MÚSICA
Arcángel: «No hay tantos revolucionarios del flamenco como se dice, capaces de cambiar la tradición»
El cantaor onubense analiza lo duro que ha sido este año de pandemia para el mundo del baile, la guitarra y el cante jondo, incluso para una primera figura como él, que cuenta en sus vitrinas con un premio Grammy Latino y la Medalla de Andalucía
Arcángel (Alosno, Huelva, 1977) llega al bonito patio andaluz de los Museos de La Atalaya, tres horas antes de que comience su concierto en el Festival de Jerez. A su lado están el gran Dani de Morón, el mismo al que Paco de Lucía le ... pidió que hiciera de segunda guitarra en la gira de ‘Cositas Buenas’ (Universal, 2003), y Los Mellis, esos dos genios desconocidos para el gran público, pero responsables de la mayoría de las palmas y los coros de ‘El mal querer’ (Sony, 2018), de Rosalía, y de sus actuaciones en la galas de los Premios Grammy y los MTV European Music Awards.
Una compañía de lujo para un cantaor que hace ya años dejó de ser una promesa. Sabe lo que es salir ovacionado del Teatro Real de Madrid y en sus vitrinas lucen un Grammy Latino por ‘Al Este del Cante’ (Universal, 2018) y la Medalla de Andalucía. A pesar de ello, reconoce que ha sido un año muy duro, incluso para una primera figura como él. «¡Es cierto! La gente basa su visión del artista en las caras más famosas. Presuponen que todos tienen una economía más saneada y, aunque en algunos casos es así, no en todos», explica.
—Pensaba que usted no habría pasado apuros por el Covid...
—Claro que sí, pero es mucho más importante toda esa gente invisible que está debajo y que ha sido arrinconada y postergada por la autoridades, que no se han preocupado ni cinco minutos de resolver sus problemas. ¡No lo entiendo! Sé que la cultura es la parte más débil de la cuerda, pero esta vez no estaba ni en ella. Por eso creamos Unión Flamenca, que tiene ya cuatrocientos socios y en cuya junta directiva estamos Rocío Márquez, las bailaoras Eva Yerbabuena y Rocío Molina, el pianista David Dorantes, el coreógrafo Andrés Marín y yo.
—¿En qué consiste?
—Es una asociación para dar voz a ese colectivo invisible que ha tenido que abandonar el flamenco profesional por no poder pagar su hipoteca por dejación de las instituciones públicas. Nadie discute que lo primero son las vidas, pero los conciertos no han sido foco de contagio. Algo falla. ¿Querían que nos quedásemos en casa? Pues no tendrían que haber dejado que nos ahogásemos.
—¿Cuáles son sus objetivos?
—El principal es que entiendan que no somos trabajadores temporales. Para cantar hoy, trabajo a diario en casa. Y hay que encontrar un interlocutor válido con las instituciones para solventar los problemas. El flamenco siempre fue visto como un trabajador de dudosa procedencia si no era conocido.
—Algún cantaor antiguo dijo que el flamenco se canta mejor cuando se pasa hambre...
—¡Uf! El otro día un señor me dijo: ‘Te voy a dar un consejo. Cuando cantes por seguiriyas, enfádate un poco más’. Y yo le respondí: ‘Mire, es que no soy de enfadarme’. Mucha gente cree que un artista es diferente al resto, pero yo me visto igual que él, con la diferencia de que sé cantar y me encanta mi trabajo. Nunca concebí al artista como un ser elevado. Creo en el trabajo diario y sé que muerto de hambre cantaría peor, porque estaría loco por comer.
—No es habitual tanta dedicación en alguien que no viene de una familia aficionada al flamenco. ¿Qué le enganchó?
—Lo primero fue el fandango de Huelva y, después, Pepe Marchena, Juanito Valderrama o Pepe Pinto, que llevaban la copla al flamenco y cuyo mensaje era más inteligible. Por último llegué a los más puros, como La Niña de los Peines, Juan Talega, Tío Borrico, Antonio Chacón, Manuel Torres o Antonio Mirena. Hace falta recorrer un camino hasta llegar a ellos.
—Dice José Manuel Gamboa en su ‘Historia del flamenco’ que, durante años, los fandangos fueron propiedad de Paco Toronjo y que nadie fue capaz de hacerle sombra...
¡Así es!
—Ya, pero asegura que quien cogió su cetro fue usted.
—¡Uy, ojalá fuera yo una décima parte de lo que fue ese hombre para el fandango! Es cierto que de toda esta generación emergente de cantaores de Huelva soy el más antiguo y, obviamente, parto del fandango, pero yo creo que Paco Toronjo es otra de esas figuras insuperables como Morente y Camarón, porque también fue una persona que introdujo en el fandango una visión que no era fácil en aquel momento. Luchó contra esas placas que son la pureza malentendida y el anquilosamiento y consiguió que se le reconociera.
—¿Dónde quedan, por cierto, Camarón y Morente en todo ese flamenco que absorvió de joven?
—Fueron los primeros de la segunda fase, los que me atraparon definitivamente.
—Al final, siempre ellos…
—Es que fueron los que introdujeron un universo inexistente en el flamenco. Los mejores traductores de esos cantaores antiguos, pero con un pie en la vanguardia. Añadiría a Lole y Manuel y El Lebrijano. Son las cuatro patas que pusieron al flamenco donde está hoy.
—Dicen que Camarón es el mejor cantaor de la historia, pero, ¿es realmente inalcanzable?
—¡Claro! Y no solo por una cuestión de habilidad. Lo suyo fueron años de conocimiento, condiciones innatas y, sobre todo, valentía. Morente y él tuvieron que enfrentarse al rechazo y a la posibilidad de caer en el olvido si no se les entendía. No eran solo voces prodigiosas, sino cantaores que acuñaron un concepto: la libertad. Eso no es lo mismo hoy que hace 30 años. Nosotros tenemos el camino allanado y es fácil colaborar, como hice yo, con el coro de las Nuevas Voces Búlgaras. ¡Atrévete tú en los años 70 u 80!
—La palabra 'revolución' está muy de moda en el flamenco durante los último años, pero ¿hay tantos revolucionarios como se dice?
—¡Qué va, no hay tantos como se dice! ¡Son muy pocos! Algunos han labrado su carrera a base de hacer incursiones en otros géneros, pero la tradición sigue siendo la misma. Tú puedes presentar una tortilla como quieras, pero tiene que saber a tortilla, por eso no vale todo. Y no pasa nada por no ser flamenco, igual que no debería ofendernos que Rosalía acuda a él, pero no olvidemos que son muy pocos los que fueron capaces de dinamizar el género hasta cambiar su tradición. Los demás solo nos divertirnos con otras cosas. Pero, ¿he cambiado yo cómo se canta la soleá de Alcalá? No.
—Usted pertenece a la generación inmediatamente posterior de artistas que sí cambiaron el flamenco. ¿Le generó eso algún complejo?
—El que tiene complejos es el que quiere saltar el listón, pero yo nunca quise. No compito con nadie, solo conmigo, por eso no me genera ninguna frustración que alguien lo haga mejor que yo. Al contrario, intento aprender y disfrutarlo. El ego debilita más que fortalece, porque abre unas heridas internas que solo supuran odio. Uno, al final, busca el equilibrio entre lo que puede hacer y lo que le dejan.
—¿Y cuál es el objetivo de su generación?
—Que el cante se haga un hueco internacional más estable. El amor por el flamenco fuera de nuestras fronteras es incontestable, pero siento que el cante es la disciplina que menos se exporta con respecto al baile y a la guitarra. No sé la razón.
—¿El flamenco pierde parte de su esencia en esa difusión y comercialización?
—Sí, pero no por la comercialización en sí, sino por cómo se hace. Si una seguiriya tiene una estructura compleja y quieres que la entienda más gente, se suele ofrecer la parte más fácil y se obvia la difícil. Así le hacemos un flaco favor al flamenco, que siempre estuvo en el filo de la navaja, al no admitir que es una disciplina compleja para no ahuyentar al público, e hicimos al aficionado un vago.
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