«La condesa de Chinchón» luce espléndida dos siglos después
Obra maestra de Goya, el retrato de la esposa de Godoy ha sido restaurado por Elisa Mora, último trabajo antes de su jubilación, tras 38 años en el Prado

En el taller de restauración del Prado no hay límite de aforo que valga. Está a pleno rendimiento. Almudena Sánchez pone a punto el «Hipómenes y Atalanta» de Guido Reni , una de las coreografías más hermosas de la Historia del Arte. ... Ha terminado ya de restaurar la magnífica predela de «La Anunciación» de Fra Angelico . Pone a prueba nuestras dioptrías: nos anima a descubrir las patas de gallo que el maestro pintó en una diminuta figura. Muy cerca, Alicia Peral nos muestra, ya restaurado, el «Concierto de aves» de Snyders , que suena a música celestial. Cerca, la monumental «Transfiguración» de Penni , aún con sus cicatrices al aire. Es el cuadro más pesado del Prado: 300 kilos solo de pintura. Andan también por el «quirófano» de la pinacoteca «La Sagrada Familia» de Andrea del Sarto , un retrato de Antonio Moro ... «La adoración de los pastores» de Murillo ya ha regresado a su sala.
Pero nuestra protagonista hoy es otra: una joven de 20 años, embarazada, tras sufrir dos abortos, de su primogénita (Carlota Luisa), retratada por Goya. María Teresa de Borbón y Vallabriga, XV condesa de Chinchón y marquesa de Boadilla del Monte (1780-1828), hija del Infante don Luis de Borbón, hermano de Carlos III. Educada en un convento en Toledo, se casó a los 17 años con Manuel Godoy, Príncipe de la Paz.
No es una restauración más del Prado. Es muy especial y emotiva. Obra cumbre en la retratística de Goya , fue una de las adquisiciones más caras de la historia del museo. Hizo su estudio técnico Carmen Garrido , recientemente fallecida, y lo ha restaurado, en plena pandemia, Elisa Mora . Con él son ya 25 los cuadros de Goya que ha remozado (14 del Prado y 11 de fuera) y con él pone el broche de oro a una brillante carrera de más de 38 años .

Antes de que la flamante condesa baje del caballete, Elisa Mora desvela a ABC todos los secretos de su restauración . Este óleo sobre lienzo (216 por 144 centímetros) llegó al taller en febrero, pero el confinamiento torció los planes : el museo cerró sus puertas y Elisa pasó el Covid-19. No pudo comenzar hasta junio. Los trabajos, que han contado con el patrocinio de la Fundación Iberdrola España, han durado unos cuatro meses. Solo falta por darle un pulverizado de barniz. El retrato de la condesa esconde otros dos retratos con pedigrí , desvelados en la radiografía que hay junto al cuadro. Goya pintó en este mismo lienzo de lino muy fino («se denomina mantelillo, porque se usaba como mantel para mesas grandes») a José Álvarez de Toledo y Gonzaga, marido de la XIII duquesa de Alba , primero, y al mismísimo Godoy , después. Al parecer, el duque murió al año siguiente de ser retratado y la familia no quiso el cuadro. Se desconoce por qué también se rechazó el de Godoy («Goya le tenía bastante manía») y acaba pintando sobre él, pero en posición invertida, a su joven esposa.
El estado de conservación de «La Chinchona» , advierte Elisa Mora, es «excelente». Aunque ha viajado bastante, siempre ha permanecido en manos de los descendientes de la condesa, los Rúspoli . Eso sí, presentaba problemas en el soporte : algunas grietas, escasas pérdidas de pintura y un pequeño agujero fueron «tratados» en época desconocida con tres gruesos parches. Elisa los ha retirado y los ha sustituido por hilos de lino y una gacha muy diluida. Son visibles, pues el cuadro está sin forrar . Los bordes estaban un poco dañados y tuvo que reforzar las cuatro esquinas. La tela no estaba muy tensa. «El cuadro presenta los típicos craquelados de tela de araña , propios de Goya, debidos a la imprimación y el tipo de pigmentos que usaba, incluidas las tierras, que resecan mucho y cualquier movimiento afecta a la pintura». Retiró la suciedad y los barnices oxidados , que amarilleaban y aplanaban la composición. «Ha ganado en profundidad, es como si ahora el aire corriera por detrás de la figura», dice Elisa Mora. Vuelven a lucir espléndidas las transparencias y veladuras, las carnaciones nacaradas, los matices de grises y blancos... en pinceladas muy sueltas. « Goya fue el primer impresionista », advierte.
La figura de la condesa está repleta de detalles que vuelven a relucir como antaño: el vestido, de corte imperio , de seda, con una gasa con bordados sobrepuesta; los brazaletes dorados, los anillos (uno es supuestamente un diamante; el otro, mayor, tiene un retrato de Godoy luciendo la banda azul de la Orden de Carlos III), el tocado (una cofia de lino con espigas de trigo, símbolo de fertilidad)... Y el pelo rubio y rizado de la joven. «Con el barniz se veía una masa. Ahora se transparenta la frente, parece que el pelo está volando», comenta Mora, que destaca el cariño que sentía Goya por la condesa , como se aprecia en el retrato. Ya la pintó de niña al menos en dos ocasiones: en «La familia del Infante don Luis» (Fondazione Magnani-Rocca, Parma) se asoma traviesa mirando cómo pinta Goya, y años después en un retrato en solitario en el que posa pizpireta, con la mano en la cadera, propiedad de la National Gallery de Washington.
«Goya realiza un espléndido retrato psicológico de una joven con cara dulce e inocente, feliz y enamorada, con las manos protegiéndose el vientre, en soledad... Pinta a propósito el fondo oscuro, neutro (antes de la restauración lucía verdoso), porque quiere captar su esencia, aislada como en un trono de reina, ensimismada, en su mundo». Subraya Elisa Mora la frescura y espontaneidad del retrato , que pintó en muy poco tiempo. En la reflectografía infrarroja se advierte muy poco dibujo subyacente. Apenas hay arrepentimientos : los hay muy leves en los brazos (corrige la altura de los brazaletes), el escote, el encaje del hombro... Se conservan las cartas de la Reina a Godoy (su amante) , en las que le dice que apremie a Goya para que acabe el retrato de su esposa, pues tenía que pintar «La Familia de Carlos IV» .
El bastidor no es el original : aún se aprecian en los bordes las marcas de los clavos antiguos. La trasera se ha cambiado por una de policarbonato transparente en la que se colocarán de nuevo las etiquetas que lucía el cuadro en el reverso, testigos de incautaciones, su «exilio» a Ginebra durante la Guerra Civil, viajes para exposiciones... Como curiosidad, durante años, antes de su compra, el cuadro pasaba los veranos en el Prado . Un restaurador del museo acudía a la casa familiar en la calle Jorge Juan de Madrid, el cuadro se embalaba en su propia caja y ponía rumbo al Prado. Sus propietarios siguieron siempre los criterios de la pinacoteca: la obra solo se debía restaurar en el Prado. Se hicieron algunas intervenciones en sus más de dos siglos de vida, pero se desconocen las fechas. En época reciente solo se ha tocado el cuadro en dos ocasiones puntuales, ambas en el Prado y solo para fijar el color, pues había peligro de desprendimiento de pintura en algunas zonas. Fue en 1988 (andaba por entonces en el museo John Brealey, el célebre restaurador del Metropolitan) y en 1991.
Una rocambolesca compraventa
Llevaba tiempo el Estado español tirándole los tejos a la condesa, pero no lograba llegar a un acuerdo en el precio con sus propietarios: Carlos Rúspoli, duque de Sueca; Luis Rúspoli, marqués de Boadilla del Monte, y Enrique Rúspoli, conde de Bañares. Declarado Tesoro Histórico Artístico Nacional en 1983, y por tanto inexportable , quedó compuesto y sin Goya el Museo Getty de Los Ángeles , que al parecer ofertó 6.000 millones de pesetas. La única forma de resolver el proindiviso era mediante la transmisión del cuadro. En el año 2000 saltó la sorpresa : el Estado se vio obligado a mover ficha si no quería dejar escapar a «La Chinchona». Ejerció el derecho de tanteo para igualar la oferta de 4.000 millones de pesetas (unos 24 millones de euros) que hicieron por el mejor Goya que quedaba en manos privadas . Se publicó que el empresario y coleccionista Juan Abelló estaba tras la compra, aunque éste siempre lo negaría. En una entrevista con ABC, decía: «No, yo no llegué a hacer ninguna oferta». Días después trascendió que había un contrato de promesa de compra con fecha de 9 de diciembre de 1999, firmado por Enrique Gutiérrez de Calderón, consejero delegado de la galería Caylus , y los hermanos Rúspoli. El lienzo fue a parar al Prado, que aportó algo más de mil millones que le quedaban del legado Villaescusa . El resto lo abonó el Estado. Se hicieron dos pagos: uno de 2.500 millones en enero de 2001 y otro de 1.500 en julio de ese año. Los Rúspoli demandaron al Estado español . Reclamaban intereses por la demora en el pago (llegaron hasta Estrasburgo), pero la Justicia no les dio la razón.
Goya utilizó en este retrato una paleta exquisita, pero contenida de color (azul de Prusia, amarillo de Nápoles, blanco de plomo, negro, tierras...), que ahora recuperan su vivacidad y todos sus matices. No ha habido grandes sorpresas: «Ya sabíamos a lo que nos íbamos a enfrentar. Tratamos de intervenir lo menos posible. Menos es más ». No es la restauración más complicada a la que se ha enfrentado en estos 38 años en el Prado. Por sus manos pasó «El 2 de mayo» (La carga de los mamelucos) , también de Goya. Durante su huida de España durante la Guerra Civil, el camión en el que iba con «Los fusilamientos del 3 de mayo» chocó con un balcón a su paso por Benicarló y ambos lienzos quedaron gravemente dañados. ¿No tiembla la mano al restaurar un cuadro tan icónico? «Hubo un simposio antes de empezar la restauración. Había fotos y documentación de cómo era lo que faltaba. Disfruté mucho. Los restauradores somos como cirujanos. El respeto lo tienes siempre, pero también la mano firme. Tienes que pensar mucho lo que haces, ser muy prudente, observar muchísimo la obra, meterte en la cabeza del pintor, conocer lo máximo sobre él, porque te ayuda a la hora de entenderlo». Un reto aún mayor si cabe fue «El vino en la fiesta de San Martín», de Bruegel el Viejo , una fragilísima sarga al temple de cola. «No me dejaba dormir, soñaba con el cuadro». Se le humedecen los ojos cuando recuerda la restauración de «La Dolorosa» que Tiziano pintó sobre mármol . Coincidió con la muerte de su madre. Es muy especial para ella. También se emociona al hablar de sus compañeros del Prado: «Somos como una familia, No hay rivalidades. Lo compartimos todo».
Abandonamos el taller. Atrás queda «La Chinchona», retratada por el genial Goya en un cuadro que vale hasta la última peseta de los 4.000 millones que costó. Una joya que no tiene precio .
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