HISTORIA
El rompecabezas de cancelar la conquista de América
La historia de América está plagada de tensiones entre la Corona española y la Iglesia, pero sobre todo de colaboración entre dos actores que configuraron una identidad imposible de separar
El historiador García Cárcel desmonta el argumento vaticano de que España manipuló las bulas: «La Monarquía cumplió con su parte»
Detalle de una tabla sobre la conquista de México realizada por Juan González en el reinado de Carlos II.
Cuando Carlos Leáñez Aristimuño, filólogo venezolano, imagina a los sacerdotes de su infancia lo hace siempre hablando con acento español de Castilla. Del mismo modo que si alguien piensa en un vaquero lo hace con sombrero de 'cowboy', aunque sea en un día sombrío, ... o le pone cuernos a todos los vikingos, pese a que algunos estuvieran felizmente 'casados'. Es el irresistible encanto de la costumbre. «Resulta completamente imposible disociar en América a los españoles de la Iglesia. Por eso tiene tan poco sentido el lavado de cara del Papa distanciándose de la conquista porque ahora le da asquito», afirma este profesor de idiomas de la Universidad Simón Bolívar (Caracas). Tan sencillo como que sin españoles no hubiera habido evangelización, y sin evangelización no hubieran ido los españoles.
El pasado 30 de marzo dos dicasterios del Vaticano pusieron esta idea básica en cuestión con su respuesta a los grupos indigenistas de Canadá que reclamaban desde hace meses al Papa que retirase varias bulas de los tiempos del Descubrimiento de América, concretamente las 'Dum Diversas' (1452) y 'Romanus Pontifex' (1455), de Nicolás V, y los breves 'Inter Caetera' e 'Inter Caetera', de 1493, de Alejandro VI. Citando estudios históricos sin precisar, el texto firmado por el Pontífice negó la revocación de las bulas, pero vino a 'cancelar' la vinculación de la Iglesia con la conquista de América porque los países destinatarios de los documentos «manipularon el contenido de las bulas con fines políticos, para justificar actos inmorales contra las poblaciones indígenas, realizados algunas veces sin oposición de las autoridades eclesiásticas».
Las bulas referidas dieron base legal a los exploradores portugueses y españoles para reclamar zonas pobladas por 'infieles' o 'tierras baldías' ('terra nullius') a cambio de llevar el cristianismo. El acuerdo fue lo que en el argot empresarial se llamaría un 'win to win'. Uno ganó ovejas para su rebaño y el otro, una ideología para justificar sus acciones. «La Corona española estuvo obsesionada con favorecer la evangelización de los naturales, como prueba el empeño de mandar religiosos a las Indias. Y lo estaba porque interpretaba que la donación se hizo a cambio de la evangelización y, por tanto, podía ser revocada si no cumplía con los términos de esa concesión», señala el historiador Esteban Mira Caballos sobre unos textos que se circunscribieron a un momento en el que la Santa Sede, tras la caída de Constantinopla en poder turco, trataba de «compensar dicha pérdida, favoreciendo cualquier empresa que expandiera la frontera cristiana».
Si Isabel La Católica autorizó el proyecto de Cristóbal Colón fue bajo la promesa de que serviría para evangelizar aquellas tierras lejanas del Gran Kan repletas de bandas de infieles. Las palabras llenas de aventura y de piedad del genovés conmovieron a la Reina castellana más que los secos términos mercantilistas o sus incompletos datos de navegación. Los primeros religiosos embarcaron ya en el segundo viaje y pronto se movilizaron las grandes órdenes para esta empresa. Los siguientes reyes también se enfundaron, más allá de la geopolítica, el papel de misioneros elegidos por Dios. Cuenta el jurista Juan de Solorzano Pereira en su obra 'De indiarum iure' que, cuando a Felipe II le pidieron que abandonase Filipinas por la pobreza de la tierra y el elevado coste de la evangelización, respondió «que por la conservación de una sola capilla o de un cristiano con sumo gusto gastaría no solo los frutos de las Indias sino incluso todas las rentas de España».
Un trabajo en equipo
La existencia hoy de millones de católicos en América y Asia fue posible gracias a la estrecha colaboración entre Iglesia y Corona. «Pensar lo contrario sería hacer un juicio absolutamente presentista y dejarse llevar por las modas. El único derecho que alegó la Monarquía para su dominio en América fueron las obligaciones que habían contraído con el Papa», advierte Tomás Pérez Vejo, investigador del Instituto de Antropología e Historia de México (INAH). En caso de que fallecieran de manera súbita los virreyes o los gobernadores era, según las leyes reales, el máximo eclesiástico de la localidad quien debía asumir el poder temporalmente. Además, todas las plazas mayores debían situar la iglesia o catedral junto al cabildo, de la misma manera que los romanos levantaban el templo de Júpiter pegado a los edificios municipales.
Ambas partes estaban de acuerdo en el fin, pero no siempre en los medios. «En todo el tema lingüístico se provocó una gran tensión por el empeño de la Iglesia en una política lingüística pentecostal, es decir, hablando a cada fiel en su idioma si era posible. Esto generó que muchos indígenas quedaran marginados y cerrados en su comunidad, mientras la Iglesia no paraba de acumular poder», explica Leáñez Aristimuño, que se encuentra inmerso en una gira por España organizada por la Asociación Héroes de Cavite para hablar sobre la lengua en el Imperio español. «Hubo choques con la Iglesia, pero sobre todo los hubo entre la Corona y los conquistadores por los abusos que cometían. La Corona intentó por todos los medios que no se creara un sistema feudal como el que se estaba persiguiendo en Castilla», recuerda Pérez Vejo sobre una violencia que se ejerció sin el permiso de la Corona.
Cuadro de Bartolomé de las Casas en el Capitolio de los EE.UU.
España no solo se comprometió a la evangelización de los indios, sino también a su protección frente a esos aventureros sedientos de oro. Personajes como el fraile Antonio de Montesinos y posteriormente Bartolomé de las Casas cargaron contra el sistema salvaje de las encomiendas. «No hablamos de personajes marginales a los que no se les escuchara en la corte, sino de todo lo contrario. El padre De las Casas contó siempre con el apoyo de la Corona y terminó logrando lo que quería», expone Pérez Vejo.
Como resultado de este debate surgieron tres interpretaciones en España sobre las bulas de donación: una, de amplia raigambre medieval, que aceptaba íntegramente la donación papal en lo político y lo espiritual; otra, que interpretaba que la donación fue solamente misional para expandir la fe de manera pacífica, y una tercera, defendida de manera pionera por Francisco de Vitoria, que negaba la donación papal y entraba en el terreno inexplorado del derecho internacional. «Esta corriente dio lugar a no pocos debates en torno a los justos títulos, donde se cuestionó desde la propia España la teocracia pontifical. Fue el primer imperio de la historia que se planteó seriamente la licitud de su propia ocupación», destaca Mira Caballos.
«Si a cualquier americano de esa época le hubieran preguntado qué eres, su respuesta hubiera sido 'yo soy católico', y solo después hubiera dicho que vasallo de su Real Majestad»
Sin mencionar todos estos debates sobre los derechos de los indígenas, el documento vaticano publicado se desvincula de las intenciones 'coloniales' con las que se usaron las bulas y reivindica, en cambio, la bula 'Sublimis Deus' que el Papa publicó en 1537 reconociendo la humanidad de los indios. «Es un texto que no tiene validez ninguna, pues afirmó algo que nadie había cuestionado nunca. Y encima formó parte de la Leyenda Negra contra España porque muchos la esgrimieron para afirmar que España no le había reconocido la condición de personas y tuvo que ser el Papa el que pusiera las cosas en su sitio. Pero nada más lejos de la realidad, desde la misma llegada de Cristóbal Colón en 1492 se les consideró personas, aunque pronto se entendió que, por su ingenuidad, estaban necesitados de tutela. El testamento de Isabel la Católica es una prueba palpable de esa consideración», sostiene Mira Caballos.
El paraíso
La mayor prueba del éxito conjunto de la evangelización es que, al terminar el siglo XVIII, solo tres millones de hispanoamericanos hablaban español (uno de cada tres habitantes), pero rara y aislada era la comunidad que no profesaba el catolicismo. «Si a cualquier americano de esa época le hubieran preguntado qué eres, su respuesta hubiera sido 'yo soy católico', y solo después hubiera dicho que vasallo de su Real Majestad», defiende Leáñez Aristimuño. Cuando la Corona hizo las maletas ante el empuje independentista, los curas se quedaron y nadie habló, como en la Francia revolucionaria, de buscar nuevas deidades.
El Vaticano juega ahora a enviar guiños a los pueblos indígenas del norte, que son allí una minoría, pero cuidándose de que en otras latitudes no acabe brotando un fuego incontrolable. El texto pontificio, titulado 'Nota conjunta sobre la Doctrina del Descubrimiento', se envió a la prensa en italiano, inglés y francés, aunque no en español. «Como latinoamericano que es, Bergoglio es perfectamente consciente de la importancia de la población indígena en América Latina. Hablar del indigenismo no es, como a veces se cree en España, tocar un tema 'específico' sino abordar una cuestión central acerca de la realidad de todo un continente», asegura Francisco Martínez Hoyos, autor de la obra histórica 'El indigenismo' (Cátedra, 2018), quien resta importancia a la incursión historiográfica de la Santa Sede: «Quejarse de la inexactitud del Papa sería como criticar a Mario Vargas Llosa por alterar los hechos en una de sus novelas. Ni uno ni otro pretenden ser cronistas».
El coqueteo del Papa Francisco con las tesis indigenistas viene de lejos. Comenzó, en opinión del historiador Ricardo García Cárcel, en 2016, con un discurso de corte ecologista donde describió el continente americano como un jardín del Edén mancillado por las potencias europeas y donde sus habitantes, en armonía con la naturaleza, eran presentados como la sublimación total. Una idea bíblica del paraíso pervertido que nutre la retórica central del indigenismo y que, paradójicamente, tiene un origen religioso y español. Voces como Bartolomé de las Casas denunciaron precisamente que la pureza de los nativos había sido corrompida y que todos, incluso los que tenían prácticas deplorables, eran seres bendecidos por el mero hecho de habitar el Nuevo Mundo. «El indigenismo no es un producto que los indígenas arrastraran, sino que está en el discurso de ciertos clérigos españoles y luego en los insurgentes latinoamericanos, descendientes de los criollos, que se inventaron el término y lo dotaron de las connotaciones victimistas que tiene hoy», apunta el catedrático.
MÁS INFORMACIÓN
«Todos ellos son mitos europeos proyectados en América, pero nosotros los americanos somos tan susceptibles del bien y del mal como los europeos», proclama Leáñez Aristimuño. La Iglesia se encuentra atrapada en su propio laberinto y cualquier intento de arrancarse su pasado de las venas amenaza con dejarla más y más agotada. En América la disociación entre el legado español y la Iglesia no es que requiera la consulta de historiadores o antropólogos, es que necesitaría como mínimo de la intervención de un psiquiatra o del mismísimo exorcista del Papa. «Es un tiro en el pie. Si tú empiezas con esta política de cancelación el siguiente paso cuál es, ¿condenar toda la obra misionera de la Iglesia hasta hoy? ¿Y qué pasa con los misioneros mexicanos que fueron a evangelizar a Japón?», se pregunta Pérez Vejo.