
En 2050, la mitad de la población necesitará gafas
En 2050, la mitad de la población necesitará gafas
Viernes, 21 de Marzo 2025, 11:12h
Tiempo de lectura: 9 min
Como la mayoría de los miopes, siempre pensé que esto de ver el mundo en baja resolución era solo una incomodidad manejable. Alguna alusión al tamaño de mis gafas en el colegio, alguna dificultad para distinguir quién me saludaba a lo lejos en una fiesta cuando era adolescente… Eran los años noventa y aquella era la menor de mis preocupaciones, pero desde entonces, y según un estudio publicado en The British Journal of Ophthalmology, la cifra mundial de miopía se ha triplicado. ¿Y lo peor? Que los pronósticos son alarmantes: la Organización Mundial de la Salud (OMS) prevé que en 2050 el mundo se volverá borroso para la mitad de la población y el 10 por ciento desarrollará miopía alta, una afección que puede derivar en patologías visuales más severas e incluso llegar a la ceguera. El aumento es tan espectacular que la comunidad científica ya habla de «epidemia de miopía».
Cataratas prematuras, glaucoma, desprendimiento de retina o degeneración macular. Las enfermedades oculares asociadas a la miopía alta (más de 5 dioptrías) afectan a personas cada vez más jóvenes. «Hablamos de un defecto refractivo que hace que el ojo sea más grande de lo normal, y eso es lo que explica las complicaciones que puede acarrear», apunta Miguel Ángel Sánchez Tena, investigador del Departamento de Optometría y Visión de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Según el docente, la miopía se produce cuando la forma del ojo se alarga, lo que hace que los objetos lejanos se vean borrosos, mientras que los cercanos permanecen nítidos. Cuando esto ocurre, la retina –que es el tejido que recubre la superficie interior del ojo– tiende a estirarse para cubrirlo, lo que aumenta el riesgo de padecer afecciones oculares graves e incluso pérdida de visión. Concretamente, una persona con 3 dioptrías tiene diez veces más riesgo de padecer un desprendimiento de retina, y en una con 10 dioptrías la probabilidad se multiplica hasta por sesenta.
Sánchez Tena y su compañera de departamento Cristina Álvarez Peregrina llevan años alertando sobre el incremento de la miopía infantil y, por tanto, del problema que se nos avecina en un futuro más cercano del que imaginábamos. «Cada vez hay más niños con miopía y cada vez empieza antes», asegura la investigadora. Y avisa: «Esto significa que, si no hacemos nada para resolverlo, en breve tendremos más adultos con mayores posibilidades de llegar a esa miopía alta que les puede acarrear patologías que les impidan seguir trabajando con 40 0 50 años». En este sentido no hay más que mirar a países como China, Corea del Sur, Japón o Singapur, donde –según el International Myopia Institute– entre el 80 y el 90 por ciento de la población joven tiene miopía y una proporción significativa se queda ciega o con discapacidad visual en su vida laboral. Una gran preocupación y un gasto enorme para las familias que amenaza con extenderse al resto del mundo.
Según el último barómetro, elaborado por los dos investigadores de la UCM en colaboración con la Fundación Alain Afflelou, uno de cada cinco escolares padece este problema visual en nuestro país y el 30 por ciento de los niños y niñas de entre 5 y 7 años será miope en 2030. «Nos preocupan los más pequeños porque están en una edad en la que el ojo sigue creciendo y es vital actuar cuanto antes: si podemos retrasar la aparición de la miopía al menos en dos años, la diferencia es enorme», apunta Sánchez Tena. «Cada dioptría importa. Los niños que empiezan con menos de 7 años tienen probabilidades de desarrollar una miopía alta de entre el 80 y el 90 por ciento».
Y la pregunta del millón sale sola: ¿cómo podemos parar esta tendencia? «Ahondando en el origen –explica Sánchez–. Porque, si antes se creía que la causa era solo genética (de padres miopes, niños miopes), los últimos estudios demuestran la sorprendente relación entre este fenómeno y el poco tiempo que los niños pasan al aire libre». Concretamente, y según un estudio de Save the Children, apenas el 27 por ciento de ellos sale de forma habitual al exterior: hace dos décadas ese porcentaje era del 80. «Lo que ha cambiado radicalmente en estos años ha sido nuestro estilo de vida», sostiene.
Desprendimiento de retina, glaucoma, maculopatías, cataratas prematuras… Las personas con altos grados de miopía pueden resultar, en cierto casos, bastantes más proclives a desarrollar algunas de estas afecciones oculares.
Un estudio realizado por el Centro de Investigación Oftalmológica de Australia entre 2003 y 2005, con más de 4000 niños, permitió asociar por primera vez un mayor tiempo al aire libre con una menor prevalencia de la miopía. Desde entonces, la comunidad científica no ha parado de investigar y en 2017 un metaanálisis llevado a cabo por investigadores de China y Australia ya especificó que pasar una hora al día al aire libre supone una reducción del 45 por ciento en la incidencia de esta afección ocular.
Y, aunque todavía no se conocen los mecanismos exactos que intervienen en esta conexión, el investigador español Miguel Ángel Sánchez Tena apunta a la cantidad de luz y a las distintas frecuencias espaciales (la profundidad con la que vemos las cosas) como las dos posibles causas que previenen ese crecimiento del globo ocular, ya que permiten al ojo adaptarse a las diferentes distancias y mantener el equilibrio adecuado en el desarrollo visual. Y, dado que nuestra evolución como especie nos ha llevado de vivir al aire libre a pasar el 90 por ciento de nuestro tiempo en interiores, la idea de que nuestros ojos están luchando para hacer frente a esos espacios con poca luz no parece tan sorprendente. De hecho, son varios los estudios epidemiológicos que ya han demostrado que la luz estimula la liberación de dopamina en la retina, lo que inhibe el alargamiento axial del ojo causante de la miopía.
«Si actuamos durante la infancia, podemos retrasar la aparición o ralentizar la progresión de la miopía», afirman los expertos del barómetro de la Fundación Alain Afflelou, que promueve algunas recomendaciones básicas.
El otro factor que los científicos apuntan como 'el gran enemigo' es el aumento de actividades de visión cercana como estudiar, leer y, por supuesto, utilizar dispositivos electrónicos. De hecho, y según un nuevo estudio publicado en JAMA Network Open por investigadores de Corea del Sur, el riesgo de miopía aumenta un 21 por ciento por cada hora de uso diario de las pantallas más allá de los primeros 60 minutos. Pero, ojo, no caigamos en el error de echarle la culpa a la mera exposición al móvil, sino a la distancia a la que se usa. «Cada día vemos más niños pequeños con el móvil o la tableta pegados a la cara», asegura el profesor. De ahí que tanto él como su compañera de la UCM apelen a la regla anglosajona del 20-20-20: «Cada 20 minutos deberíamos dedicar al menos 20 segundos a fijar la vista en algo que esté a unos 20 pies (6 metros) de distancia para que el ojo descanse y no esté acomodado todo el rato a trabajar de cerca».
Y, aunque los oftalmólogos están de acuerdo en que cada vez se diagnostica a edades más tempranas, también es en esas fases cuando mejor se puede intervenir para evitar el avance de la miopía, puesto que el ojo todavía está en crecimiento y hay más plasticidad. Explican los docentes de la UCM que existen varios abordajes para frenar la progresión: «Hoy en día ya se pueden utilizar gafas y lentillas blandas multifocales que producen un desenfoque en la zona periférica de la retina, y eso manda una señal al cerebro para que el ojo no crezca tanto». Además, existen las lentillas de noche de ortoqueratología, que se utilizan mientras el niño duerme con la finalidad de modificar la curvatura de la córnea (el equivalente a las férulas dentales), y las gotas de atropina, que también han demostrado efectividad en la disminución del crecimiento ocular.