ARTE
Portugal se encomienda a mujeres de armas tomar
El mundo del arte reabre en el país vecino con Louise Bourgeois en Oporto y Vivian Maier en Cascais
Como si de un personaje de Caroline Blackwood en el caserón de ‘La anciana señora Webster’ (Alba) se tratara, Louise Bourgeois pervive a través de su obra, once años después de fallecer, con la misma intensidad que cuando mostraba sus aguerridos modos ... feministas en la estética contemporánea.
La exquisita ‘lady’ británica hablaba por boca de una de sus criaturas cuando, delante de unas galletas, dijo aquella frase que define perfectamente la idiosincrasia de la artista franco-estadounidense: «O son deliciosas o son repugnantes. Como tantas cosas en la vida, es muy difícil saber qué son».
Y ahora, mientras la misma editorial publica para acercar su legado a los más pequeños entre dibujos, la Fundación Serralves de Oporto encarna el renacer de los museos portugueses con una de las exposiciones más atractivas de una temporada que tendrá su plato en fuerte en la retrospectiva de Ai Weiwei en la Cordoaria Nacional de Lisboa .
Después de haber estado cerrados a cal y canto por decisión del Gobierno socialista en su estrategia para frenar la expansión del coronavirus, los centros artísticos y galerías del país vecino acaban de reabrir sus puertas en la antesala de que se sumen las propias fronteras a partir del 1 de mayo, según todos los indicios. Ahí es donde aguardan propuestas como la de Bourgeois, que se quedó en el limbo allá por diciembre y que ahora se exhibe con todo su esplendor.

Un cambio radical
El director de Serralves, el francés Philippe Vergne , no duda en calificar a la irreverente creadora como «una de las artistas más importantes de la segunda mitad del siglo XX», tal es la dimensión de su gramática conceptual. «Ella cambió nuestra forma de abordar la escultura», dice también.
No podía faltar una de sus icónicas arañas gigantes , que impresiona a los visitantes que comienzan a llegar de nuevo hasta el templo cultural de la Avenida da Boavista, de la misma forma que lo hace la situada en el exterior del Guggenheim Bilbao .
Suele jalonar el museo portuense varias piezas de su exposición estrella por su espectacular jardín, y los trabajos de gran formato de Bourgeois adquieren así otro perfil en este viaje a las profundidades de su creatividad.
Siete décadas abarca la muestra, desde 1940 hasta los años 10 de este siglo XXI, en un itinerario que exorciza sus propios demonios internos , sus contradicciones, sus frustraciones, con la deconstrucción de su conceptualismo y su espíritu recorriendo las salas con esa ironía sin fin.
Otra mujer de armas tomar es (era) Vivian Maier , igualmente agitadora -desde el más allá- a través de sus fotos en las calles de Nueva York y Chicago en una época en la que escondía su inmenso talento bajo el manto de su oficio de empleada de hogar. Imágenes cotidianas capturadas por una luchadora empedernida y que saltan hoy al Centro Cultural de Cascais , la localidad ‘deluxe’ a 30 kilómetros de Lisboa.
Es ahí, a escasa distancia del Museo Paula Rego , donde se despliegan sus escenas, tomadas cuando ni ella sabía cómo y cuándo saldrían a la luz. Se refugiaba en la cámara mientras criaba a los niños de otras familias, con la intención de lanzar una mirada humilde, llena de guiños humanistas que destilan un voyerismo sincero.
Predomina el blanco y negro , con una sutileza dispersada por esas instantáneas que habían estado en el baúl del olvido hasta que fueron descubiertas en 2007, tal cual recuerda la comisaria de la exposición, Anne Morin (igualmente artífice de otra muestra con sello reivindicativo: la consagrada a Margaret Watkins en el edificio de Tabakalera en San Sebastián). Pero el color hizo su acto de aparición en su foto a veces clandestina y Cascais no deja de ofrecerlo en las proximidades de la bahía, con ese aire ‘art déco’ que distingue a la coqueta localidad.
Dulce venganza
Hasta el 18 de mayo desfilan sus disparos de realidad. Ella misma se asoma a ellos en su serie de autorretratos , despojados de cualquier posible rastro de narcisismo, porque su objetivo no era otro que reafirmarse en su personalidad, sin pretensiones.
Si se creía ninguneada por su condición de ‘simple niñera’, los momentos en que tomaba su cámara se dibujaban como una suerte de dulce venganza que funcionaba especialmente como catarsis individual.
Maier no parecía tener un mundo propio, pero sorprendió con sus ejercicios de estilo en las antípodas de la artificialidad. Claro que lo tenía, y ella se preparó a conciencia para documentar sus composiciones, no exentas de un cierto caos interior ni de un ‘tempo’ desconcertante que la llevaba a reflejar su sombra en el encuadre.
Solo quería sentirse viva , alzar la voz sin que se notara, en un aparente juego de contradicciones. Y todo quedó registrado en los más de 120.000 negativos que se arremolinaban en los cajones hasta que fueron descubiertos.
Destilaba Maier un marchamo decididamente a la europea. Su léxico, en absoluto formalista y completamente autodidacta, le ha granjeado incluso conexiones con Cartier-Bresson o Robert Doisneau , aunque quizá son más patentes los ecos de Berenice Abbott .
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