CrÍTICA DE:

'Lo tienes que ver': La victoria cromática de la Fundación Juan March

MADRID

La sede madrileña de este espacio explora la radical autonomía del color en el arte contemporáneo y lo eleva a la categoría de obra maestra

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Obra de Olafur Eliasson en la muestra F. J. March

El color no existe, pero sucede: es la interpretación que nuestro cerebro realiza de las señales de luz percibidas por nuestros ojos, que son capaces de detectar más de diez millones de colores, con sus respectivos atributos de tono, saturación y luminosidad. Su presencia ... en el arte ha sido constante, desde las pinturas rupestres hasta los experimentos digitales contemporáneos.

Pero también, como afirmaba el artista y teórico británico David Batchelor en su libro 'Cromofobia' (2001), ha sido objeto de un importante prejuicio en el seno de la cultura occidental: ya sea que se le considere banal o decorativo, que se le asocie a lo femenino o sensual, el color ha mantenido un sometimiento constante en favor de la línea, y sería solo a partir de los años sesenta del siglo pasado cuando la conciencia de la igualdad entre ambos elementos -o incluso sobre el carácter primordial del color frente a la línea- comenzó a ganar posiciones.

Esta es la tesis que defiende la exposición de la Fundación Juan March 'Lo tienes que ver. La autonomía del color en el arte abstracto', de la que el propio Batchelor es colaborador (con un texto en el catálogo y una pieza en exposición) y que reúne casi ochenta obras que atraviesan los siglos XX y XXI: desde los primeros experimentos de la abstracción europea en la década de los diez hasta propuestas elaboradas este mismo 2025, siempre bajo la pauta de concebirse como áreas de color plano que no se encuentran moduladas por el gesto, y que poseen importantes ingredientes intelectuales y formalistas. No son obras coloreadas, ni hacen de su color un tema. Son el color hecho obra o, en otras palabras, el color es el eje de su propia materialización.

Otra historia de la pintura abstracta

La cita puede interpretarse como una historia de la pintura abstracta contemporánea europea y norteamericana, con puntuales escapadas hacia otras latitudes, como Oriente y América Latina. Y aunque también se abre a otras disciplinas (como las cerámicas de Richard Deacon, los textiles de Teresa Lanceta, las esculturas de Guillermo Mora, las instalaciones de Carlos Cruz-Díez, las fotos de Wolfgang Tillmans o las vidrieras de Carlos Muñoz de Pablos), estas producciones siempre conservan una innegable impronta de las formulaciones estéticas de lo pictórico, convergiendo en un germen común: los hallazgos de la vanguardia de principios de siglo, que los comisarios sitúan en la inmensa figura del ruso Kazimir Malevich y que se articulan a partir de la plena emancipación de los cánones de la representación ilusionista.

Un pequeño 'gouache' suprematisma (un delicioso 'Cuadrado rojo', de 1915) es el inicio de un recorrido jalonado por nombres imprescindibles, otros cuestionables y todas las ausencias que la memoria cultural de cada uno quiera echar en falta. Conscientes de lo inevitablemente incompleto de un relato histórico de esta envergadura, los comisarios han jugado entremezclando, en su disposición de la sala, distintos nombres, fechas y estilos, al tiempo que han entretejido pequeños pero sugerentes relatos: entre ellos, la insistencia en la ya mencionada vía cromofóbica en el arte del siglo XX, que también encuentra en Malevich su raíz, y que hallará uno de sus mejores epígonos en los cuadros sin color, ácromos, de Piero Manzoni, donde pintura y cuadro dejan de ser sinónimos.

Asimismo, de manera más sutil, se establecen otros vínculos y asociaciones, como el que conecta la deslumbrante 'Lluvia azul' de Yves Klein con la última película del cineasta Derek Jarman, donde ese mismo color, que inunda la pantalla, simboliza una progresiva ceguera asociada al VIH.

Sacar los colores. De arriba abajo, las propuestas de Cruz-Díez; Klein y Bachelor de la muestra madrileña ABC

La exposición se organiza en tres secciones. La primera gira en torno a la premisa del cubo blanco, un elemento esencial en el contexto expositivo del siglo XX que ofrece una superficie mural lisa y desnuda, permitiendo que la obra moderna se muestre en todo su esplendor. A medio camino de este montaje ortodoxo, emerge un fascinante y abigarrado apéndice a modo de cámara de las maravillas, una tipología expositiva propia del Barroco.

En este espacio se reúnen libros, documentos y fuentes de los teóricos del color de los siglos XVIII y XIX, junto con tablas, diagramas, cartas de color y artefactos experimentales. También se exhiben esculturas y máscaras de la Antigüedad griega, fragmentos de frescos, vidrieras policromadas y obras escultóricas medievales, algunas acompañadas de sus reconstrucciones contemporáneas para evidenciar el cromatismo original de estas piezas.

Además, en esta cámara se incluyen elementos como plumaria amazónica, minerales productores de color, pigmentos y tintes naturales, especímenes de plantas tintóreas, textiles y vidrios -mostrados antes y después de ser teñidos-, así como un recorrido por la evolución hacia los pigmentos sintéticos. Estos últimos convirtieron el color en un artículo de consumo accesible y estandarizado, permitiendo a los artistas liberarse de las restricciones del taller tradicional. Un pequeño espacio repleto de objetos fascinantes que, con gran maestría, entrelaza aspectos esenciales para comprender las profundas implicaciones filosóficas, ideológicas y antropológicas del color.

El tercer espacio es una instalación digital, 'Coloramas', ideada por Aníbal Santaella y los comisarios, que se presenta como una cámara expansiva compuesta por nueve pantallas y que, en definitiva, demuestra que los peores vicios de las exposiciones inmersivas -la banalización y la espectacularización de los contenidos- pueden ser escamoteados para convertir la tecnología en una herramienta pedagógica eficaz.

'Lo tienes que ver. La autonomía del color en el arte abstracto'

Colectiva. Fundación Juan March. Madrid. C/ Castelló, 77. Comisarios: Manuel Fontán del Junco y María Zozaya Álvarez. Hasta el 8 de junio.

Así, revela a un espectador inmóvil, frente a imágenes en movimiento, cómo el uso del color ha ensanchado y transformado la sensibilidad artística de nuestra contemporaneidad.

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