Ladrón de fuego
Los franceses concéntricos al 27
Francis Ponge trabaja en Francia paralelo, o concéntrico, a la Generación del 27, y con él un ramo de poetas donde se animan Louis Aragon, Henri Michaux, Raimond Queneau, Sédar Senghor, René Char o Alain Bosquet

«El poeta debe dar antes una cosa que una idea». La frase es un atrevimiento de Francis Ponge , autor francés de mediados del XX, y aúpa la necesidad de devolver a la palabra su pura soltería, sin servidumbres de pensamiento, porque así ... piensa más y dice mejor. Ponge trabaja en Francia paralelo, o concéntrico, a la Generación del 27, y con él un ramo de poetas donde se animan Louis Aragon, Henri Michaux, Raimond Queneau, Sédar Senghor, René Char o Alain Bosquet. Hay otros nombres más recónditos, en aquel momento, pero cito abreviadamente, por situarnos rápido. En todos se da un afán de escritura revolucionaria, o sea, de exploración suicida , o casi, porque asistimos a la parálisis del surrealismo, y porque si el poeta no es revolucionario es mejor que abandone el oficio de poeta. Todos los autores citados vienen reunidos en un libro de convulsa familia, 'Poesía francesa contemporánea', gracias a la labor del poeta cordobés Manuel Álvarez Ortega, que nos acerca esta cátedra diversa y arborescente cuando en España aún se apuraba el sopicaldo de la poesía social, y de espíritu rural, incluso.
Este libro crucial de Álvarez Ortega lo editó Taurus, en 1965, y yo acabo de releerlo en una edición de dos tomos que hizo Akal, en 1983, y que supuso, entonces, un grato incendio en la lírica de quienes nos asomábamos a la lírica, porque Álvarez Ortega nos despabilaba ante un monumento de pólvora, ante una catarata de la libertad, ante un criterio de la desmesura, que unas veces firmaba Michaux, otras Queneau, otras Leopold Sédar Senghor. Este libro tiene mucho de álbum de osadías en todos los rumbos, porque se incluye el poema en prosa, como horma común, y luego un riel de asuntos que van desde la aventura del corazón urbano hasta la experimentación del poema como arquitectura pura, exhumando aquellos riegos del caligrama donde apostó Guillaume Apollinaire. Frecuenté a Álvarez Ortega en las horas desencuadernadas del Café Gijón, al que era adicto, haciendo a diario tertulia consigo mismo. Cargaba un espíritu duro, y un análisis a menudo cruel. Del 27 salvaba a Lorca, Aleixandre, y Cernuda, y tenía esta antología de los franceses como un libro casi de escritura propia, donde enraman los linajes de la poesía pura, metafísica, religiosa, o neosurrealista. Varios linajes para un único propósito siempre en vigor: la rebeldía.
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