La corrupción de la corrupción

Primera, el Gobierno decide honrar a Magdalena Álvarez con uno de sus premios Caleta en Málaga. Hombre, una cosa es que Pedro Sánchez pidiera para ella un aplauso en un mitin como golpe de efecto en campaña –un aplauso que servía para anticipar la polémica sentencia de 'su' Tribunal Constitucional– y otra que premien a una condenada, porque sigue condenada y pendiente de juicio, después de que el Tribunal Constitucional atendiera parcialmente un recurso suyo. En fin, el blanqueo de los Eres ha tenido muchos capítulos estupefacientes, he aquí uno más. Homenaje institucional a una condenada.

Otro: el andaluz Gómez de Celis, que a menudo ocupa la silla de la tercera autoridad del Estado sustituyendo a Francina Armengol como segundo en el Congreso, ha dicho… bueno, mejor óiganlo directamente:

Así que el problema democrático de la Justicia es que los jueces no son hijos de obreros, sino hijos de jueces. Vaya. En fin, salvando el pequeño detalle de que es incierto –veo en las estadísticas de la Escuela Judicial que son el 5% en los últimos veinte años, o sea, un número apreciable pero en definitiva un 95% no son hijos de jueces o juezas– el asunto está en que la Justicia tiene un problema mucho más serio y se llama 'el cuento del lawfare', ese relato que el PSOE tuvo que comprar a Puigdemont junto a la amnistía para obtener la investidura. Y le han cogido gusto. Al juez de Begoña Gómez, ¡lawfare!; investigación del Fiscal general, ¡lawfare!; declara Aldama en el Caso Ábalos… lawfare, lawfare, lawfare.

Este es el quid. El PSOE se ha acostumbrado a desacreditar a la Justicia para convertir la corrupción en un relato victimista de bulos o lawfare; y el PSOE andaluz se ha sumado para blanquear su pasado. Que lo hagan, es lamentable; que les pueda funcionar, es lo inquietante.