Los primeros vacunados, un año y tres dosis después
Áureo López y su residencia en Cevico de la Torre (Palencia) encabezaron la inmunización en Castilla y León el pasado 27 de diciembre. Hoy, a sus casi 90 años, se siente protegido y anima a todos a pincharse contra el Covid

Su imponente Belén nada más cruzar la puerta recuerda que es Navidad. El sonido del agua del río y sus figuras, algunas centenarias, han vuelto a instalarse un año más en la entrada de la residencia de ancianos Santa Eugenia de Cevico de la Torre ( ... Palencia). Pero estas fiestas no serán como las anteriores, al menos anímicamente, porque doce meses y tres dosis después, sus usuarios y trabajadores, los primeros vacunados frente al Covid en Castilla y León, respiran ahora mucho más tranquilos y protegidos que en diciembre de 2020. Fue a partir del día 27 de ese mes, hace hoy justo un año, cuando empezaron a ver la luz al final del túnel en el que les metió el coronavirus, un enemigo invisible que se cebó especialmente con las residencias. Supuso el cierre prácticamente a cal y canto de sus instalaciones desde el 12 de marzo -tres días antes de que el Gobierno decretara el primer estado de alarma- para protegerse al máximo.
A sus casi 90 años, Áureo López, la primera persona que recibió la ansiada vacuna en la región recuerda en el mismo escenario -la capilla de la residencia- el día en que los sanitarios se desplazaron hasta allí para inocular las dosis iniciales que llegaron a la Comunidad. «Estaba emocionado y muy alegre porque tenía muchas ganas de que me la pusieran después de todo lo que se estaba viendo que había fuera», asegura. «En lo físico no notabas nada, pero en el espíritu, sí. Yo pensaba: ‘por lo menos ya tengo una vacuna y mi organismo responderá un poco’». Y así ha sido, ni Áureo ni ninguno de sus compañeros han pasado por la enfermedad. Tampoco los trabajadores, y la residencia de Cevico de la Torre ha conseguido mantenerse a salvo del virus a lo largo de toda la pandemia.
Hoy tocan madera -en este caso el banco de la capilla- y no bajan la guardia , más aún en estas fechas navideñas, que «son complicadas», reconoce Áureo, y porque parece que ahora, en plena sexta ola, «está viniendo incluso con más fuerza». Por eso, siempre hace gala de «la precaución» en sus habituales paseos fuera de la residencia y, pese a que conoce bien el pueblo, siempre va «hacia al campo». «No es que tenga miedo, pero sé que allí -en la localidad- puede haberlo, así que me alejo y así respiro oxígeno».
Nueva normalidad
A fuego lleva grabado las fechas en las que recibió sus tres vacunas, en su caso de Pfizer, -27 de diciembre, 17 de enero y 24 de octubre-. «Aquí fue por unanimidad, todos nos decidimos a pincharnos», recuerda, porque lo que habían vivido -prácticamente un año entero sin salir al exterior- había sido «muy duro». «Personalmente, he sido una de las personas que más sintió ese año. Yo estaba acostumbrado mucho a andar y de repente nos dijeron: ‘Desde mañana no se sale’ . Fue un freno para mí e incluso el organismo se ha resentido. Arrancar otra vez me ha costado después de un año sin salir de aquí», relata al echar la vista atrás. Pero, poco a poco, van accediendo a la ‘nueva normalidad’ y se siente mucho más protegido. «Yo creo que a mí, después de tres dosis, no me va a coger», augura, teniendo siempre en mente no bajar la guardia en una lucha que se reaviva durante esta Navidad con una elevada incidencia y los contagios disparados. Y, ¿quién le iba a decir a él que por ser el primero en recibir uno de esos pinchazos le iban a invitar a conocer a Felipe VI? «Por ser de los primeros, me enviaron una invitación para ir a verle y también al presidente del Gobierno, pero no pude ir. Ya lo siento, me hubiera gustado ese de estrecharle la mano al Rey», lamenta.

Nacido en 1932, vivió de niño la Guerra Civil y la «pobreza» en la posguerra y alberga dudas de que la pandemia sea lo peor que ha vivido, pero tiene muy claro que toda la ciudadanía debe vacunarse frente al Covid. «Los que faltan, que se vacunen pero ya», exige. Y es que él fue uno de los pro-vacunas desde el inicio dentro de su residencia y cree que debería ser obligatorio para toda la población. «Vacúnate, hombre, que si no no hacemos nada. No hago yo nada con vacunarme si después voy a convivir contigo al comedor y en otras cosas», les decía a todos sus compañeros con los galones que conlleva ser uno los veteranos del centro. «Siempre que se pueda poder un remedio, todo el mundo queremos vivir. Así que ponédmela», le dijo en diciembre de 2020 a la supervisora de la residencia, Mari Bilbao, a quien le agradece que, desde el principio, les llevara «en buena dirección» y de manera «estricta» para mantener el virus fuera del centro y de sus 85 ancianos.
Fue Mari la que se sentó al lado de Áureo en ese primer día de vacunación y puso su brazo tras él. «Todos vivimos el pinchazo con mucha alegría y ni siquiera nos planteamos si iba a tener repercursiones o no», rememora una de las responsables de este pequeño centro palentino, que en marzo de 2020, cuando poco se conocía de la pandemia, decidió permanecer encerrada con los ancianos durante 50 días porque «alguien tenía que quedarse a cuidar de ellos si el virus entraba». Tanto ella como el resto de trabajadores cuentan ya con sus tres dosis y recuerda como hace justo un año todos arrimaron el hombro y se pusieron la inyección porque querían «acabar con lo que se había vivido en esos meses».
Desde entonces hay «más tranquilidad» y «ha habido meses muy buenos, con mucha alegría, y otros con mucha decepción por la gente que no se ha vacunado y por donde hemos llegado otra vez», lamenta al referirse a las crecientes cifras de contagio y a que la situación sea de nuevo muy complicada de puertas afuera del centro.
Un apoyo a las residencias
«Sin la vacuna no salimos porque está claro que funciona. Nosotros confiábamos en ella y seguimos confiando», asegura convencida de que es precisamente el pinchazo el arma fundamental contra la epidemia. «Eso es seguro», respalda también Áureo al lado de la persona con la que ha formado un «buen equipo» en todos estos meses. «Él dio ejemplo a sus compañeros y yo, a los míos», explica Mari , que desde aquel 27 de diciembre acude con «un poco más de alivio a trabajar».
Y también mucho más orgullosa de su profesión. «A las residencias se les había tirado por los suelos y no se dan cuenta de que la gente trabaja y tiene su corazoncito. Hay gente que se desvive por los abuelos, no les llama usuarios, les llama por su nombr e, y ahí -al ser vacunados en primer lugar- vimos recompensado nuestro trabajo», explica. Y es que para ellos también han sido meses difíciles. «Lo hemos pasado mal. Yo me encerraba en una habitación y he llorado mucho», rememora al recordar los días en los que permaneció en la residencia lejos de su marido y su hijo.

Afortundamente y pese a que fuera el virus vuelve a coger fuerza de la mano de la variante ómicron, la vida dentro de las paredes de Santa Eugenia se va pareciendo cada vez más a la que conocían antes. «Ellos entran, salen y hacen sus actividades. En lo único que ha cambiado es en que antes éramos una residencia de puertas abiertas, los familiares podían entrar. Ahora, no pasan de la capilla», indica. Un lugar que a partir de ahora será «símbolo» en estas instalaciones. Allí recibieron sus primeras dosis contra el Covid y pudieron reencontrase con sus seres queridos. «Ha servido para rezar y para las visitas», explica Mari, que ya está preparada para encarar las fiestas navideñas como otra batalla dentro de esta ‘guerra’.
Y lo hace no sin cierto temor porque algunos de los residentes saldrán con sus familiares y podrían compartir estos días con niños que aún no han recibido la vacuna . Por eso, ya se rearman para intentar que el coronavirus se mantenga, como hasta ahora, alejado. Harán tests a todos los trabajadores y también a los usuarios que abandonen las instalaciones, que, además guardarán tres días de cuarentena.
No será el caso de Áureo, que permenece un año más, y ya van seis, en Santa Eugenia durante la Navidad. Y tampoco de Alejandro Sastre, otro de los primeros vacunados, que se quedará para pasar unas fiestas «más tranquilas». Este año, en el centro se han esforzado porque la Nochebuena y la Navidad se parezcan lo máximo posible a aquellas en las que nada se sabía del Covid-19 y los abrazos y los besos eran algo habitual. En el comedor, todo está decorado y las mesas de grupos de cuatro se convirtieron en una más grande compartida por todos los residentes durante una cena que dio paso al habitual baile de una residencia que tiene claro que para salir de la pandemia solo hay una receta: «Vacuna, vacuna y vacuna».
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