Pescadores de esponjas: pioneros de la arqueología subacuática
Hasta el desarrollo del submarinismo, en la segunda mitad del siglo XX, fueron quienes descubrieron los tesoros de pecios que habían naufragado y los rescataban
¿A quién pertenecen los tesoros de barcos hundidos como el galeón San José hace cientos de años?
Los buceadores griegos de Mahdia
Con una superficie marina superior a la terrestre, una rica historia náutica desde tiempo inmemoriales y con el Egeo como zona de paso de entre las rutas que unían el Mediterráneo oriental con el occidental, Grecia alberga en su lecho marino una enorme riqueza cultural ... . Los viajes en busca de materias primas, comercio y nuevas tierras fueron una constante, por lo que la historia del Mediterráneo está llena de relatos sobre naufragios y náufragos como Odiseo, narrado de forma magistral a través de los versos de 'La Odisea'. Estas naves, al mismo tiempo que transportaban objetos, eran también portadoras de las ideas que fraguaron las distintas civilizaciones en las orillas del Mediterráneo. Sin embargo, muchas de estas embarcaciones nunca llegaron a su destino, hundiéndose y permaneciendo durante siglos en el lecho marino de la cuenca mediterránea.
Hasta el desarrollo del submarinismo, en la segunda mitad del siglo pasado, los pescadores, –sobre todo los de esponjas– fueron los responsables tanto del descubrimiento de estos tesoros subacuáticos como de los posteriores rescates de los bienes arqueológicos que se habían salvado.
Poemas homéricos
Los primeros testimonios que hablan de pescadores de esponjas en el Egeo se remontan a los poemas homéricos. En el siglo XIX, las islas de Kálimnos, Symi, Jalki y Castelórizo, en el Dodecaneso, se convirtieron en los principales centros de recogida de esponjas del Mediterráneo y, desde estas pequeñas y áridas islas, las esponjas marinas se exportaban por todo el planeta.
Las pésimas condiciones en las que los pescadores de esponjas se sumergían –a pulmón y con una piedra en la mano como peso–, junto con los escasos conocimientos existentes sobre los efectos de la presión marina sobre el cuerpo humano, provocó que muchos de ellos falleciesen por asfixia o sufrieran una parálisis total debido al llamado mal de Caisson o 'del buzo', dolencia que se produce cuando el nitrógeno disuelto en la sangre y los tejidos forma burbujas cuando la presión disminuye a gran velocidad. Este fue el caso de los buzos que fallecieron o quedaron paralíticos durante las labores de recuperación de los objetos del naufragio de Anticitera a principios del siglo pasado.
Hallazgo excepcional
En 1907 el Euterpi y el Kalliope, dos barcos de pesca de esponjas, capitaneados por el capitán Dimitrios Kontós y con una tripulación de 22 buzos, partieron de la isla de Symi, en el archipiélago del Dodecaneso, rumbo a la costa tunecina donde pasarían los siguientes seis meses. Al cruzar el cabo Malea, al sureste del Peloponeso, una tormenta les obligó a anclar en la isla de Anticitera para esperar a que pasara el temporal. Cuando la tempestad amainó, Kontós pidió al experimentado buzo Ilías Lykopantis que hiciera una inmersión para comprobar si en aquel fondo marino había esponjas. El joven buzo se sumergió a unos 50 metros y, cuando sus pupilas consiguieron adaptarse, quedó maravillado con lo que vio ante sus ojos. Lykopantis había descubierto los restos de unos de los naufragios más importantes de la historia de la arqueología: el pecio de Anticitera, un barco romano del siglo I a.C. que transportaba valiosísimos objetos de arte.
Según los expertos, en su ruta desde las costas de Asia Menor a Italia el barco habría sido embestido por las fuertes olas, habría chocado con las rocas de la escarpada Anticitera y se habría hundido. Lykopantis describió a sus colegas que había un pecio de 50 metros de eslora y, esparcidas por todas partes, centenares de ánforas y decenas de esculturas de bronce y mármol. El capitán decidió sumergirse para comprobar que el testimonio del buzo era cierto y recogió un brazo de mármol perteneciente a una de aquellas esculturas. Ambas naves continuaron rumbo a Túnez y, a su regreso al Dodecaneso, medio año después del descubrimiento, el propietario de las embarcaciones decidió informar a las autoridades griegas (la isla estaba aún bajo dominio otomano). El Estado griego, con la ayuda de un barco de la Armada y de los diestros buzos de Symi, consiguieron recuperar el famoso 'Efebo' y el mecanismo de Anticitera (el primer ordenador analógico de la historia de la Humanidad), entre otros objetos de incalculable valor.
A partir de 1943, con la expansión de los equipos de buceo, los pescadores de esponjas dejaron de ser los encargados de recuperar los restos arqueológicos de los naufragios de la Antigüedad. Se calcula que en las aguas territoriales helenas hay más de 20.000 pecios, de los cuales se han estudiado cerca de 6.000.