CRÍTICA DE:
'Orbital', de Samantha Harvey: granos de polvorienta arena estelar
Narrativa
La imprevisible escritora británica se ha alzado con el premio Booker 2024 gracias a esta novela seria, aguda, grave y, por supuesto ingrávida no por carácter sino por trama
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Podría sonar a uno de esos chistes que comienza con un «Un italiano, una japonesa, un norteamericano, una inglesa, y un par de rusos entran a una Estación Espacial Internacional por seis meses para dar dieciséis vueltas diarias a nuestro planeta a 17.500 ... millas por hora y...».
Pero no: 'Orbital' de la imprevisible Samantha Harvey (Kent, 1975) y ganadora del premio Booker del año pasado es una novela seria, aguda, grave y, por supuesto, ingrávida no por carácter sino por trama.
NOVELA
'Orbital'

- Autora Samantha Harvey
- Editorial Anagrama
- Año 2025
- Páginas 200
- Precio 18,90 euros
Y otra cosa que no deben esperar los lectores de 'Orbital': aquí ninguna tecno-catástrofe 'à la' Michael Crichton, ausencia total de presencias polizonas marca 'Alien' (lo que no excluye alguna hipotética y minimalista ráfaga de pensamiento robótico-extraterrestre), así como nada de la densa documentación bio-cósmica en lo de Carl Sagan o Kim Stanley Robinson (aunque sí hay perfectas y bien medidas micro-dosis de las tareas interiores que desarrollan en los límites con el espacio casi exterior, en órbita terrestre baja y a cuatrocientos kilómetros de la Tierra). Nada de atronadora y efectista-especial 'space-opera' en 'Orbital': mucho de pastoral-sideral y muy 'ambient' música de cámara.
Y, claro, otro día —'Orbital' abarca apenas 24 horas— en la oficina: los seis tienen mucho que hacer y experimentar y vigilar en/con lo que hace o deshace a sus cuerpos. Pero también tienen mucho tiempo para dedicar a su mente, mucho en qué pensar y —Harvey es también autora de 'Un malestar indefinido', un muy interesante tratado sobre su insomnio— por lo que desvelarse y con lo que soñar despiertos. Sueños que, en ocasiones, incluyen las pesadillas de quienes se saben privilegiados invitados al más frágil de los limbos.
En verdad, todo aquello acerca de lo que se nos informa —en una omnisciente tercera persona sin párpados y que parece verlo todo— luce y se lanza como ensamblando las epifanías narrativas de Michael Ondaatje y Anne Michaels impulsadas por el tono de la filosofía-'travelogue' de Geoff Dyer (ahí está esa muy 'dyeriana' fusión atómica de 'Las meninas' con aquella foto de cuerpo entero de la casa de la humanidad toda tomada por el Michael 'Apollo 11' Collins).
Problemas matrimoniales, dudas metafísicas... la atemorizada curiosidad por el amanecer de una era de máquinas listas para suplantarlos
Añadirle a lo anterior partículas radiactivas —como bien precisó el crítico James Wood en 'The New Yorker'— de una deriva 'melvilleana' en la que no se persigue a la multisimbólica ballena porque los protagonistas de 'Orbital' ya transmite lo suyo desde las tripas de un leviatán de acero. Buena mezcla, poderoso combustible para un libro engañosamente breve (pero no pequeño) y que de algún modo, ya desde su condensado formato, se refiere al fondo de la cuestión: no somos más que granos de polvorienta arena estelar suspendidos en la inmensidad de lo que nos rodea sin siquiera molestarse en acorralarnos.
Así, lo de Harvey flota como lo de una Virginia Woolf no en un río de camino a un faro sino en la Vía Láctea iluminada por el sol. Sí: desde tan lejos, los figurativos problemas terrenos comienzan a lucir más bien abstractos (como ese implacable tifón en el Pacífico que se vuelve algo irrelevante comparado a las jaquecas en suspensión y al poco sabor de la comida cortesía de la pérdida de olfato).
Y el estilo muta de lo funcionalmente narrativo a una cierta abstracción modernista que de pronto, para que a los estacionados espaciales, su lugar de origen ya no les parezca algo sólido sino más bien algo «fluido y lustroso». Y los allí estacionados comprenden que su visión desde la más privilegiada de las perspectivas no vuelve más comprensibles a los modales de nuestro cada vez más desorbitado y menos estelar astro. Y nada mejor que el envase de esos en apariencia casi autómatas astronautas para llevar a cabo semejante maniobra narrativa. Cuatro hombres y dos mujeres «tan juntos y tan a solas» que se saben casi máquinas pero que —se nos informa de ello con las más justas y medidas palabras— no han podido evitar el portar equipaje extra de todo aquello que han dejado abajo.
Problemas matrimoniales, dudas metafísicas, parientes enfermos o recién fallecidos, la atemorizada curiosidad por el amanecer de una era de máquinas listas para suplantarlos. Todo esto mientras manipulan microbios y ratones sabiéndose microscópicos conejillos de indias quienes, aún cuando duermen, son conscientes de la rotación de esos lechos destendidos que dejaron en sus dormitorios terrenales.
Nuevo eslabón
Y sí: si se lo piensa un poco, en todas las ficciones anteriores de Harvey (quien informó que comenzó a escribir 'Orbital' hace una década pero sólo se sintió lista para terminarla durante el covid-confinamiento) campea libre el tema de la reclusión y la alteración física y mental y un cierto solipsismo existencial. En 'The Wilderness' se nos invitaba a ser testigos de las mareas del Alzheimer lamiendo las orillas de la memoria de un arquitecto; 'All Is Song' exploraba los límites entre el amor y la obligación entre padres e hijos; 'Dear Thief' trazaba las líneas de un opresivo triángulo amoroso inspirado por la 'Famous Blue Raincoat' de Leonard Cohen; y 'The Western Wind' acompañaba a un sacerdote casi recluso en la medieval Somerset del siglo XV.
De algún modo, 'Orbital' es un nuevo eslabón en esta cadena de Harvey. Y remite paradójicamente —científica y no-ficcional— y evoca a las dos más grandes catedrales de la ciencia-ficción. Por un lado, se lee como si fuese una memoriosa y culposa 'Solaris' de Stanislaw Lem pero sin interferencias extraterrestres; por otro, suena como si oyésemos el 'Danubio azul' a modo de música de fondo: ese vals que, sin saberlo, compuso Johann Strauss para que Stanley Kubrick lo (des)arreglara a su manera en '2001: una odisea espacial'.
A flotar.
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