Esbozos y rasguños
Tenemos que hablar de Kylian
«Se le ve desconectado y ensimismado durante los partidos. Alicaído e impotente. Parece que le ha superado por completo la presión que él decidió ponerse sobre sí mismo»

Mbappé no está bien. No hace falta ser un avezado observador ni el título de psicólogo deportivo para darse cuenta de este detalle. Se le ve desconectado y ensimismado durante los partidos. Alicaído e impotente. Parece que le ha superado por completo la presión que ... él decidió ponerse sobre sí mismo con los culebrones veraniegos, con sus agotadoras idas y venidas, con su afán de protagonismo. Subestimó la despiadada exigencia que supone jugar en el Real Madrid.
Con tres títulos en juego este mes resulta del todo inadmisible que la supuesta estrella de tu equipo se borre de esta manera, dejando en la estacada a los suyos en Mendizorroza con una entrada que haría enmudecer a Montero Castillo y Aguirre Suárez. Hasta pudo poner en peligro su participación en la final de Copa y, ya de paso, sacar en ambulancia a Antonio Blanco. Todo por un arrebato infantil, berrinche de quien sabe que no está cumpliendo, ni de lejos, con las expectativas generadas. Se habla mucho de un «cruce de cables», pero yo revisaría la instalación al completo porque las bajadas de plomos y la escasa tensión en el francés empiezan a ser la norma.
Mbappé corre el riesgo de acabar esta temporada convertido en esa clase de delantero comodón que se muestra fuerte con los débiles y débil con los fuertes. Sus cifras goleadoras (22 goles en Liga) son óptimas a la par que un tanto engañosas. En pocos momentos de la temporada, salvo tal vez contra un City desvencijado y entregado, ha sido determinante, diferencial y dominante. Por ahora, y esto parece un dato objetivo, el equipo ha empeorado con él. Y el PSG, en cambio, ha mejorado.
Hubo una época en la que la presencia de Mbappé sobre el campo, parafraseando a Raymond Chandler, era tranquilizadora como una tarántula en una tarta de limón. Infundía miedo y encendía todas las alarmas. Ponía los pelos de punta. Ahora mismo parece una hormiga en esa misma tarta: inoportuna, incómoda, inofensiva.
El partido contra el Arsenal puede marcar la evaluación final del curso del francés. Está a tiempo de demostrar que hay alguien ahí. No ya tanto en forma de goles como de mandar una señal al madridismo, a Europa y, sobre todo, a sí mismo, de que sigue siendo el rey. O, al menos, una tarántula en medio de un pastel de limón.
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