El sinuoso e interminable camino de la Sagrada Familia hacia la eternidad
Descartada por culpa de la pandemia la fecha de 2026, horizonte final que se había fijado para concluir el templo barcelonés, la joya del modernismo y obra magna de Gaudí retoma los trabajos tras un año de grúas paradas y taquillas desiertas

Estado de las obras en la actualidad
Los remates de las torres
Se están fabricando para las torres de los Evangelistas y el de la Virgen María. El de la de Jesuscristo está en proyecto.
En marzo de 2020 la Junta Constructora de la Sagrada Família detiene los trabajos ante la emergencia sanitaria provocada por la pandemia del Covid-19.
Así están las obras.
Torre
de Jesucristo
172,5 metros
En 2019 llegó
a los 111,78 m
con cinco niveles
de paneles
colocados
Mateo
Marcos
Torre
de la Virgen María
138 metros
Fue la primera torre que empezó a crecer en 2016.
Tiene colocados 18 de los
19 niveles y ha pasado
los 110,65 m.
Solo faltan los elementos del remate que estará coronado por una estrella iluminada
de doce puntas.
Zonas en construcción
Zonas acabadas
Torres de los Apóstoles
Entre 98 y 120 metros
Construidas ocho de las 12.
Faltan las cuatro de
la Portada de la Gloria
25 m
Torres de los Evangelistas
135 metros
Las torres de Lucas y Marcos ya han superado los 108,17 m y las de Mateo y Juan los 106,14 m
Juan
Lucas
Detalle
Mitra
Báculo
El Baptisterio
Se están ejecutando
los sótanos que habrá debajo y cuyos trabajos se acelerarán cuando todas las torres estén terminadas.
Anillo
Capilla de la Penitencia
Fachada de la Gloria
Fachada de la Pasión
Fachada
de la Pasión
Marcos
Apóstoles
María
Mateo
Apóstoles
Fachada
de la Gloria
Fachada del Nacimiento
Jesucristo
Apóstoles
Lucas
Juan
Fachada
del Nacimiento
Fuente: Temple (revista de la Sagrada Familia) / sagradafamilia.org
ABC / jdv

Estado de las obras en la actualidad
En marzo de 2020 la Junta Constructora de la Sagrada Família detiene los trabajos ante la emergencia sanitaria provocada por la pandemia del Covid-19.
Así están las obras.
Fachada
de la Pasión
Marcos
Apóstoles
María
Mateo
Apóstoles
Fachada
de la Gloria
Jesucristo
Apóstoles
Lucas
Juan
Fachada
del Nacimiento
Zonas en construcción
Zonas acabadas
Torre de la Virgen María
138 metros
Fue la primera torre que empezó a crecer en 2016.
Tiene colocados 18 de los 19 niveles y ha pasadolos 110,65 m.
Solo faltan los elementos del remate que estará coronado por una estrella iluminada
de doce puntas.
Torre de Jesucristo
172,5 metros
En 2019 llegó a los 111,78 m con cinco niveles de paneles colocados.
25 m
Hombre
a escala
Torres de los Apóstoles
Entre 98 y 120 metros
Construidas ocho de las 12. Faltan las cuatro de la
Portada de la Gloria
Torres de los Evangelistas
135 metros
Las torres de Lucas y Marcos ya han superado los 108,17 m y las de Mateo y Juan los 106,14 m
Mitra
Báculo
Anillo
Detalle
Fachada de la Gloria
Fachada de la Pasión
El Baptisterio
Se están ejecutando los sótanos que habrá debajo y cuyos trabajos se acelerarán cuando todas las torres estén terminadas.
Los remates de las torres
Se están fabricando para las torres de los Evangelistas y el de la Virgen María. El de la de Jesuscristo está en proyecto.
Mateo
Juan
Marcos
Lucas
Fuente: Temple (revista de la Sagrada Familia) / sagradafamilia.org
ABC / jdv
«Vendrá gente de todo el mundo a ver lo que estamos haciendo», dijo Antoni Gaudí antes de que un tranvía se lo llevase por delante en 1926 dejando huérfana e inconclusa la gran joya del modernismo barcelonés. Una frondosa e hiperbólica Biblia ... de piedra que empezó a proyectarse en 1882 y que aún hoy, casi un siglo y medio después, sigue rodeada de grúas y haciéndose de rogar en su imponente asalto a los cielos. ¿Exagerado? Para nada: el día que por fin desaparezcan grúas y andamios y se dé por concluida la construcción, la Sagrada Familia será, con sus 172,5 metros, la iglesia más alta del mundo. En Barcelona, sólo la montaña de Montjuïc quedará ligeramente por encima de la Torre de Jesús, la más alta del conjunto. ¿La razón? Fácil: a Gaudí, católico y místico, nunca se le hubiese ocurrido situarse por encima de una obra de Dios. A las puertas quizá sí pero, ¿por encima? Eso nunca.
«Vendrá gente de todo el mundo a ver lo que estamos haciendo», profetizó el arquitecto barcelonés. Y vinieron. Vaya sin vinieron. 4,7 millones de visitantes en 2019, 4,5 millones en 2018, otros 4,5 en 2017… A razón de más de 12.000 visitantes al día, el marcador llevaba tiempo desbocado. Año tras año, el monumento venía batiendo récords de afluencia; encabezaba ránkings de atracciones más visitadas y desbancaba sin demasiado esfuerzo al resto de maravillas mundiales en el podio de las joyas arquitectónicas con tirón turístico. No es casualidad que la Sagrada Familia, templo expiatorio, catedral de los pobres y la basílica inacabada más famosa del mundo, fuese uno de los primeros objetivos de la célula terrorista que atentó en Barcelona en agosto de 2017. Tampoco que haya sido uno de los monumentos más damnificados por el apagón cultural, turístico y económico que ha dejado a su paso la pandemia de coronavirus.

Un imprevisto de proporciones bíblicas que ha frenado en seco una década de crecimiento imparable y, peor aún, ha desbaratado todas las previsiones de la Junta Constructora. La ecuación, en este caso, es simple: las obras se financiaban con las entradas, por lo que la desaparición del turismo no ha hecho más que contraer la tesorería. Ya lo escribió el propio Gaudí para subrayar el carácter expiatorio de un templo promovido en 1874 por la Asociación Espiritual de Devotos de San José: «La Sagrada Familia la hace el pueblo. Es una obra que está en las manos de Dios y en la voluntad del pueblo». Y sin dinero, toca barbecho, algo relativamente normal cuando Gaudí se hizo cargo de las obras en 1883 y sufrió todo tipo de altibajos relacionados con los donativos, pero difícil de asimilar tras décadas de crecimiento sostenido y un siglo XX en el que sólo la Guerra Civil logró paralizar las obras.
Horizonte incierto
Adiós, pues, al horizonte de 2026, fecha que se había fijado como meta definitiva coincidiendo con el centenario de la muerte de Gaudí, y puertas abiertas a la incertidumbre. Porque, después de casi un año de grúas paradas y taquillas semidesiertas, nadie se atreve a fijar un nuevo plazo para coronar los 172,5 metros de la torre central con una gigantesca cruz gaudiniana de cuatro brazos y una envergadura de 13,5 metros. «La Sagrada Familia no se parará. Trabajaremos de la manera que sea, pero seguiremos. Y si no es en el 2026, será en el 2030, pero la acabaremos entre todos», reconoció el presidente presidente delegado del patronato de la Sagrada Familia, Esteve Camps, el día que se confirmó que el plazo de 2026 era, sencillamente, «imposible». «Las circunstancias no permiten dibujar horizontes de futuro a largo plazo», añadió Camps.
Unas circunstancias que se explican fácilmente con la comparativa entre el presupuesto para obras de 2019, cuando se llegaron a invertir hasta cien millones en la construcción del templo, y el de 2021, año en que lo sembrado durante 2020 apenas ha dado para destinar 17 millones de euros a las obras. Lo justo y necesario para poder terminar a finales de año la torre de María, la segunda más alta del templo. En estos momentos ya se han construido todos los niveles y únicamente faltan el terminal de 25 metros sobre el que se colocará una corona de piedra de 6 metros de altura con una docena de estrellas de forja. Por encima, un hiperboloide de 18 metros hará las veces de linterna. Y en lo alto de la torre, una estrella luminosa de doce puntas, cada una de ellas de 2,80 metros, dibujará sobre el cielo de de Barcelona una suerte de batseñal con la que el templo quiere ilustrar «cómo la Virgen María guía a Jesús de día y de noche».
«Si las medidas sanitarias lo permiten, durante este primer trimestre de 2021 está previsto colocar los primeros paneles de piedra de la corona. Durante el tercer trimestre se pondrán las dos grandes piezas de la linterna, y en diciembre, finalmente, la estrella», apuntan desde el templo. Será, tal y como subraya el director arquitecto del templo, Jordi Faulí, la primera torre en completarse desde los años setenta, cuando se levantaron las cuatro de la fachada de la Pasión. A partir de ahí, Dios dirá. O, mejor dicho, la Junta Constructora, encargada de decidir los siguientes pasos. «Ahora todos los esfuerzos se centran en terminar la torre», subraya Faulí.
El aniversario que no fue
El panorama, en cualquier caso, es completamente diferente al de hace un año. Y no sólo en la calle, donde ajetreados riders e incómodos silencios campan a sus anchas por donde antes reinaba el bullicio, las colas y ráfagas de selfies en todas las posturas imaginables. También a pie de obra, con los trabajos de nuevo en marcha desde el pasado 25 de enero, las sensación es de ralentí y medio gas.
Bien pensado, no es para menos: justo antes de que el templo se viese obligado a cerrar el 13 de marzo y a paralizar las obras (a diferencia de las visitas, retomadas de forma tímida e intermitente durante el verano, la construcción llevaba once meses parada), en el templo trabajaba más de un centenar de personas. El pasado lunes, en cambio, cuando la actividad regresó a la basílica, sólo 14 operarios volvieron a trabajar; la mitad en el templo y la otra mitad en el taller de Les Borges Blanques. El resto, una vez más, deberá esperar a que vuelvan las visitas más o menos regulares. Gaudí, profético de nuevo, ya dejó dicho que «todas las cosas que han tenido larga vida crecen despacio y con interrupciones». «Es la obra de su vida. Y sabía que era imposible acabarla», destaca Xavier Güell en la biografía «Yo Gaudí».
Eso sí: inconclusa y paralizada pero con una reputación a prueba de bombas, nada de lo anterior ha impedido que la Sagrada Familia haya sido elegida por la plataforma Tiqets como el monumento más destacado del mundo de los Remarkable Venue Awards de 2020. Triste consuelo para una joya arquitectónica que, en circunstancias normales, debería haberse adentrado en 2020 con ánimo festivo. Un año para recordar el décimo aniversario, diez años ya, de la histórica visita del papa Benedicto XVI para consagrar el templo de Gaudí y convertirlo en Basílica.
El mundo miraba a Barcelona aquel 7 de noviembre de 2010 y lo que descubrió fue una asombrosa nave central de 4.500 metros cuadrados bañada por la luz de los vitrales, azules o anaranjados según el flanco, y rematada por estilizadas y asombrosas columnas arbóreas. Un altar tallado en una roca de pórfido de más de siete toneladas confirmaba que, además de como incomparable atracción turística, la Sagrada Familia reabría sus puertas como fabuloso centro de culto y peregrinaje.
Fue, sin duda, el empujón definitivo que necesitaba el templo para consolidarse a nivel internacional. En apenas un año, las visitas se dispararon un 40% (de los 2,3 millones de personas de 2010 se pasó a 3,2 millones en 2011) y, a más visitantes, mayores ingresos, lo que repercutió directamente en unas obras que, tras contener el aliento también en 2010 por el paso de la tuneladora del AVE a pocos metros de los cimientos, estrenaron a velocidad de vértigo su década prodigiosa. Diez años de presupuesto creciente y visitas al alza en los que, siguiendo «la voluntad de Antoni Gaudí de ir hacia arriba, hacia el cielo», como le gusta recordar a Faulí, se ha moldeado a conciencia el skyline barcelonés y, más importante aún, se ha superado la marca simbólica de las torres centrales de la fachada del Nacimiento, la única que Gaudí terminó en vida.
Ocurrió en 2019, cuando el templo rebasó los 107 metros de altura y, de paso, reabrió viejas polémicas sobre la fidelidad del proyecto actual a la idea original de Gaudí o la construcción (o no) de la controvertida escalinata del porta de la Gloria, escollo urbanístico aún por resolver que implicaría el derribo de dos manzanas. Los responsables de las obras siempre han defendido que su fidelidad al proyecto de Gaudí es total, aunque la ausencia de planos originales, calcinados en un incendio provocado por milicianos que arrasó el taller del arquitecto en 1936 y del que solo sobrevivieron bocetos y moldes de yeso, ha contribuido a alimentar las más variadas suspicacias. Ya en 1965, artistas e intelectuales como Oriol Bohigas, Le Corbusier, Miró, Tàpies, Coderch o Pevsner firmaron una carta para paralizar las obras y dejar la Sagrada Familia permanentemente inacabada. Sin Gaudí, decían, la obra quedaba «falseada y disminuida».
Críticas y polémicas
Con Subirats y su angulosa exploración del dolor para la fachada de la Pasión reaparecieron las voces discordantes y las críticas con notable retranca «que sea una templo expiatorio no significa que debamos castigarlo con esas esculturas», dijo el filósofo Xavier Rubert de Ventós; pero la obra siguió adelante. Siempre hacia arriba, buscando el cielo, como dejó escrito y documentado el genial arquitecto, y deslumbrando incluso a los más escépticos cuando se descubrió el asombroso interior del templo. «Siempre hemos seguido el proyecto de Gaudí con la máxima fidelidad –defiende Faulí–. Sí que es verdad que algunas partes las dejó más definidas que otras, pero el proyecto está ahí, ya sea en dibujos, maquetas o fotografías. Además, Gaudí, que era muy listo, dejó a sus discípulos indicaciones geométricas precisas».

Ahora, con las obras de nuevo en marcha, será sólo cuestión de tiempo que asomen la cabeza viejos debates relativos al impacto urbanístico en el barrio (en 2019, después de un siglo largo en situación irregular, la Sagrada Familia obtuvo su primera licencia de obras y pactó con el Ayuntamiento invertir en mejoras en el entorno mientras algunas voces pedían una mayor fiscalización municipal del proyecto) y, sobre todo, al futuro del voladizo y la escalinata del portal de la Gloria, acceso principal al templo que, de materializarse como está previsto, implicaría derribos y expropiaciones.
Y todo mientras una comisión teológica trabaja en el diseño del monumental pórtico, uno de esos puntos sobre los que Gaudí fue un poco menos preciso de lo esperado y se limitó a anotar su voluntad de plasmar el cielo, el infierno, el limbo y el purgatorio. Otra vuelta de tuerca para un templo en el que religión, naturaleza y simbolismo conviven en armonía y que viene a confirmar que, en efecto, «todas las cosas que han tenido larga vida crecen despacio y con interrupciones». Un camino largo y sinuoso hacia la eternidad.
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