El grafiti madrileño se domestica: más arte, menos callejero
La progresiva conversión del arte urbano en un elemento que deja el espacio público y la clandestinidad para entrar en galerías genera divergencias entre creadores, profesionales e historiadores del movimiento
De los tejados a los 'bajos fondos': ruta por el Madrid más romántico

El arte urbano trae, como toda creación, su apéndice de polémica entre el concepto de lo libérrimo y lo institucionalizado. Polémico fue el arte urbano desde tiempos de Pompeya, donde las cuitas entre algunos y el poder, escritas con gracia y voluntad de belleza ... en latín, aparecían en el dédalo de calles y paredes que el Vesubio congeló en cenizas. Conviene situar a Madrid en el mapa de estas creaciones a nivel internacional, sí, pero con las debidas precauciones. Brotan galerías y artistas «que han venido a vivir y a instalar sus estudios aquí», en palabras de la delegada del Área de Cultura, Turismo y Deporte del Ayuntamiento de Madrid, Marta Rivera de la Cruz. La capital, no hay duda, vive un momento dorado de estas manifestaciones artísticas, o puede vivirlo con no pocos 'peros', que sucede aquí que cada actor de este asunto tiene diferentes pareceres y perspectivas.
De entrada, Hugo Lomas, Sfhir, creador principal de la galería la 95 Art Gallery de Carabanchel (la 95) y considerado uno de los mejores muralistas del mundo, no lo ve tan claro: opina que en el «Distrito Centro se han aplicado políticas bastante represivas conforme a la subida de multas año tras año». Según Sfhir («Se busca por arte ilegal desde 1995» es su lema) existen fachadas en las que los artistas intervienen con el permiso de los vecinos, y luego es el ayuntamiento quien «tira» el proyecto a pesar, insiste el muralista, de que no cuenten con ningún tipo de protección especial.
No obstante Sfhir sí reconoce que en la Comunidad existen localidades más amigables para su oficio como el caso de Fuenlabrada. También pondera que la iniciativa 'Muraltaz', en Moratalaz, de la que luego se hablará, tiene su encanto en el esfuerzo del color sobre lo cotidiano. En los municipios en general, y no en Madrid, es donde Sfhir sitúa el clima más perfecto para la inspiración. Lo dice alguien que, humildemente, no sabe si a él, o alguna de sus obras la «han declarado Patrimonio Inmaterial». Precisamente es en esa nebulosa general donde hay que colocar al artista que, desde la calle, es reclamado por las galerías o las instituciones. Llevado a otro biotopo presumiblemente más confortable.
Un paseo por Madrid para descubrir este arte, en palabras del ensayista e investigador Javier Abarca, debe partir con «los ojos abiertos» en la medida en que «el arte urbano hay que buscarlo, invita a moverse por la ciudad con los ojos abiertos». El mejor arte urbano, concluye, es el que «descubre uno mismo en algún rincón». Es el «más valioso» porque abre la percepción a «muchos detalles y aspectos de la capital que pasan desapercibidos».
Habla con la experiencia y la autoridad de quien ha estudiado este fenómeno por todo el mundo, el primer docente que llevó el grafiti y el arte urbano a sus lecciones universitarias. Por ello recomienda al paseante guiarse por la máxima de que «el arte urbano no es lo que está en la calle, sino también lo que estuvo. Para el aficionado al arte urbano, la ciudad está hecha de capas de historia, toda una mitología asociada a cada barrio y a cada rincón». Él, a la «hora de escribir una historia del arte urbano en la ciudad ('Guía del arte urbano de Madrid: una historia a través de su grafiti y su arte urbano', Anaya, 2024), optó «por una guía histórica, que habla del presente» pero también de esas capas por la que se accede a esa mitología. Por ello, y volviendo a la radiografía de qué pinta Madrid, y nunca mejor dicho, el especialista es rotundo: «Madrid fue un gran foco internacional de estos fenómenos hace veinte años, cuando el arte urbano era furtivo, antes de los murales y de las exposiciones».

Entonces se «experimentó mucho y de formas muy fructíferas» que dieron salida a figuras como Eltono o SpY. Para que el arte urbano sea considerado realmente patrimonio hay que consignar, sostiene Abarca, que «se cruzan intereses público y privados» y en todo caso «depende de voluntades políticas, que son muy volubles. Ahora resulta rentable defender un Muelle, hace poco no interesaba». Precisamente el hermano del difunto artista El Muelle, Fernando Argüello, sostiene que «lo institucional se está comiendo a lo espontáneo» en tanto que «ha habido tiempos mejores». Argüello recomienda en torno a la consideración de patrimonio unos condicionantes: «Tener una historia detrás, una trascendencia, haber formado parte de alguna manera de la historia de la ciudad». Hay no obstante enclaves donde la fuerza de los creadores está más viva: zonas como Carabanchel, que Marta Rivera de la Cruz considera la más 'arty' por de Madrid.
El arte urbano sale del magín del creador y busca de manera natural un muro vulgar, donde se pueda desarrollar una forma de ver y entender el mundo. Inés Alonso Jarabo, comisaria independiente y actualmente de La 95, es expeditiva: «La principal dificultad ha sido meter en una galería algo que por definición pertenece a la calle», si bien en su espíritu está el eliminar clichés, estereotipos y «generar un lugar donde el arte urbano pueda habitar, más allá de encerrarlo». Y añade: «Creo que podemos hablar de un movimiento en toda regla, el movimiento de nuestro tiempo» porque, arguye, «nunca se habían pintado murales tan grandes y nunca antes fue tan fácil pasar de las paredes de la calle a las de las grandes colecciones».
Es precisamente esa dialéctica, entre la calle y las exposiciones, entre lo público y lo privado, donde creadores como Ricardo Cavolo se mueven. Se le ve pintando el cierre de una pizzería en la calle de Doña Urraca, cerca del mercado de Tirso de Molina, en una campaña patrocinada en su caso por Just Eat para unir arte y gastronomía. El caso es que las empresas se vuelven mecenas, también las instituciones, y así Cavolo, salmantino residente en Valencia, tira de mitología, «de colores cálidos, del rojo, que corresponden a un restaurante italiano». Estudió Bellas Artes y detalla que de alguna manera, en él pesa y late un crisol de inspiración que sitúa en los frescos románicos. Porque cada creador trae en su ristra de influencias las que da una mirada siempre particular. Y obviamente participan en lo que es un negocio jugoso. Tanto que, según Inés Alonso Jarabo, una obra puede ir desde los «200 hasta los 20.000 euros». Nada menos.
Aunque se quiera obviar la realidad, lo cierto es que las instituciones y los negocios han visto en el arte urbano una forma de embellecer las ciudades y de dotarlas de cierta modernidad. En el caso de Madrid, el pasado 21 de febrero el alcalde, José Luis Martínez-Almeida, presentó la ruta interactiva y accesible de arte urbano 'Muraltalaz': una ruta por 15 murales realizados en espacios y equipamientos con firmas, por ejemplo, de la talla del propio Sfhir y Pichiavo (que exponen en el Centro Sociocultural y Juvenil de Moratalaz). Comenta Sfhir que el arte urbano entró por Torrejón, cuando funcionaba la base norteamericana, entre los 80 y los 90 y ahí habría que situar los antecedentes de este fenómeno que atañe a galerías y a muros que un día se despiertan vestidos.

Del arte urbano, en Madrid existen antecedentes más o menos directos: son los famosos trampantojos de Alberto Pirrongelli, de los que recuerda Abarca que eran obra de quien fue «el autor anónimo de la mayoría de trampantojos municipales» y que también «trabajó pintando los grandes carteles de cine de la Gran Vía».
Sfhir considera que su desempeño como muralista, que lo que están haciendo ahora, es «una vuelta de tuerca al trampantojo, un trampantojo 2.0» en el que «premiar más el contenido». La realidad es que en un mapa se pueden mezclar los grafitis de El Muelle, principalmente el de Montera, las galerías de Carabanchel y Lavapiés, o la celebración de la iniciativa Compartiendo Muros, este marzo y en los 21 distritos de la capital. Todos ellos espacios sugerentes para entender un fenómeno imparable pero a su vez domesticable: como el arte a lo largo de la historia.
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