ARTE
Por el camino de Proust en el Museo Thyssen
Madrid
El Museo Thyssen se lanza a la titánica tarea de ilustrar el universo de un autor fundamental a través de los artistas –coetáneos y del pasado– que nutrieron su imaginario
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Los lectores de 'A la busca del tiempo perdido' saben que además del famoso episodio de la magdalena, la novela contiene otros ejemplos de 'memoria involuntaria' igual de interesantes, como el que sucede cuando el narrador nota en el patio de la residencia de ... los Guermantes una desigualdad de altura entre dos adoquines que le lleva a recordar las irregularidades del suelo del baptisterio de San Marcos de Venecia y, tras pensar unos instantes en el inexorable desgaste de las cosas, a constatar que su misión como escritor es volver a bañarse en el río de Heráclito y recobrar lo que el tiempo ha destruido.
Obra maestra de la literatura universal hecha al modo en que, según Flaubert, se hacen los libros («no como los niños, sino como las pirámides»), su autor emprendió la faraónica labor en 1906.
Durante 16 años, hasta su muerte en 1922, escribió y corrigió miles de páginas. A fuerza de acarrear recuerdos, remover cenizas y extraer de los sentimientos recobrados las impresiones que los originaron, elaboró la que para muchos es el modelo supremo de 'la novela total'.
En el centro de esta telaraña tejida a base de crujidos de desván y talento narrativo está, por supuesto, Marcel Proust, aunque no como un ojo que todo lo ve, sino como un prisma vibrante que refleja en su inasible singularidad el aire de una época y de quienes la vivieron.
Capítulo cerrado
Cuando fue publicado el primero de los siete libros de que consta la obra, la época en cuestión era ya un capítulo cerrado de la Historia. Sus primeros lectores, jóvenes supervivientes de la Gran Guerra que nunca habían visto levitas o chisteras, la recibieron con extrañeza. La 'Belle Époque' –mezcla de prosperidad, escepticismo y ganas de divertirse que convirtió a París en la Meca del 'bon vivant'–, se desvaneció en 1914 con la misma rapidez con que lo hicieron las burbujas de las miles de botellas de champán descorchadas a lo largo de las tres décadas que duró.
Que sus enguantados protagonistas, incluidos los 503 personajes de Proust, la vivieron tal vez engañados, confundiendo progreso con decadencia, no seré yo quien lo niegue; que en la forma en que él rememoró aquel tiempo no tiene parangón, tampoco. Umbral sabía muy bien lo que decía cuando escribió: «Unos se van a la parcela, otros se van a la playa y yo me voy a 'A la busca del tiempo perdido'».
¿Cómo era aquel mundo, ese paraíso perdido que Proust recuperó con la deslumbrante precisión de su estilo? Es difícil saberlo. Si nos atenemos a sus descripciones quizá no lleguemos a formarnos una idea cabal.
Se ha dicho que Proust se mantuvo siempre en una línea de buen gusto infalible, y es verdad, pero esto no lo acredita como testigo fiel, pues ese buen gusto está en íntima relación con su capacidad para embellecer cuanto tocaba. Proust es el rey Midas de la belleza.



Mejor, desde luego, la alternativa elegida por el insustituible Fernando Checa, comisario de la exposición del Museo Thyssen: conjurar el mundo del escritor recurriendo a artistas de la época y a otros antiguos que admiró. Se trata de una manera poco común de exponer obras de arte, algo que aplaudo con entusiasmo, y de evocar un tiempo pretérito, pero ¿qué mejor para acercarnos al mundo de Proust que mostrar lo que él vio despojándolo «del encanto de lo imaginado»?
Proust conoció a multitud de artistas, antiguos y modernos. Muchos aparecen citados en sus textos, lo cual no debe sorprender porque uno de sus temas favoritos era el arte. Con 'arte' no me refiero sólo a la pintura, también a la arquitectura, la música, la danza o al teatro, aunque su predilección por la primera es incuestionable. Proust frecuentó con asiduidad los museos, viajó para ver las obras de sus pintores favoritos, mantuvo una atención continua por las novedades artísticas...
De todo esto queda fiel constancia en la exposición del Museo Thyssen. El recorrido permite conocer gracias a la cuidadosa selección de pinturas, fotografías, ropas, la evolución de los gustos estéticos del escritor (Vermeer, Turner, Fantin Latour, Moreau, Whistler y muchos otros), el París donde vivió y cuya atmósfera inmortalizaron los impresionistas (Pisarro, Manet…) las personas que formaron parte de su círculo íntimo (entre ellas, los Madrazo o Mariano Fortuny hijo), los personajes reales en que se inspiró para crear a los protagonistas de la novela (¿qué lector no querría saber cómo eran los modelos de Swann, Odette, la duquesa de Guermantes o el barón Charlus?), el vestuario y los complementos de la elegancia aristocrática, su amor por las catedrales medievales o por Venecia y sus artistas, incluido Guardi (hasta mayo seguirá abierta en el Thyssen la muestra con las piezas de la colección Gulbenkian).

'Proust y las artes'
Colectiva. Museo Thyssen-Bornemisza. Madrid. Paseo del Prado, 8. Comisario: Fernando Checa. Hasta el 8 de junio. Cuatro estrellas.
El camino arranca y se cierra con dos fotos, de Proust niño y Proust cadáver, y acaba, cerrando un círculo simbólico que invita a subirse al carrusel de la memoria, con dos impresionantes autorretratos de Rembrandt, joven y viejo. En definitiva, una delicia que el aficionado puede multiplicar con la lectura del apasionado e instructivo catálogo.
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