Crónica contra el olvido de las víctimas de ETA en el franquismo
Arturo Muñoz debuta en la narrativa con un impactante libro en el que da voz a un Guardia Civil destinado en el País Vasco a principios de los años 70

Ya siendo un chaval que pasaba los veranos en la casa de la sierra de Madrid que su padre y la mujer de éste tenían, a Arturo Muñoz (Granada, 1986) le obsesionaba el terrorismo de ETA. A medida que fue pasando el tiempo, ... aquel temor, plenamente justificado, pues su progenitor, el escritor Antonio Muñoz Molina, había recibido amenazas debido a su postura pública en contra de la violencia y los asesinatos de la banda, se fue convirtiendo en pulsión creativa. Los años se sucedían y el tema seguía ahí, a la espera de ser abordado desde el ángulo correcto, tal vez un documental, un fanzine o un cómic. Pero, como pasa con las tramas que dan sentido a nuestra vida, que la explican, encontró la historia que quería, que debía contar casi sin salir de casa. Y no tenía que ver con su padre, sino con el de un amigo.
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Paco. Así se llama el protagonista de 'Por un túnel de silencio' (Pepitas de Calabaza) , el libro en el que Muñoz da voz a este Guardia Civil de origen granadino que sirvió en el cuerpo, y en el País Vasco, a principios de los 70. Lo hizo, sobre todo, en el cuartel de la Benemérita en Guernica, donde formó parte del grupo de información reclutado por un capitán de apellido Hidalgo y muchas tachas, en forma de torturas, en su trayectoria según los testimonios conservados. Un relato que parte de un prejuicio muy generalizado en la sociedad española: la creencia de que los miembros de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado que ejercieron como tal durante el franquismo no tienen derecho a ser llamados, ni considerados, víctimas de ETA. Una postura injusta de la que partió el propio Muñoz cuando empezó a escribir la historia de Paco, al que entrevistó en numerosas ocasiones, coleccionando horas de grabación, y con el que incluso llegó a viajar al País Vasco.

«Yo tenía una serie de ideas antes de escribir el libro bastante equivocadas», reconoce el autor. Ávido de testimonios, leía todo lo relacionado con «el tema de ETA» que caía en sus manos. Le interesaban las historias de tantas vidas amenazadas, políticos, guardias civiles, periodistas, su propio padre. Pero la línea divisoria que marcaba la reparación, la justicia, era siempre la misma: la democracia. «Según entré en la historia de Paco, me sorprendió mucho descubrir que no me causaba interés en comparación con las historias que estaba acostumbrado a leer, no era sensible a su historia. Y eso era así por la idea, bastante absurda, de que había servido bajo el régimen franquista. Eso me hacía no prestarle suficiente atención». Muñoz tardó tiempo en darse cuenta de que «Paco merecía tanta piedad como cualquiera y que había sufrido tantas injusticias como otros y merecían ser contadas».
Verdad
Una conclusión a la que llegó mientras escribía el libro y en la que el lector le acompaña a medida que va pasando las páginas, asistiendo a un emocionante cambio de punto de vista tan humano como narrativo. «Yo tenía a una persona delante que me estaba contando cosas, que vivía en un cuarto lleno de humedad, que sus mandos abusaban de él, que los mataban, que los acosaban, y ese tipo de información no pasaba mis filtros». La «verdad objetiva» que Muñoz buscaba se limitaba a hechos que tuvieran que ver con las torturas policiales, con los abusos, con la represión. De hecho, durante sus conversaciones llegó a «poner contra las cuerdas» a Paco. «Yo tensé mucho la relación, pero él no se enfadó nunca. No quería hablar de cosas como que la Guardia Civil a veces era un cuerpo muy corrupto y brutal. Él tiene un carácter de lealtad al cuerpo. Esquivaba esos temas. Le leía todo el rato testimonios de víctimas de malos tratos, y él no se inmutaba, la relación siguió siendo buena, no se sentía herido. Es asombroso. Yo mismo me sorprendo mucho al recordarlo ahora».
Porque lo cierto es que en Guernica «se torturó, en especial durante esos últimos años del franquismo. Son hechos. Eso Paco lo sabe, aunque no hable de ello». El problema, como sostiene Muñoz, es que «tenemos una piedad selectiva, que se basa en la simpatía política que nos merezca cada persona». Ese prejuicio le impedía sentir hacia Paco la piedad que sí le merecían Puig Antich o Luis Arriola. «Es algo que me avergüenza. El libro es la prueba de que he corregido en parte esos prejuicios y ojalá sirva para que algunos se lo planteen, porque a todo el mundo le da menos lástima un Guardia Civil asesinado por ETA en el año 75 que en el 80».
Silencio
Hoy, Muñoz tiene claro que Paco «es una víctima», y es, además «una de las peores víctimas, porque no se ha reparado lo más mínimo. Durante la democracia, la Guardia Civil, la Policía, han sido reparadas. Incluso gente que justificó la violencia ha sido reparada, ha experimentado una reinserción en la vida democrática. Pero gente como Paco, que eran pobres, a los que mataban, que vivían en la miseria, hoy nadie se acuerda de ellos. Es una injusticia terrible». Y es que Paco, como tantísimos otros, no entró en la Guardia Civil por vocación, sino por necesidad, por supervivencia, para no morir de hambre. «Procedían de familias muy pobres y destinados al País Vasco obligados. Sufrieron una indefensión horrible. Esa gente ha sido tratada muy cruelmente. Hay miles de testimonios que pasan desapercibidos. Yo he conseguido rescatar algunos. Da pena pensar la cantidad de vidas que se quedarán en silencio».
Con este libro Muñoz espera darles «un cierto alivio». ¿Y Paco? «Creo que no lo necesita, porque es demasiado mayor como para empezar a verse como una víctima. Él ha absorbido también esa idea según la cual no merece una reparación pública. El libro no busca deliberadamente reparar a esa gente, aunque ojalá sirva para difundir su historia. No hay obras que hayan llegado a un público menos periodístico, no hay novelas que hablen de esto. Si el libro ayuda a que esto se conozca, me alegrará, sobre todo por Paco». Y espera que se lea abiertamente. «Entiendo que es difícil escapar de la posición política que cada uno tiene. Pero me gustaría que no se juzgará en términos de rápida anticipación política. Atender a las vidas de los seres humanos más allá de la ideología, para eso sirve el arte».
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