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Paradojas y lecciones de la Segunda Guerra Mundial
ENSAYO
Extracto del prólogo que, en enero de 2025, Antony Beevor escribió para la edición conmemorativa de su obra 'La Segunda Guerra Mundial' (Pasado y Presente) por el ochenta aniversario de su finalización
Entrevista a Antony Beevor
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Al mirar en retrospectiva hacia la Segunda Guerra Mundial, muchos aspectos se revelan muy distintos a su apariencia superficial. Es una lección que he aprendido a lo largo de los años. Siendo un joven oficial en Alemania en 1968, destacado cerca del campo de ... concentración de Belsen, me horrorizó el memorial a los judíos franceses fallecidos. Rezaba: 'Aux Juifs français qui sont morts pour la gloire et la patrie'. Que los judíos franceses de Belsen murieran por la gloria y la patria me parecía bastante grotesco. Muchos años después mencioné este hecho al historiador francés Henry Rousso.
Me contestó: «Entiendo totalmente tu reacción, pero estás equivocado. Fueron los propios judíos franceses los que insistieron, tras la guerra, en que los memoriales a sus muertos debían contener los mismos términos usados para el resto de franceses». Esto fue así porque jamás le perdonaron al régimen de Vichy que les hubiera arrebatado la ciudadanía francesa.
ENSAYO
'La Segunda Guerra Mundial'
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- Autor Antony Beevor
- Editorial Pasado y Presente
- Año 2025
- Páginas 1.232
- Precio 39 euros
Otra paradoja inquietante revelada por la Segunda Guerra Mundial es que los ejércitos de las democracias podían llegar a matar más civiles incluso que los ejércitos de las dictaduras. Sus altos mandos, conscientes de la presión de la prensa y la opinión pública en sus países de origen para reducir al máximo las bajas en sus filas, recurrieron al uso intensivo de explosivos de gran potencia, tanto proyectiles como bombas, para matar al enemigo a gran distancia y evitar así la muerte de sus propias tropas. Los británicos y los americanos, por ejemplo, mataron a tantos civiles franceses durante la Segunda Guerra Mundial como británicos murieron a causa de los bombarderos alemanes y los misiles V.
En su momento, la IIGM fue un camino lleno de malentendidos, que a menudo se han repetido después. En el caso de los aliados, sus líderes fueron víctimas del clásico sesgo de confirmación y seguían usando procesos de razonamiento democrático. Por ejemplo, cuando el 20 de julio de 1944, un grupo de oficiales alemanes atentó contra Hitler, los líderes aliados consideraron que la guerra había acabado. Entendían que cualquier ejército que intentara asesinar a su líder estaba al borde de la desintegración. Pero lo que no alcanzaron a ver, sorprendentemente, es que, al sobrevivir Hitler a la explosión, los nazis, las SS y la Gestapo forzarían a los alemanes a combatir hasta el final.
Cuando el 20 de julio de 1944, un grupo de oficiales alemanes atentó contra Hitler, los líderes aliados consideraron que la guerra había acabado
Irónicamente, llegados a la primavera de 1944, Hitler dirigía la guerra de una manera tan maníaca e irracional que los británicos decidieron que sería un gran error asesinarlo. Era más probable que ganaran con él al cargo. Así, la Operación Foxley, el plan de la Dirección de Operaciones Especiales para asesinar a Hitler, fue cancelada. Para más inri, al paranoico de Stalin se le ocurrió que, al matar a Hitler, los aliados pactarían con el régimen sucesor alemán y eso permitiría concentrar toda la fuerza de la Wehrmacht contra la Unión Soviética. Así, también ordenó la cancelación del plan del general Sudoplatov para asesinar a Hitler.
Los dictadores raramente se preocupaban a la hora de sacrificar la vida de sus propios soldados o de perpetrar masacres. La extrema crueldad de la Segunda Guerra Mundial queda subrayada por el hecho de que, por vez primera en la historia de los conflictos modernos, murieron muchos más civiles que combatientes. Esto solo puede explicarse en términos de una deshumanización alimentada ideológicamente. Por el nacionalismo febril exacerbado y el racismo elevado a la condición de virtud, por un lado, y la lucha de clases leninista enfocada en la exterminación de toda oposición, por otro. Para sorpresa de nadie, la Unión Soviética pugnó en los comités de las Naciones Unidas durante la posguerra para evitar que la lucha de clases armada (el asesinato masivo de aristócratas, burgueses y kulaks) fuera incluida en la definición internacional de genocidio.
La IIGM fue un conflicto político intenso. En agosto de 1945, la Unión Soviética empezó a liberar a los soldados italianos ordinarios capturados en el frente oriental durante las postrimerías de la campaña de Stalingrado. Se les permitió volver a casa, pero no así a sus oficiales. Los grupos comunistas ondeaban banderas rojas, reuniéndose en los andenes para recibir a los soldados italianos que volvían a casa.
Pero para su consternación, los soldados habían pintarrajeado 'abbasso comunismo' en sus vagones, como respuesta a los malos tratos recibidos en la Unión Soviética. En las estaciones hubo enfrentamientos. La prensa comunista rápidamente calificó de «fascista» a todo el que criticara las condiciones en los campos soviéticos o a quien no considerara a la Unión Soviética como el paraíso de los trabajadores.
Ahora, en medio de una alarmante inestabilidad global, es comprensible que la gente contemple la II Guerra Mundial como un relato admonitorio
En toda Europa y el Extremo Oriente, los «desplazados» intentaron regresar a sus hogares, por lo general en comunidades devastadas. Como ha demostrado Timothy Snyder, la región que más padeció la opresión de Hitler y Stalin fue la frontera centroeuropea intermedia. Cerca de 14 millones de civiles murieron allí entre 1930 y 1945. Al menos la mitad por hambrunas deliberadas: primero el Holodomor estalinista en Ucrania y después el Plan Hambre de Hitler.
Las fronteras fueron destruidas o se redibujaron. En la Conferencia de Yalta, Stalin obligó a los Aliados a aceptar el desplazamiento de toda Polonia hacia el oeste. Los polacos ocuparían las antiguas provincias alemanas de Prusia, Silesia y Pomerania, mientras que la Unión Soviética se apoderaba de Polonia Oriental y Kaliningrado. El Ejército Rojo llevó a cabo la mayor limpieza étnica de los tiempos modernos. Más de 13 millones de alemanes, polacos y ucranianos fueron desplazados. La ciudad de Breslau se convirtió en Wrocław, habitada mayormente por polacos deportados desde la nueva Ucrania Occidental.
Para bien o para mal, la IIGM modeló el mundo en el que vivimos. Con la derrota de Japón, se allanó el camino para el auge de la moderna China, llena de resentimiento por los agravios sufridos. Selló el destino de los imperios británico, francés y holandés. A la vez, supuso la elevación al estatus de superpotencia de Estados Unidos y la Unión Soviética. Impulsó el movimiento hacia la Unión Europea. También dio origen a las Naciones Unidas, inspiradas por la creencia en la posibilidad de un mundo mejor. Y la ONU, a pesar de sus defectos, hipocresía y debilidad, ha proporcionado al menos un foro para una suerte de moralidad internacional.
Ahora, en medio de una alarmante inestabilidad global, es comprensible que la gente contemple la Segunda Guerra Mundial como un relato admonitorio, un relato que puede alertarnos de las señales de peligro y tal vez ofrecernos indicadores hacia un futuro más pacífico. Otros dirán que hemos aprendido muy poco de la mayor tragedia de la humanidad y que nos dirigimos ciegamente hacia otro conflicto global.
Tal vez la lección más importante de la Segunda Guerra Mundial sea de orden moral. Incluso inmersos en las circunstancias más horrorosas, hubo quienes jamás abandonaron la creencia fundamental en la humanidad. Su ejemplo merece atesorarse, mientras lidiamos con los preocupantes retos y conflictos del mundo actual.
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