Ensayo
'Cómo no hacer nada' para evitar caer en la productividad obligada
La escritora Jenny Odell argumenta en 'Cómo no hacer nada' que la mayor forma de revolución social es dejar la productividad constante de lado

Cuando se alcanza la edad adulta, hay pocos placeres mayores que no tener que hacer nada. Estar libre de obligaciones, por mundanas que sean, y tirarse al sillón para disfrutar de la inactividad es el fin de muchas personas a lo largo de sus jornadas. ... El problema que a veces se encuentra es que incluso estos ratos libres entran dentro de una planificación: vivimos bajo un 'sistema' que hace que todo nuestro tiempo esté fraccionado en momentos que tienen una función; no hay espacio para el libre albedrío .

Jenny Odell, escritora y docente en la Universidad de Stanford, defiende en el ensayo 'Cómo no hacer nada' (Ariel) que la falta de actividad es la mayor forma de protesta que tenemos a mano. Y es que, incluso las maneras en las que ocupamos nuestros tiempos libres, con las redes sociales o las plataformas de 'streaming', hacen que las empresas y los algoritmos saquen provecho de nuestros momentos de relajación. «Las tecnologías captan, optimizan y se apropian de todos y cada uno de nuestros minutos, entendidos como recursos financieros», argumenta la escritora en el libro. Esto, claro, no tiene una incidencia solo en el tiempo libre, sino también en las relaciones personales.
Vivimos bajo una conectividad sin límites que, a parte de hacer que podamos relacionarnos de manera constante, no solo monitoriza estas interacciones, sino que las transforma desde la raíz. «Se han eliminado los matices de la conversación cara a cara , llevándose por delante, de paso, gran cantidad de información y de contexto», explica Odell. Así, argumenta que, ese 'no hacer nada' es algo más que dedicar nuestro tiempo libre a las tecnologías; es de alguna manera plantar cara a la 'vida moderna'. «La primera mitad de no hacer nada tiene que ver con desmarcarse de la economía de la atención; la otra mitad aborda la reconexión con otra cosa. Y esa otra cosa no es nada menos que el tiempo y el espacio», dice. Por ello, defiende dejar en parte de lado la vida que transcurre online para cultivar el arraigo a un lugar que esté focalizado en el aquí y ahora.
La paradoja de la desconexión
Pero, aunque la idea de dejar atrás el plano online para centrarnos en nosotros en esencial, la autora también advierte que muchas veces esas 'desconexiones', cada vez más extendidas, tiene como objetivo incorporarnos a la vida productiva de nuevo con más fuerza, por lo que, de alguna manera, es continuar incidiendo en los mismos errores. «Los retiros se venden como una especie de truco para aumentar nuestra productividad a nuestro regreso al trabajo », explica. Además, añade que ese impulso de dejar todo atrás tiene dos grandes problemas: por un lado que de alguna manera sería darle la espalda al mundo en el que vivimos e ignorar nuestra responsabilidad con él. Por otro, que «resulta en gran medida irrealizable». Explica su propia experiencia, en la que aunque afirma disfrutar enormemente de momentos de separación de su realidad, estos son insostenibles en el tiempo. «Por más que me gustaría vivir en el bosque, donde no me funcione el teléfono, o evitar los periódicos (...), una renuncia total sería un error», narra.
«Lo que sugiero es que adoptemos una actitud protectora hacia nosotros mismos (...), hacia lo que quede de aquello que nos hace seres humanos», dice Odell. Por ello anima a proteger los espacios propios , así como el tiempo que podemos dedicar a las actividades y a los pensamientos no instrumentales. Como aquello que defendía Virginia Woolf en su «habitación propia», que las mujeres pudieran contar con un espacio solo para ellas, sin influencias del exterior, para poder desarrollarse, entenderse y explorar todo lo que la encorsetada sociedad de ese momento nos les dejaba hacer, Odell busca que seamos capaces, no tener tiempo libre que rellenar con actividades, sino de convivir con ese periodo de inactividad para dedicarlo a lo que, al final, nos hace humanos.
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