El escándalo Rubiales
La federación del Gatopardo: cuando todo cambia para seguir igual
El nuevo presidente de la Federación, Pedro Rocha, efectúa cambios para paliar el daño reputacional de la institución en un ambiente de Guerra Fría. El núcleo de poder de Rubiales sin embargo sigue intacto por ahora
Rubiales dimite: «Hay poderes fácticos que impedirán mi vuelta»

«¿Qué puedes cambiar cuando llega un nuevo presidente a la Federación? Básicamente tres cosas: los seleccionadores, el Comité Técnico de Árbitros y el secretario general». La afirmación proviene de un experto en estos asuntos de despachos deportivos, generalmente poco atractivos para la afición y ... la opinión pública. Sin embargo, la Federación Española de Fútbol (RFEF) acapara estos días más titulares que la propia selección o sus siete goles en Georgia, un bálsamo pasajero para el huracán que se gesta en segundo plano mientras el rubialismo trata de convencer al mundo de que ya no existe.
Sería probablemente iluso esperar una revolución higiénica, teniendo en cuenta que el presidente Rubiales, ya dimitido tras 21 días de resistencia, hubo de ser suspendido por la FIFA mientras el sistema jurídico-político español era incapaz de cortar la hemorragia tras cinco años de escándalos. Su sustituto, Pedro Rocha, es el presidente del fútbol extremeño y conoce el valor de los gestos: además de pedir perdón a la sociedad, ha reducido drásticamente la comitiva que solía acompañar a la selección masculina en sus partidos internacionales. (De una veintena a sólo seis fieles altos cargos: un alarde de austeridad en la entidad que se llevó la Supercopa de España a Arabia Saudí por dinero).
También ha reemplazado Rocha al entrenador de la selección femenina, Jorge Vilda, dos semanas después de ganar el Mundial. El nuevo presidente prometió esta semana al Consejo Superior de Deportes (CSD) cambios profundos en la Federación, horas después de que un juez observase indicios de corrupción y alteración de la competición por los pagos del FC Barcelona al exvicepresidente de los árbitros, José María Enríquez Negreira, durante dos décadas. Todos los actores del sistema dicen ahora querer acabar con el rubialismo. Existe, sin embargo, una sensación extendida de que la reforma del régimen clientelar que nos trajo hasta aquí no está entre las prioridades de Rocha (que, no en vano, es el delfín de Rubiales). Y, quizá, de que tal renovación es sencillamente imposible. La moción de censura ya no hace falta tras la dimisión de Rubiales y ahora la pregunta cuándo se celebrarán las elecciones.
El seleccionador masculino, Luis de la Fuente, se arrepintió a tiempo de sus aplausos a Rubiales y busca su consolidación definitiva con la clasificación a la Eurocopa 2024. Los jugadores, como el técnico, sólo quieren que se vuelva a hablar de fútbol. Pero el interés de la afición por el equipo es menguante y las entrevistas organizadas con medios han dejado de ser blandas: todo gira sobre Rubiales y el lugar en el que ha quedado cada uno por su actitud durante estos días de furia. La Federación trata de camuflar el caos, pero la enfermedad siempre acaba dando síntomas: por ejemplo, que el equipo no pudiera entrenar con normalidad porque a Tiflis no habían llegado las botas (y después tratar de ocultar que llegaron en un jet privado).
Un cambio sin cambio
En el lado de las futbolistas, el nombramiento de Montse Tomé parece confirmar la tan repetida paradoja acuñada por el novelista italiano Giuseppe Tomasi di Lampedusa en 'El Gatopardo': «Si queremos que todo siga como está, es preciso que todo cambie». Tomé era la ayudante principal de Vilda, su persona de máxima confianza, la única del cuerpo técnico con buenas condiciones económicas. Su nombramiento es un guiño al feminismo y ha producido un cierto alivio en el grupo, pero ni resuelve el fondo del embrollo ni va a detener el afán modernizador (cuando no el revanchismo) de diversas jugadoras relevantes. No hay consenso en el equipo y va a ser un vestuario francamente difícil de gestionar. Este mismo mes hay dos partidos decisivos (ante Suecia y Suiza) que pueden dar una plaza para los Juegos Olímpicos, una competición que nunca ha jugado el equipo femenino español.
Se da ya por seguro en los pasillos de la Ciudad del Fútbol de Las Rozas que Luis Medina Cantalejo, presidente del Comité Técnico de Árbitros, será por cuestiones bastante obvias el próximo directivo en caer: su apoyo a Rubiales (no rectificado) y el caso Negreira lo convierten en un activo quemado. Sólo el apoyo de algunos dirigentes territoriales explica su permanencia aún este fin de semana. Pero es que «aquí todo el mundo tiene cosas contra todo el mundo», en palabras de un empleado federativo. «¿Ambiente enrarecido?», responde a la pregunta del periodista. «¡Esto es la Guerra Fría! Hay una tensión brutal, y algunos todavía esperan a que vuelva Rubiales para purgar a los desleales».
Más aún que Medina Cantalejo, es el secretario general de la Federación, Andreu Camps, quien funcionará como indicador biológico del nuevo ecosistema. El ariete principal del rubialismo en sus diversas batallas, que pidió desesperadamente a la UEFA un salvavidas para su jefe a cambio de sugerir sanciones para los equipos españoles, sigue en su despacho, inmune a las críticas, protegido por diversos 'barones' regionales, abandonado por el CSD, firme en su alianza con el otro poder fáctico vigente de la RFEF, Tomás González Cueto (responsable jurídico). La Federación ha exhibido esta semana el nombramiento de la escondida Elvira Andrés, responsable de integridad en la época de algunos escándalos graves de Rubiales, como nueva directora de gabinete. Andrés ha prometido que la RFEF se va a convertir repentinamente en un «referente» de «la igualdad, la sostenibilidad y la transparencia».
La aireada discusión entre Santi Denia, seleccionador sub-21, y Francis Hernández, íntimo amigo de Rubiales y todavía coordinador de las categorías inferiores, es una estampa representativa del ambiente interno de una institución perdida en alta mar con marejada grado 5. Hernández, que reprochó a gritos el silencio de Denia en aquella lamentable asamblea del 25 de agosto, es un ejemplo ruidoso de la Federación que se resiste a morir. Pero no es ni mucho menos el único. Ahora ya no se llevan bien entre sí el cuerpo técnico de la selección absoluta y la dirección deportiva, que lidera Albert Luque.
Unos los acusan de deslealtad con el presidente suspendido y los otros están esperando que caigan junto con otros flecos amortizados. El escenario lo describe así a ABC un miembro de los cuerpos técnicos: «En dos meses las chicas estarán entrenando en el campo principal y los chicos en el de hierba artificial».
«Apenados y avergonzados»
Entre cotilleos permanentes sobre el destino previsible de Fulano o Mengano y el temor a micrófonos-bolígrafos como los que solían utilizar Rubiales y el todavía director de Integridad, Miguel García Caba, no es exagerado hablar de estrés postraumático colectivo.
Los coletazos del escándalo son aún imprevisibles mientras periodistas de aquí y allá tratan de confirmar rumores asombrosos y movimientos silenciosos de directivos agazapados para saltar cuando el temporal termine por llevarse por delante lo que falta.
Pedro Rocha quiso «dejar claro» a la sociedad esta semana que la postura equivocada «fue la del señor Rubiales, no la de la RFEF». «Nos sentimos especialmente apenados y avergonzados por el dolor y la angustia adicionales que esto ha causado», subrayó. La credibilidad de su voluntad reformista dependerá de las decisiones que tome esta semana: su comunicado no termina de casar con la continuidad de los dirigentes más fieles y próximos al presidente suspendido. El mundo sigue pendiente de la RFEF; como escribía esta semana una conocida activista estadounidense en Twitter, «seamos claros: la RFEF no tiene derecho a cargar toda la responsabilidad sobre Rubiales. No hemos olvidado el apoyo que le dio mientras literalmente amedrentaba y atacaba a su víctima. La RFEF necesita una reforma seria y la FIFA debe liderarla».
Este domingo iba a ser probablemente el primer día de relativo descanso en la Federación desde que aquel beso a Jenni Hermoso abriese la caja de los truenos en una institución cuyos escándalos no terminaban de importarle a nadie (ni siquiera al Consejo Superior de Deportes). Sin embargo, la dimisión de Rubiales ha puesto fin a la calma.
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