Las ventas
Feria de Otoño: así se va a la guerra de los mansos
Castella, con un Devoto a más, y Ureña, que se jugó la vida con un marrajo Andaluz de banderillas negras, pierden el triunfo con la espada pero se ganan el respeto de Madrid
Gracias por hacernos soñar, maestro

Doblaban las campanas en cada simulacro de embestida de Andaluz. Aquello era la guerra, una épica batalla a la que se marchó Paco Ureña con un manso de solemnidad, merecedor de banderillas negras en una lidia imposible. Como imposible se antojaba la faena. Pero ... el de Lorca se enfundó el uniforme del soldado raso que quiere atraer galones y se llevó aquel marrajo a los mismísimos medios. Qué manera de exponer y tragar; qué bemoles. Así se viene a la catedral. Silbaban las balas por los dos pitones mientras el de Lorca cargaba la escopeta del valor, con esa forma de abandonarse tan suya, con ese toreo por abajo de las conquistas de Madrid. No le perdonó tanta verdad Andaluz, con todo su peligro y mala baba a cuestas hasta la hora final. De un violento pitonazo le partió el chaleco. Costoso para darle matarile, oyó dos avisos antes de pasear el anillo desmadejado, roto por el esfuerzo de jugarse la vida, sabedor de que la entrega de 'su' plaza valía más que la necesaria oreja. Si es que ya valen las orejas de algo...
Aquel toro llevaba el hierro de Cortés. Como el anterior cuarto, con aires de la ganadería portuense del campo charro. Por manso lo protestaban. «¡Fuera, fuera!», gritaban. Increíble el desconocimiento en la capital del toro de esos nuevos públicos a los que más que ofrecer copas hay que brindar un cursillo acelerado. Redomada la mansedumbre de Devoto, que ni quería peto ni telas, y eso que Chacón se lo trajinó con poderío y paciencia. De sombrerazo su lidia –en la que ya se adivinó el potencial del toro–, como el par de Viotti, que se jugó la cornada como si de ese par dependiese su colocación la próxima temporada. Había en los tendidos ese runrún de Madrid, con sus silencios de bullicio, con sus bullicios de silencio, cuando Castella se adentró en los terrenos del enemigo y lo sujetó. Aquellos que querían devolverlo no daban crédito a esa forma de ir y venir de Devoto, que respondió con clase a la muleta. No había más paisaje para el de Cortés que el trapo rojo, siempre presentado en la cara, entregado el torero y con toda la fe depositada en Devoto, que sacó un emotivo fondo de casta. Mandón el francés en una de las faenas de mayor calado en el año de su regreso, con ese modo de engarzar las tandas, con un cambio de mano inacabable. Rugía el graderío mientras buscaba los pañuelos, frenados por el acero. La vuelta al ruedo tuvo el peso de la ley.
De Castella acabaría siendo el lote y el toro de más armonía, un primero que invitaba a soñar. Por verónicas lo hizo Ureña, profundo y ralentizado en el quite, un guiño a Dámaso, rey del temple, que desde ayer cuenta con azulejo en Las Ventas. Sólo el capote desde allá arriba del maestro, que es su suegro, le libró de la cornada cuando perdió pie. Respondió Castella por airosas tafalleras, con la cadencia del broche que cosía la enclasada embestida, honda en los capotazos de Viotti. Para el recuerdo quedó la estampa de Rafael y José (Chacón) llevando a Lastimado hasta el burladero de areneros a punta de capote. Prometía el de Victoriano y brindó el galo antes de atalonarse en la segunda raya de la Puerta Grande. Por estatuarios fue, con un cambiado por la espalda y un broche por abajo cuando una voz le recordó eso de «hay que torear». Por el buen pitón zurdo se centró en una labor que pasó de las voces que le recriminaban la colocación a una firmeza que no hallaba del todo el acople hasta ver cómo se secaba el pozo de raza y clase de Lastimado.
Feria de Otoño
- Monumental de las Ventas. Viernes, 6 de octubre de 2023. Cuarta corrida. Casi lleno. Toros de Victoriano del Río y Cortés (4º y 5º), serios y mansos, en distintos grados y con sus matices.
- Sebastián Castella, de turquesa y oro: estocada caída y descabello (silencio tras dos avisos); dos pinchazos y estocada (vuelta al ruedo).
- Paco Ureña, de corinto y oro. Tres pinchazos y estocada trasera caída (silencio); estocada y cuatro descabellos (vuelta tras dos avisos).
- Ginés Marín, de coral y oro. Estocada desprendida (silencio); estocada (silencio).
Entre apuntes arrastraron ese primer toro que abrió el manso conjunto de una ganadería brava, pero donde la lidia de la mansedumbre colmó de sumo interés la corrida. Tan lejos del sota, caballo y rey, el gentío abandonaba su localidad entre emociones. Sin olvidar ese modo de empujar en el peto de Rodríguez del sexto, al que querían ver por tercera vez. No se lo perdonaron a Ginés, sin suerte, sin pena y sin gloria.
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