforos y el mundo parece un lugar amable. Ya los visitantes se han quedado en el parque temático del centro, quizá digiriendo bajo un farol y una sangría que lo que han visto en El Prado les perseguirá, por ventura, toda su vida.
Este Madrid de la campaña, que satura cuando no mata, tiene sus pequeños paraísos. La cafetería de los grandes almacenes con aire acondicionado, los cines en Versión Original, en las últimas funciones, cuando se sale y ya ha oscurecido y todo parece más a mano, más europeo, como si hubiéramos podido vencer al verano en la gloria de la butaca.
Antes, cuando Madrid estaba por descubrir, se regaban las acacias con hielo, y a veces soplaba en el bochorno una promesa serrana que acercaba un imaginario de frescor. Más psicológico que real.
Esas noches de Madrid, en verano, en días entre ola y ola, son un bálsamo para el alma. Se va cogiendo muy lentamente el sueño. Se sienta uno en cualquier banco, cerca de una fuente, y es un pasatiempo barato el perder la atardecida hacia el noroeste y llegar la noche contando el poco tráfico.
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Están también los miradores por los que pudo inspirarse Velázquez, pero no se trata de buscar lo sublime, sino de pasar lo mejor que se puede el fin de un día que ha sido rayano al infierno.
Habrá pocos que disfruten de ese momento. Cuando la ciudad jibarizada por el estío da como una sensación de paz, de quietud, de capital manejable. Aunque nos levantemos, siempre, con una muerte a puñaladas. La cruz de navajas de los días laborales y de los festivos.
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