Desde la raya
Princesa del Siam
Algunos dirán «sólo era una gata». Pero sólo son humanos en un mundo que se muere por falta de amor
Con vosotras

Mi hermosa Michu, mi pequeña princesa del Siam, acaba de dormirse entre mis brazos, donde aterrizó hace casi catorce años cuando era una bolita de pelo más pequeña que la palma de mi mano.
Se ha ido como ha vivido: tan buena, llena de amor, ... sin dolor, con miles de besos y mis dedos en su cabecita suave. Probablemente le hubiese gustado hacerlo a su bola, siempre fue más de hacer lo que le daba la gana: la cercanía, arrimarse, dormir sobre mis pies, plantarse encima de mi pecho en plena noche ronroneando como una loca o salir escopetada si intentaba cogerla. Todo a su albedrío.
En los últimos días la luz azul de sus ojos se iba apagando. El cáncer, que no perdona al género humano, tampoco perdona al gatuno. Cinco cirugías de tumores mamarios le han prolongado la vida hasta que hubo que dejar que las cosas siguiesen su curso; que viviese lo que le quedase. Ahora, en apenas unos días, la vida se le ha precipitado y yo me iba preparando para dejarla ir.
Sé que el mundo desquiciado que vivimos ofrecería columnas más generales, más polémicas, más de todos. Pero algo se ha roto en mi pequeño mundo; este dolor, esta sensación de que me han arrancado un pedazo de corazón de cuajo, lo difícil que es dejar volar lo que tanto se ama.
Habrá quien piense -sobre todo quienes no tienen animales- que «sólo era un gato». Pero la compañía que se ofrece día a día no puede ser un «sólo». Las lágrimas que nadie ve, el suave calorcito de un corazón latiendo, la leve respiración junto a tu almohada en las noches de soledad, esas que parece que nunca terminan, no son un «sólo». Como si la vida no pesase como plomo cuando se nos va quien nos habitó con ternura.
Moldeada según la horma de mi propia vida, mi pequeña Michita siempre me mostró lealtad sin ataduras, independencia sin abandono. Ha destrozado medio mobiliario pero nunca me arañó ni clavó sus uñas en mí; sólo lamía con su lengüita áspera mi piel reconociéndome como familia, besándome a su manera. Cuánto deberían aprender tantos humanos que se afilan las uñas sobre las espaldas ajenas y las clavan como puñales, que convierten la cercanía en un abuso de confianza.
Y ahora, que me explota la cabeza de tanto llorar y me duele el alma, aunque digan que el alma no existe, siento el inmenso vacío que deja un ser tan pequeño, este agujero sin fondo en el corazón.
Cariño mío, mi negrita, mi chiquitina, cuida de Mico en el paraíso de los gatos. Espérame en la puerta como cada vez que llegaba, guarda mis sueños, las cosas que nunca digo.
Algunos dirán «sólo era una gata». Pero sólo son humanos en un mundo que se muere por falta de amor.
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