La Graílla
Nacer, ser, desear
Hay una parte de la sociedad que no es capaz de aceptar que el sexo se construye de fuera hacia dentro
Aunque tú no lo sepas
La ola digital
No hay afirmación científica que no tenga que demostrarse con la experiencia. Si no puede pasar por el contraste de la realidad una frase no es más que una opinión, un deseo o una fantasía, y no se le podrá prestar más atención que ... la creencia de que pasar debajo de una escalera trae mala suerte. Alexander Fleming no ofreció la penicilina con la esperanza de que acabase con las infecciones como un milagro, sino después de haber comprobado muchas veces que aquellos mohos que aparecieron en el pan olvidado iban a ser la base para tratar bastantes enfermedades mortales. Si tuvo algún detractor sería capaz de llevarlo a un laboratorio para que anotase con sus propios ojos que la penicilina iba a cambiar la historia.
Desde hace unos años a la conversación pública se asoman unas ideas que apenas han necesitado demostrarse para convertirse en certezas. De un hecho tan real como minoritario, que es la disforia que hace que algunas personas, muy pocas, no se sientan a gusto en su propio cuerpo y piensen que en realidad les corresponde una fisonomía distinta, se ha construido un mundo en el que una simple desorientación de adolescencia, un bache en el que una persona anda perdida o una fantasía que la cabeza lleva a más se convierten en un derecho que es necesario hacer real, o hacer parodia de lo real, hasta las últimas consecuencias quirúrgicas y químicas para toda la vida.
Cuando se afirma que alguien no se identifica con el nombre que le asignaron al nacer hay una parte de la sociedad que por sectarismo morado, cálculo rojo o pánico azul no es capaz de admitir que el sexo se construye de fuera hacia dentro, de aquellos órganos con los que se nace y que definen una parte de la identidad. Nadie es un espíritu primordial que a veces se encarna en el cuerpo que le corresponde y otras veces en el equivocado, pero ahora no se puede rebatir que en estos casos hay que cortar por lo sano, despachar fármacos atroces y hacer ver a todo el mundo con un relato emotivo que la sociedad estaba equivocada y que alguien se ha liberado al cambiar de pronombre y se ha enganchado a una lucha química de su voluntad contra la naturaleza de su cuerpo.
La Asociación Católica de Propagandistas se atrevió esta semana a alzar la voz en Córdoba con una campaña de publicidad en marquesinas, titulada como una pregunta: «¿La mujer nace o se hace? La mayoría lo tienen claro, aunque en los tiempos que corren muchos tienen miedo a hablar». No hubo controversia, porque la gente de Hacemos Córdoba corrió ayer no a demostrar con datos, explicaciones, informes y verdades que se equivocaban, sino a tapar hablando de odio el anuncio que alguien había pagado a una empresa con licencia para explotar el sitio. Hablaron de derechos humanos, entre el que no está ya la libertad de expresión, y de tolerancia, y aquí acertaron al revés: quien los viera tapar lo que dicen los demás tuvo una demostración empírica de qué es la intolerancia.
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