cambio de tercio
El monstruo no está fuera
Me sorprende que alguien pueda justificar los linchamientos digitales. Lo acabamos de ver estos días con el libro 'El odio' de Luisgé Martín
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Me sorprende que alguien pueda justificar los linchamientos digitales y calificarlos como «justicia popular», «contrapeso a los poderes» y cosas por el estilo, y no porque esté en contra de que la gente opine lo que quiera, sino porque en este tipo de ajusticiamiento ... público lo de menos son los argumentos y la verdad. Por eso usamos el verbo «linchar» y no otro.
Linchar es ejecutar un castigo sin proceso alguno, sin que importen los hechos. La maldad del linchado se da por supuesta, y no hay contemplaciones ni piedad en quien lanza la piedra digital, que suele mostrarse muy convencido de estar poniendo su granito de arena para que en este mundo haya justicia.
Se produce entonces la paradoja de que no pocas cuentas de X y otras redes sociales cuyos usuarios claman por el bien resulten moralmente dudosas: su furor justiciero les lleva a acusar alegremente, insultar y deshumanizar a quienes no actúan o piensan como ellos.
Aquello de lo que culpamos a los demás suele hablar más de nosotros que de los otros
Un linchamiento tiene su propio mecanismo para hacerse pasar por lo que no es (algo justo): consiste en fabricar un monstruo con el fin de autolegitimarse.
Lo acabamos de ver estos días con el libro ‘El odio’ del escritor Luisgé Martín, sobre el que se ha dicho de todo sin que la novela haya sido (salvo en el caso de los periodistas y críticos a quienes se les había enviado) leída: que el autor es un instrumento de José Breton para dañar a Ruth Ortiz (en tal caso, sería involuntario), que solo ha buscado lucrarse con la desgracia ajena (¡como si resultara fácil lucrarse con los libros!), que es un señor ridículo y lleno de ego que se mide con Truman Capote (¿pero acaso es reprobable aspirar a la excelencia de los maestros?), que encarna lo peor del patriarcado (¡el mal siempre es culpa del patriarcado!), que se pone del lado del asesino. Hay a quien no le ha bastado con Luisgé Martín y ha acusado a todos los trabajadores de Anagrama de estar enfermos.
Aquello de lo que culpamos a los demás suele hablar más de nosotros que de los otros. Sería bueno tener esto en cuenta a la hora de levantar el dedo acusador, pues eso horrible que queremos aniquilar cuanto antes, no ver de ninguna manera, a menudo nos retrata. El monstruo no está fuera.
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