Hijos del Olvido
El secreto de las piedras
Guillén de Rohan, 'apareiador' (? Tordesillas-1431 Valladolid)
La palaba 'aparejador' aparece por primera vez asociada a su nombre, grabado en una capilla del convento de Santa Clara de Tordesillas
'El Zohar' de Moisés de León
Pasaje a la posteridad

¿Qué va a hacer usted en 2031? Largo se lo fío, ¿verdad? Lo más probable es que aún no lo sepa. Yo tampoco. Y también es verdad que vaya usted a saber dónde estará esta España nuestra en 2031. Pero en el caso de ... que sea aparejador, arquitecto técnico o ingeniero de edificaciones, sí debe saber que tiene un compromiso ineludible, una efeméride inaplazable, una responsabilidad con la historia. Lo de aparejador, arquitecto técnico, ingeniero de edificaciones e, incluso, maestro mayor tiene su aquel porque, aunque todas estas designaciones se refieren en la práctica a la misma profesión, en teoría alguna diferencia habrá de haber y, de hecho, las hubo en el pasado, porque el concepto fue cambiando de nomenclatura al paso de las leyes y, sobre todo, de las presiones de quienes se nombran simplemente como arquitectos. Pero, para el caso que nos ocupa, vamos a decantarnos por la palabra 'aparejador', dado que es la más antigua de todas y la que, desde hace ahora casi seis siglos, designa a quienes dirigen técnicamente una obra en construcción. Sí, ya sé que es una definición un poco escuálida, pero no se me enfaden, porque tampoco en esto hay un total consenso histórico.
A lo que vamos. Sea usted o no del gremio, lo que voy a contar interesa. Interesa porque, aunque conocemos grandes arquitectos desde la época griega -Euricles, por ejemplo, si creemos a Pausanias-, o desde la romana, que tuvo en Vitruvio al primer gran tratadista de 're aedificatoria', lo cierto es que la primera vez que la palabra aparejador (o 'apareiador') aparece en el universo mundo es sobre una piedra grabada, en Tordesillas. Y concretamente aparece en la capilla que el contador Fernán López de Saldaña, uno de los hombres fuertes de la casa del condestable Álvaro de Luna, mandó construir dentro del convento de Santa Clara de la localidad vallisoletana. Allí, según los arquitectos dieciochescos Eugenio Llaguno y Juan Agustín Ceán Bermúdez, había una lápida -hoy desaparecida- en la que podía leerse lo siguiente: «Aquí iace maestre Guillén de Rohan/ maestro de la iglesia de León et apereia/ dor de esta capilla, que Dios perdone/ et finó a VII días de diciembre, año de mil et/ CCCC et XXX e un años». Y así la transcribió y acreditó también el historiador e ilustrador Antonio Ponz, el abate Ponz, en 1783.
Por esa noticia y por esa mención indirecta sabemos que en aquellos albores del siglo XV, coincidiendo con la crisis del arte castellano, como apunta J. Yarza, aterrizaron en Castilla algunos de los grandes maestros europeos como Hans de Colonia, Hanequín de Bruselas o Jusquín. Y es probable que nuestro 'apareiador' misterioso -y de ascendencia normanda, a juzgar por el genitivo que acompaña a su nombre- fuera parte del séquito de alguno de ellos. Tal vez fuera un 'comitem' en el del último, el de Jusquín, que trabajó precisamente en la ejecución de la seo leonesa, o tal vez en el del flamenco Isambart, tracista de la catedral nueva de Sevilla y que, según la profesora Begoña Alonso Ruiz, pasaría por ser el más probable de los autores de la capilla de Fernán López de Saldaña, al contar ésta con muchos elementos arquitectónicos y decorativos que también aparecen en la Capilla del Sagrario de la Catedral de Palencia y en la Capilla de los Corporales de Daroca, en Zamora, obras suyas ambas.
No obstante, hay tan poca información y tan poco fidedigna sobre nuestro ignoto personaje de hoy que es difícil en todo lo que se diga trascender la categoría de la conjetura. Lo que sí es seguro es que aquel año de 1431 fue un año especialmente interesante para todo el universo constructivo. Y lo fue porque, además de la muerte de Rohan, a quien la profesora Alonso Ruiz atribuye una montea (una suerte de patrón a escala real que se dibujaba sobre los suelos o paredes para que sirviera de troquel) descubierta en uno de los muros de la capilla Saldaña del Convento de Santa Clara, en esa fecha se produce otro hecho fundamental para la arquitectura. Ese año, los agustinos del monasterio de San Juan de Ortega, en pleno camino jacobeo burgalés, ceden el testigo a los frailes jerónimos, que dotarán de un enorme esplendor al edificio que había comenzado a erigir Juan de Quintanaortuño. Y Juan de Quintanaortuño o Juan de Ortega pasa por ser, desde 1953, el patrón de los arquitectos y aparejadores, que celebran su día coincidiendo con el del óbito del gran ingeniero de la Ruta (2 de junio). Y como muchos de ustedes sabrán, es en ese monasterio único en el mundo en el que, coincidiendo con los dos solsticios del año (en torno al 20 de marzo y al 22 de septiembre), se produce el famoso «milagro de la luz», cuando el sol (en los días en que brilla, claro está) entra por un vano hastial y se fija, durante apenas ocho minutos, en la escena de la Anunciación del arcángel San Gabriel a la Virgen. Nueve meses después los cristianos celebramos la Navidad, esto es, el nacimiento por excelencia de nuestra Historia. Y todavía hay mujeres hoy que, como la reina Católica, acuden al templo en esas fechas para rogarle al santo por su sana fecundidad. Así pues, queridos aparejadores del mundo, sólo quedan ocho años para que organicéis a nivel mundial una gran peregrinación hasta la capilla de Santa Clara en Tordesillas. Y si es por marzo o septiembre sería bueno que os acerquéis a honrar la tumba del santo de Ortega. Nobleza obliga.
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