Albert Boadella: «Ahora hay muchos más tabúes que en el franquismo»
El dramaturgo catalán celebra sus sesenta años de trayectoria teatral con dos espectáculos y tres debates en los Teatros del Canal

Albert Boadella cumplirá en junio ochenta años. Una buena edad, dice el dramaturgo catalán, para echar la mirada atrás y recordar que lleva tres cuartas partes de su vida -sesenta años- alrededor de un escenario. Para celebrarlo estrena en los Teatros del Canal 'Malos tiempos ... para la lírica', repone 'Diva' y protagoniza un ciclo de tres debates en torno a la carrera del fundador de Joglars y a su particular manera de entender el teatro. 'Malos tiempos para la lírica' es un homenaje a la zarzuela (con María Rey-Joly y Antoni Comas), género con el que, cuenta, empezó a amar el teatro y que, lamenta, «no fue bien tratado por los directores de mi generación; nos avergonzábamos de ella». Eso, añade, a pesar de «la calidad musical de muchas zarzuelas; la calidad de la música popular era mucho mayor que la de ahora».
—¿Después de 'Diva', que era una tragedia, vuelve a la comedia?
—Hay una parte más ligera, pero tiene momentos de enfrentamiento generacional agrio.
—Y ahí aprovechará para deslizar sus críticas hacia quienes consideran que ser joven es un valor en sí mismo.
—En mi último libro, 'Joven, no me cabree', ya atacaba directamente a lo que llamo «generaciones de consentidos». Los jóvenes tienen muchos problemas, sin duda, pero hay unas generaciones que no han pasado por una 'doma', que desde el principio iban a los brazos de sus madres a la primera protesta. Que cuando un maestro se ha puesto un poco borde con los niños, ya tenía encima toda la asociación de padres.
—Cumple sesenta años de carrera. Es una cifra para hacer balance, ¿pero sigue mirando al futuro?
—Tengo claro que estoy en la cuenta atrás, lo entiendo perfectamente; entiendo que el físico se contraerá hasta un cierto punto. Y para mí es muy importante porque dirijo las obras muy físicamente, y esto debe de tener un límite... Pero no le doy mayor importancia al asunto.
«A veces la ficción te lleva a cargar las tintas de manera injusta. En 'La torna' había una parodia y una sátira feroz sobre la Guardia Civil; bromas muy crueles que el público celebraba con inmensas carcajadas... Siempre me he arrepentido de haber dado carnaza al público»
—¿Se arrepiente de algo?
—Hay cosas que quizás no habría hecho. Cuando hice un teatro políticamente muy transgresor, como 'La torna', por ejemplo. A veces la ficción te lleva a cargar las tintas de manera injusta. En esa obra había una parodia y una sátira feroz sobre la Guardia Civil; bromas muy crueles que el público celebraba -era el año 1977- con inmensas carcajadas ... Siempre me he arrepentido de haber dado carnaza al público.
—Hay que aprender de los errores...
—Quizá hubiera tenido que entrar antes en el mundo de la música; en los últimos doce años he disfrutado muchísimo haciendo cosas con música. He pensado que es el arte del teatro, que es el teatro de arte; el otro es muy sociológico, muy psicológico, muy interesante, pero le falta emotividad y otra cosa, que sí tenía antes: la épica. El teatro actual, por lo que yo veo, está muy centrado en pequeñas historias de parejas, de tríos. Está bien, pero nunca tiene una dimensión épica en su posición en el conjunto de la sociedad.
—Usted ha molestado al franquismo, al nacionalismo, a los progres... Ahora a los de la cultura de la cancelación. ¿El teatro tiene que molestar?
—Es importante que haga replantearse muchas cosas, incluso de su vida, al espectador. Ésta es una función esencial. Y al hacerlo a través de un arte, de la emoción, tiene un potencial tremendo, maravilloso. La música lo tiene, pero es abstracto; cuesta más plantearse la vida a través de un concierto. Tiene que molestar al poder. Sería absurdo molestar a los mineros y a los albañiles. Hay que enfrentarse, pero hay que descubrir quién es el malo de la película; es una labor muy importante del teatro que los grandes dramaturgos han hecho largamente.
«Vivo en una masía en el Ampurdán, y he tenido que sufrir que me corten los cipreses, que me tiren cuarenta bolsas de basura al jardín, que te insulten por la calle o que aparezcas en pintadas: 'Boadella, lárgate'. Yo soy muy guerrero, pero eso es triste, lo peor»
—¿Cuál ha sido el momento más difícil en su carrera?
—Mi enfrentamiento con mi tribu, que significa no solo no dejarme actuar allí, en Cataluña, donde no quieren ni vernos; sino sufrir agresiones de esta misma tribu. Vivo en una masía en el Ampurdán, y he tenido que sufrir que me corten los cipreses, que me tiren cuarenta bolsas de basura al jardín, que te insulten por la calle o que aparezcas en pintadas: «Boadella, lárgate». Yo soy muy guerrero, pero eso es triste, lo peor.
—¿Más que el Consejo de guerra que sufrió?
—Mucho más, porque fue consecuencia de un ataque. Me enfrenté a un poder que era más fuerte que yo y que hizo lo que debía hacer como poder. Y eso se digiere con honor, incluso. Esto otro es muy agrio. Ver cómo el lugar que tú amabas especialmente, se convierte en un lugar de odio. La gente está enfrentada donde las familias se odian unos a otros por cuestiones absurdas. Ver cómo esa tierra se ha degradado es muy triste.
—Y en situaciones así, ¿lo que le salva es el humor?
—Sí. En mi casa siempre se ha reído mucho, me viene de familia: mis padres, mis hermanos... se reían mucho. Mi mujer y mis hijos también; se ha hecho broma de todo. Es una condición natural muy importante en mi vida. Joglars se ha reido mucho y ha hecho bromas divertidísimas. Entre 1983 o 1984 y 2000 vivimos una auténtica utopía: una compañía que trabaja, que puede ensayar durante cinco meses, concentrada y con una repercusión social tremenda. Y curiosamente son, creo yo, los mejores años de la España moderna, que son mucho mejores que estos.
—Había más libertad que ahora...
—Muchísima más. No sobre el papel, no. Ahí tienes la libertad que quieras, y hay cosas que están muy bien. Pero curiosamente se han creado toda una serie de tabús... Muchos más que en el franquismo. Entonces había cuatro tabúes, pero ahora en cuanto tocas cualquier cosa se monta la de Dios, te crucifican en las redes y te conviertes en un ser asocial en 24 horas. Hay una inquisición que lo controla todo.
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—Y ante esta situación, ¿no se ha planteado tirar la toalla?
—No, porque tengo un espíritu muy, batallador. He vivido muy bien. Vivo en una vieja masía que restauramos y que es espléndida. En casa se enciende el fuego cada día, se come magníficamente. La relación con mi mujer, ya de 47, años, va más allá del amor... Somos casi el mismo cuerpo. Tendría todas las tentaciones para vivir jubiladamente bien, pero no podría. Me entraría una depresión inmensa.
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