Asentamiento Las Sabinas
Vivir entre basuras junto al río Guadarrama: «No moriremos del virus, sino de una infección»
El bloqueo de realojo en el poblado chabolista de Las Sabinas y la limpieza del cauce deja a un centenar de familias abandonadas entre desperdicios

Hay que atravesar un camino flanqueado por montañas de basura y escombros para alcanzar la casa de Agustina Navarro. La senda de gravilla, plagada de hondos charcos de agua turbia es, en realidad, una calle; el eje que vertebra Las Sabinas , el segundo ... asentamiento chabolista más grande de la Comunidad de Madrid. El poblado, donde hace unos años residían alrededor de 900 personas, ha perdido vecinos . Sesenta familias han abandonado las chabolas tras un largo proceso de realojo que comenzó en 2013 y que por fin ha culminado. Pero un centenar continúan en los márgenes del río Guadarrama , en el término municipal de Móstoles , sin un futuro que imaginar. Como Agustina.
Su hogar se erige en el peor pedazo de Las Sabinas , a unos metros del cauce del río, donde el temporal de hace unos días ha acumulado desechos sobre los tejados . «El otro día no podíamos salir de casa, estaba todo inundado», asegura Agustina, de 59 años, que vive con su hijo, su nuera y sus dos nietos. «Estamos esperando a que firmen un segundo convenio », dice la matriarca. Habla del primer acuerdo entre la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento mostoleño para realojar a las sesenta familias –de las 128 identificadas por las administraciones– que estaban empadronadas en el lugar antes de 2008. Ellos, moradores de Las Sabinas desde hace siete años, se quedaron fuera.
En julio, la Comunidad hizo una propuesta a Móstoles para realojar a los olvidados, 98 familias, según datos de la Agencia de Vivienda Social (AVS), en la que ambas partes cofinanciarían el proceso. El Consistorio, no obstante, aún no ha dado una respuesta; está estudiando los «elevados costes» del nuevo convenio , informan fuentes municipales. Mientras tanto, al menos cien familias están en el limbo.

En el norte del asentamiento, la zona más «cuidada», hay 219 construcciones de cimientos más sólidos. «Me casé en el 99 y compré la casa en 2002, tiene cédula de habitabilidad», cuenta David Pérez, toledano de 44 años, padre de una familia de seis miembros. Todos beben de una Renta Mínima de Inserción (RMI) de unos 500 euros al mes. Su casita blanca y azul da un pequeño camino asfaltado , junto al que cloquean algunas gallinas en un corral. El Abuelo, su vecino, fue su arquitecto: «Lo asfalté hace años con unas perrillas que gané». Han creado su vida con sus propias manos: los cables para engancharse a la luz , el canalón que arroja la lluvia de los tejados, las máquinas de aire acondicionado, las rejas que protegen las ventanas.
Las administraciones siempre han mirado a otro lado. «Aquí nadie ha hecho nada . No nos dejaban arreglar la carretera, pues lo hacíamos de noche», confiesa Pérez. Pero aunque hayan hecho de estas tierras su hogar, las condiciones de vida pesan. «Aquí nadie quiere vivir», concluye Pérez. Y la sensación de abandono se ha extendido . «Aquí no hacen nada, tiraron las casas de la gente que realojaron y han dejado los escombros , que están llenos de ratas», critica la nuera de Agustina, Ainhoa González. No pagan luz, gas ni agua. « Qué agua vamos a pagar, si es la del pozo . Yestamos enganchados a la luz, eso sí», reconoce Ainhoa.
Planes paralizados
Bajo un cielo plomizo, la imagen que ofrece la calle principal, bautizada como su fundador, Esteban García, es aún más deprimente. Algunos números de la vía están pintados con rotulador . También la frase: «Muertos quien tire basura “aki”». Sus vecinos, aunque señalados como principales contaminantes, intentan espantar a los extraños que arrojan cualquier tipo de objeto.
El problema de los residuos que invaden esta zona del Guadarrama, cuya limpieza es competencia de los ayuntamientos, viene de largo. La Consejería de Medio Ambiente estima que suman 70.000 metros cúbicos de basura , que también alcanzan Arroyomolinos (donde viven alrededor de 120 familias), Batres, El Álamo y Navalcarnero. El pasado julio se puso en marcha un plan para recuperar el río , pero los trabajos no podrán arrancar, y menos finalizar, mientras no se desmantele el asentamiento.
«Calle» abajo, Rebeca Vargas, de 31 años, barre una suerte de escalón de cemento que han levantado para impedir que el agua inunde su salón . Varias lonas hacen lo propio sobre el techo. Pero estos obstáculos, cuando las lluvias engordan el río, no sirven de mucho. «No vamos a morir del virus, sino de una infección . Aquí nadie limpia nada», declara, escoba en mano. «Está todo bloqueado», comenta sobre un posible realojo y la limpieza del enclave. Poco ha cambiado en una década, desde que que ella y su pareja compraron la casa y se empradonaron.

Un exterior poco menos que cochambroso da paso al ordenado hogar de Miguel Ángel Vargas. Una estufa preside el amplio salón que hace las veces de comedor. Desde la entrada se atisba el dormitorio principal, con una cama matrimonial perfectamente acicalada. Aquí duerme una de las seis familias que han rechazado el realojo acordado en 2013. Pero Miguel Ángel y Nazaret se esmeran en enseñar distintos papeles –entre ellos, el informe que sostiene que su casa es una infravivienda – y piden una reconsideración. «Nos dieron una casa en Colmenar Viejo. Para que te hagas una idea, los nuestros mataron a un joven, aunque nosotros no tenemos nada ver. Pero si vamos ahí, nos van a matar. Nos dicen que hemos perdido el derecho al realojo», resumen una enrevesada historia de conflicto entre clanes.
A su lado, Antonio, al que llaman «El Jefe», dejará de serlo muy pronto. «Ya me voy de aquí, después de 16 años», agradece este hombre de 56 años. En unos días recibirá las llaves de su nueva casa en Aluche; su familia es la última que será realojada. El resto de la gente del río continúa a su suerte.
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