Ante un crematorio fantasma: China borra todo rastro de las muertes por Covid
El Partido Comunista trata de encubrir la gravedad de la crisis sanitaria por la que pasa el país, mientras su hermetismo y la falta de datos fiables provoca la inquietud del resto del mundo
Las claves de la explosión de casos Covid en China y por qué tiene en vilo al mundo

En China, ni siquiera la muerte puede contravenir los designios del Partido Comunista. Por eso en los alrededores de la Funeraria Dongjiao no hay más almas que la decena de policías que custodian la zona. Una escena solo ligeramente extraña, si no fuera porque Pekín ... padece una avalancha vírica que deja un trágico pero indeterminado número de individuos reducidos a cuerpos inertes, convertidos después, aquí, en ceniza. Pero ahora las chimeneas están apagadas. Una valla se interpone entre la entrada y las formas clásicas del crematorio. Entre medias, un silencio manufacturado, vivo, que en nada se parece a la muerte.
La Funeraria Dongjiao se levanta a las afueras de Pekín, allí donde la capital china comienza a perder su nombre. Rascacielos y avenidas dan paso a un reguero de asfalto sobre el suelo polvoriento, entre endebles muretes de ladrillo por los que corretean perros sin dueño. Un camino que contiene también un viaje en el tiempo: unos pocos kilómetros para comprimir décadas de vertiginoso desarrollo, con algunos tramos sumidos en ese mismo olvido interesado, una vez más en marcha.
Hace solo unos días, imágenes compartidas por usuarios de redes sociales chinas y medios internacionales mostraban una larga cola de furgonetas inmóviles, aguardando largo rato el momento de depositar su carga en el interior, donde las incineraciones se sucedían sin descanso. También familiares que acudían, más o menos compuestos, a ofrecer una última despedida a seres queridos cuyo fallecimiento no consta en estadística alguna.
Hoy, en cambio, sendos coches de policía controlan la entrada y salida al callejón, y allí donde los automóviles esperaban turno una gran señal impide el estacionamiento. Ante la conmoción causada por los vídeos, y de acuerdo a filtraciones sin verificar, los empleados de esta funeraria habrían sido obligados a firmar un documento por el que se comprometen a «no conceder entrevistas, revelar información sobre las condiciones de los crematorios ni tomar fotos». Según ha podido saber ABC, la frenética acción mortuoria se ha trasladado a otros centros, en distritos aún más alejados como el de Huairou.
Las cifras oficiales apenas recogen una decena de muertes por Covid en lo que va de diciembre. El número real es incalculable. La firma británica Airfinity estima 5.000 fallecimientos diarios, un porcentaje de mortalidad quizá exagerado en términos comparativos. Las autoridades chinas se escudan en una definición muy estricta, que descuenta cualquier víctima aquejada de patologías previas. Los datos no deben ser representativos, sino convenientes.
Pero en esta ocasión, tres años después del todavía misterioso comienzo de la pandemia en Wuhan, un mundo escarmentado opta por la prudencia. Cada vez más países, entre ellos España, comienzan a imponer restricciones a los vuelos con origen en el gigante asiático, una medida cuyo impacto práctico resulta superficial, no así su mensaje: la información procedente de China no es fiable.
La realidad, de naturaleza insistente, sigue aflorando en los hospitales de Pekín. Una ojeada al de Chaoyang, el más céntrico distrito de la capital china, arroja escenas muy similares a las de semanas atrás. En el pasillo, ancianos tumbados sobre camillas improvisadas con sillas o tumbonas pelean por su vida en cada bocanada, con la ayuda de bombonas de oxígeno. Todos los asientos en la sala de espera están ocupados por pacientes conectados a un gotero.
«Es nuestra obligación»
Cuando este corresponsal abandona el lugar, cuatro guardas de seguridad salen corriendo a voz en grito hasta darme alcance. Tres de ellos me rodean exigiendo revisar mi teléfono móvil y, acto seguido, la eliminación de toda fotografía antes de permitirme proseguir con mi camino, mientras el cuarto retrata la situación. «Es nuestra obligación», se excusa. Cada imagen representa una afrenta a la narrativa gubernamental que debe imponerse.
«Ya no separamos casos positivos de negativos porque no tenemos recursos para diagnosticarlos», confiesa una de las encargadas de otro centro sanitario cercano. Se limitan a aislar a los más graves, en su mayoría ancianos, algunos de ellos vacunados. «Seguimos estando al límite de nuestra capacidad, pero los pacientes ya empiezan a ser un poco menos. Y lo que es más importante, los trabajadores sanitarios se han recuperado, por lo que contamos con más manos». Todos ellos se infectaron a la vez las últimas semanas, y algunos debieron seguir trabajando para mantener el hospital operativo.
Las calles de Pekín comienzan a recuperar la vitalidad tras dejar atrás el pico de contagios. Sin embargo, lo peor para el país todavía está sin llegar. Cálculos oficiosos computan 250 millones de contagios en los primeros veinte días de noviembre, una cantidad colosal pero que apenas representa el 18% de la población. Las proyecciones apuntan que esta primera oleada podría elevar la cota en las próximas semanas al 60%, 800 millones de personas.
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El peligro apunta a las áreas rurales, dotadas de menos recursos médicos, que el virus podría alcanzar durante el Año Nuevo Lunar. Esta festividad, que en condiciones normales deja casi 3.000 millones de desplazamientos, puede suponer el catalizador de un escenario aún más dramático, que pondrá a prueba la capacidad del Partido Comunista para imponer su voluntad, incluso sobre la muerte.
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