Es fútbol y es femenino
Las suecas que alborotaron el Real Madrid
La historia de incomprensión, celos y rechazo de Sofia Jakobsson y Kossovare Asllani, rivales hoy de España, cuando ficharon por el club blanco
Amenaza desde el aire
La elegancia de pies y cabeza de Irene Paredes

La fusión del CD Tacón que hicimos con el Real Madrid se anunció a finales de junio. Trabajábamos en hacer una plantilla muy humilde, intentando mantener el bloque de jugadoras que lograron el ascenso. La fusión con el Real Madrid nos posibilitó poder fichar ... futbolistas hasta ese momento inimaginables para nosotros: el mercado estaba muy adelantado y pocas opciones había. Pusimos el foco en el Mundial que se estaba celebrando en Francia. Hablamos del verano del 2019.
Contacté con una de las grandes agencias de representación españolas, más vinculada al fútbol masculino, aunque estaba empezando con el femenino. Mantenía (y mantengo) personalmente una cordial y afectuosa relación con ellos y nos pusimos en marcha. Activaron sus contactos internacionales y nos mandaron la posibilidad de ver una serie de jugadoras, entre ellas la sueca Sofia Jakobsson.
A pesar de que el club quiso inmediatamente a Jakobsson, había otra jugadora, sueca también, enormemente relevante. En mis informes de los partidos siempre destacaba a la número 9 de Suecia: Kossovare Asllani. Lógicamente pregunté por la posibilidad de contactar con ella. Dicho y hecho. Localizamos a su agente, curiosamente un tipo especializado en masculino, con una única excepción en su porfolio: la futbolista Asllani.
Suecia acabó aquel Mundial en tercera posición y, solo días después de liquidar la competición, Asllani aterrizaba en el aeropuerto de Madrid junto con su agente para iniciar conversaciones.

Las negociaciones llegaron pronto a buen puerto y se cerró su fichaje por el CD Tacón. Había un año de transición obligado desde que se acordó la fusión hasta que se hiciera efectiva. Ese periodo generó una confusión importante: a ojos de todos éramos el Real Madrid, aunque el papeleo legal y los plazos no estaban oficialmente rematados. Técnicos, afición, directivos… Todos nos pasábamos el tiempo explicando el proceso. Pero sin duda, quienes lo vivieron con más intensidad e inquietud fueron las jugadoras, especialmente las recién llegadas desde Suecia.
Apenas unos días más tarde llegó Sofia Jakobsson. Las negociaciones esta vez no fueron tan rápidas como con Asllani. Tras dos días de reuniones, Sofía se fue de vuelta a su país con el firme compromiso de dar una contestación tras el fin de semana. Esos dos días fueron un sinfín de idas y venidas, de ahora sí, ahora no, de preguntas y dudas. Todo bastante frenético, aunque a la postre se consiguió cerrar el acuerdo.
El idioma (enseguida empezaron clase de español), nuestra cultura, la confusión de somos/aún no somos el Real Madrid, el desembarco de todos en Valdebebas, la propia idiosincrasia de España y la de hacer inmersión en club con una normativa rígida, supuso un (emocionante) caos inicial. Todos éramos unos extraños. Las dos suecas, acostumbradas a una profesionalidad máxima y a otro tipo de disciplina, estaban un poco descolocadas.
Miradas inquisitoriales
A ese caldo de cultivo había que sumar que muchos de los miembros de nuestro cuerpo técnico no habían vivido hasta entonces ese ambiente tan profesional, y se movían a veces más por intereses personales o por sentimientos, incluso celos por parte de algún que otro miembro de la directiva, que por estricta objetividad futbolística. Sin duda ninguna, de las dos suecas, la que era objeto de más miradas inquisitoriales fue Kosovare Asllani. Con esas bases, huelga decir que la convivencia no fue precisamente una balsa de aceite.
Fue sólo en el viaje a París en diciembre de 2019, en la gala del Balón de Oro, cuándo logré entender qué es lo que pasaba. Ambas estaban nominadas. Y allí fuimos las suecas y un servidor, un sueño inimaginable para nosotros hacía tan solo unos años. El club de barrio nacido de la nada había llegado nada más y nada menos que a la gala del Balón de Oro en París, la galaxia de élite de las estrellas del fútbol. Allí ellas fueron sincerándose y abriéndose. Dos figurones del fútbol femenino europeo habían desembarcado en Madrid, como grandes fichajes y se habían encontrado un recibimiento digamos regular, unas costumbres diametralmente opuestas a las suyas, un caos organizado de denominación del club y envidias malsanas, no tanto de las propias compañeras, sino más bien de puestos superiores. Era un ambiente de improvisación en el que ellas, por su cultura y la falta de manejo del idioma, no se movían bien.
A pesar de entender lo que les pasaba, ni nosotros ni ellas fuimos capaces de enderezar la situación. La salida del preparador físico del equipo, con quien tenían trifulcas un día sí y otro también, parecía que podría reconducir la situación. Pero ni por esas. Este técnico, que siempre priorizó trabajar con equipos masculinos, abandonó el femenino del Real Madrid, sin duda una extraordinaria carta de presentación, para recalar en el Racing de Santander masculino, y no precisamente por una oferta mejor. Todo quedaba bastante al descubierto. Entre tanto, de sopetón, llegó la pandemia. Y todos para casa. La plantilla, como todos, estaba desconcertada. Y las suecas, más.
La siguiente temporada, 2020-21, las suecas empezaron a tener más afinidad con el resto del equipo. Ya era Real Madrid de facto y eso, sin duda, daba otro empaque al asunto. Las jugadoras hicieron piña: ahora ya sólo tenían dos enemigos públicos, el entrenador (David Aznar) y la directora deportiva (Ana Rossell). No se sentían apoyadas por ellos.
Una jugada injusta
Al finalizar la temporada, Sofía se va del club. A la siguiente temporada lo haría Asllani. Y ambas, desde mi punto de vista, lo hicieron por la puerta de atrás. Fue una jugada injusta. Las dos arriesgaron y apostaron por el club sin cortapisas, las dos fueron las jugadoras determinantes esas temporadas y las dos dieron ese plus necesario de competitividad que ayudó sobremanera a mantener la posición en esos duros inicios.
Cuatro años después, nuestra selección española se enfrenta en semifinales del Mundial a la sueca, donde a fecha de hoy Asllani sigue siendo su líder y capitana, además de un icono indestructible en Suecia en todos los aspectos. Es imagen de Kia, Coca-Cola, Visa, embajadora de Unicef. Profesional, impecable futbolista, guapa, millonaria, exitosa, admirada. Es una auténtica referente de una selección cuyo palmarés es envidiable: subcampeonato del mundo, tres terceros puestos, un campeonato de Europa, una medalla de plata olímpica.
Sofia Jakobsson también estará (probablemente: está tocada). La sueca es rápida, tremendamente resistente, posiblemente una de las jugadoras con mejores cualidades físicas de los últimos tiempos. Asllani, además de la abanderada del equipo, es una locura de jugadora. De ella siempre opiné que podía haber sido la Di Stéfano del femenino.
Estamos sin duda ante una selección potente, con dos jugadoras que son referentes mundiales y que, como ya hemos explicado conocen bien los entresijos del fútbol patrio. Ellas tienen muy clara la disciplina. Y es sencilla. Las jugadoras juegan, los entrenadores entrenan y los directivos dirigen. Ellas, a sabiendas de que son estrellas (y también tienen su dosis de ego), son capaces de dejar de lado los intereses personales, los celos personales y profesionales y darlo todo en el campo.
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