Yo te veo bien
Las dos personas normales se acercan a un fotomatón urbano, una de esas cabinas automáticas que le roban un metro cuadrado al muro para que los documentos de cada cual luzcan lustrosos
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Las dos personas normales se acercan a un fotomatón urbano, una de esas cabinas automáticas que le roban un metro cuadrado al muro para que los documentos de cada cual luzcan lustrosos al ritmo que la administración demande. La primera persona normal descorre la cortina ... de poliéster y ocupa el único asiento del habitáculo. La segunda persona normal se queda fuera.
—¿Todo bien? —pregunta.
—Pues sí —contesta la primera persona—. ¿Por qué iba a estar mal?
—Por nada. ¿Bien el asiento?
—A lo mejor durito.
—Ya sabes que puedes darle vueltas, ¿no?
—¿Darle vueltas? ¿Para qué?
—Para subirlo y bajarlo.
—Ah, ya. Igual está un poco bajo, sí.
—Pues súbelo un poco.
—Girando, ¿no?
—Girando, girando. Dale vueltas. Pero para el lado que es.
—¿Y cómo sé cuál es el lado?
—Si acabas en el suelo, es el otro.
—No, ya, pero por si lo sabías.
—Pues no.
—Pues pruebo y ya está.
La primera persona normal se levanta y se inclina hacia el asiento, haciéndolo girar con la palma.
—Voy bien, me parece.
—Me alegro.
—¿Cuándo paro?
—Cuando veas.
—¿Calculo a ojo?
—Perfecto. Te sientas y, si te ves en el espejito, es que estás bien.
—¿Hay un espejito?
—Siempre.
—Cuántas cosas, ¿no?
—Las normales.
La primera persona normal vuelve a sentarse.
—¿Qué ves? —La segunda persona normal descorre un poco la cortina.
—¡Cuidado, que entra la luz!
—Pero eso es cuando sea la foto, ¿no? —replica, cerrando la cortina.
—Ah, claro.
—¿Qué ves? —insiste la segunda persona.
—Me veo la barbilla.
—¿Sólo?
—Y la boca. Y la nariz.
—¿Los ojos no?
—Si quiero, sí.
—Pero, ¿si estás normal?
—Si estoy normal, ya no.
—Pues a vas a tener que bajar un poco.
—Giro al revés ahora, ¿no?
—Sí.
La primera persona normal levanta un poco el culo y le da dos vueltas al asiento, sin molestarse en levantarse del todo esta vez.
—Me parece que ya.
—¿Te ves los ojos ahora?
—Sí.
—¿Y la barbilla?
—Todo.
—Pues nada, ya lo tienes. ¿Cómo tienes el pelo?
—Pues no lo sé. ¿Cómo te parece a ti?
La segunda persona normal descorre de nuevo la cortina.
—Yo te veo bien.
—¿Bien sólo o muy bien?
—Bien sólo.
—Mejor. No quiero que esté muy bien. Me gusta que esté normal.
—Pues lo tienes.
—¿Y ahora qué hago?
—Pagar, creo.
—Ah, claro, que hay que pagar. Cierra, entonces. —La segunda persona normal obedece—. ¿Cuánto es?
—¿No hay un letrero?
La primera persona normal se adelanta y frunce el ceño, para favorecer el enfoque.
—Cinco euros, cuatro fotos, pone; y siete euros, ocho fotos.
— ¿Cuántas necesitas?
—Dos.
—Pues con cuatro tienes, ¿no?
—Yo decía para elegir.
—¿Para elegir qué?
—Las dos mejores. En las que esté más normal el pelo.
—Yo creo que con cuatro sobran.
—Pues nada. ¿Valen billetes?
—¿Tienes billetes?
—No.
—Y ¿para qué preguntas, entonces?
—Yo qué sé. Por preguntar.
La persona normal inclina un viejo monedero de tapa para que se deslicen las monedas.
—Pues dices tú —insiste, alzando la voz—, pero sería más fácil con billetes.
Inserta en la hendidura tres monedas de un euro y una de dos. Cuando cae la última, empieza a sonar un zumbido agudo. La persona normal entra en pánico.
—¡Suena una cosa! ¡¿Qué hago?!
—¡Siéntate, corre!
—¡¿Me siento o corro?!
—¡Mira al espejo!
—¡¿A cuál?!
Restalla el primer fogonazo.
—¡Al de antes! ¡Al de la barbilla!
—¡Creo que ya ha hecho una foto!
Restalla el segundo fogonazo.
—¡Socorro!
—¡¿Qué pasa ahí dentro?! ¡¿Estás bien?!
—¡No!
Lo ciega el tercer fulgor.
—¡Espera, que entro! ¡Aparta!
—¡No entres!
—¡¿Que entre?! ¡Entro, ¿eh?!
Centellea el cuarto fogonazo.
—¡Sal! ¡Salte, que la liamos!
—¡¿Salgo seguro?!
—¡Rápido, por el amor de Dios!
La segunda persona normal se escabulle como puede y cierra la cortina detrás. Ya no refulge nada de nada, sólo se oye el jadeo ansioso de la primera persona normal.
Al cabo de unos segundos, la ranura expide al fin una tira de fotos, húmeda aún. En una de ellas, la persona normal grita; en otra, mira a su izquierda; en la tercera, extiende espantada los brazos; en la cuarta, las dos personas normales forman un amasijo borroso que tapa la lente.
La primera persona normal resopla.
—¿Esto valdrá para el carné?
—Yo creo que sí. En esta sales muy bien. —Le señala la segunda foto.
—Tenía que haber metido siete euros.
—Pues lo mismo, pero mira el pelo.
—¿Qué le pasa al pelo?
—Nada. Al pelo no le pasa nada. El pelo está perfecto. Normal.
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